Para algunos, el tiempo pasa despacio, una hora puede parecer una eternidad, para otros nunca es suficiente, para la familia Todd, no existía.

El tiempo es una rueda, que da vueltas y vueltas sin parar, y nosotros somos el centro, el eje de la rueda. Todo empezó en la semana de verano, una época en la que el destino une vidas, cuando las personas tienden a hacer algo que no deberían o cosas que no han hecho nunca. Aquel día, en 1912, la rueda puso en marcha unas vidas de manera misteriosa cuando la señora Todd fue a la estación de trenes en busca de su hijo Alex, quien llegaba de París. Lo buscó entre las miles de personas que esperaban a sus seres queridos.

— ¡Mamá! –gritó una voz a lo lejos–

La señora Todd reconoció la voz de su hijo y lo buscó entre la multitud.

— ¡Alex! –gritó–

De repente, un chico atractivo de no más de diecinueve años de edad, apareció entre la multitud, un chico con cabello castaño hasta los hombros y ojos del color del cielo.

— ¡Mi hijo! –dijo la señora Todd abrazando a Alex–

— Mamá, te extrañé mucho.

La señora Todd se apartó un poco de Alex.

— Mira lo que te traje mamá.

Alex sacó una imitación a pequeña escala de la torre eiffel y se la entregó a su madre.

— Es hermosa, hijo. Vamos, tenemos mucho de que hablar.

— ¿Cómo están papá y Maria?

— Todos estamos bien, tenemos una sorpresa para ti.

Alex abrazó a su madre de nuevo.

Mientras tanto, en la mansión de los Bloossom, la familia más adinerada del pueblo, la hija menor, Wendy, tomaba sus clases de piano matutinas.

— ¡Más fuerte Wendy! –le ordenaba su madre–

Wendy puso los ojos en blanco, odiaba el piano y odiaba hacer cualquier otra cosa que le ordenaba su madre, no entendía por qué no podía ser una persona normal que salía normalmente, en especial en verano.

— Mamá, estoy cansada de tocar piano. –dijo mientras se levantaba–

— ¿De qué hablas Wendy? Ya lo hemos hablado, serás una pianista profesional.

Wendy puso los ojos en blanco de nuevo.

— Y yo ya te lo he dicho, quiero viajar, no quedarme atrapada en éste pueblo.

— Cuando seas pianista podrás ir a donde quieras, ahora siéntate y sigue practicando.

Alex y la señora Todd se dirigían rumbo a casa, la cual era una pequeña cabaña que quedaba más allá del bosque, el perfecto en el que nadie nunca podría encontrarlos. Pasaron junto a cientos de árboles y miles de arbustos, siempre fijándose en que nadie los observara.

— Algún día dejaremos todo esto atrás. –le dijo Alex a su madre–

— ¿Qué cosa?

— Este estúpido secreto, llegará el día en que no le interese a nadie.

— Sabes bien que eso nunca ocurrirá.

Alex no dijo nada más. Siguieron caminando hasta llegar a la pequeña cabaña, Alex corrió rápidamente y abrió la puerta, donde su padre y su hermana menor los esperaban.

— ¡Alex! –gritó su hermana menor–

— ¡Maria!

Alex levantó a su pequeña hermana en brazos y la abrazó.

— Hijo. –dijo el señor Todd abriendo los brazos–

Alex dejó a Maria y abrazó a su padre.

— ¿Qué tal parís?

— Es un lugar asombroso.

El señor Todd miró a su esposa.

— ¿No te descubrió nadie?

— Nadie.

2

El día en que las vidas de los Todd y la de Wendy cambiaron para siempre, fue el segundo día de verano, cuando Wendy estaba acostada en el césped de su jardín tratando de darle forma a las nubes.

— Que pésima imaginación tengo. –se dijo a sí misma–

De repente, una voz que venía de dentro de la mansión gritó su nombre.

— ¡Wendy! –la llamó su madre–

Wendy hizo caso omiso a su madre y continuó dándole forma a las nubes.

— ¡WENDY! –gritó su madre desde la ventana– ¡levántate ahora mismo! ¡Ensuciarás tu vestido nuevo!

Wendy suspiró.

— Debería cambiar mi nombre, –se susurró– Wendy ya está bastante gastado.

— ¡WENDY!

— ¡Ya voy mamá!.

Wendy se levantó y entró a la mansión, donde la esperaban su padre, su madre y su abuela, sabía que cuando los tres estaban juntos, no era buena señal.

— Siéntate, querida. –le dijo su padre–

Wendy se sentó en una de las sillas del comedor.

— ¿Ocurre algo? –preguntó nerviosa–

— Wendy, tú padre y yo hemos estado pensando en tu estudio.

— Decidimos que estudiarás tus últimos dos años en el internado Houston.

La respiración de Wendy se aceleró al igual que su corazón, había escuchado cosas horribles sobre aquel internado.

— ¿Qué? No, no iré.

— La educación es primordial para un buen lugar en la sociedad, allá te enseñarán modales y serás toda una señorita.

— ¡Pero no quiero ser como ellas! –Wendy se volteó hacia su abuela– abuela, por favor, diles.

— Lo siento, Wendy, –le respondió con un tono de tristeza– ya lo intenté, pero no hay nada que los haga cambiar de opinión.

— ¡No iré! –gritó–

— Tú eras la que quería viajar, ya tendrás tu primer viaje.

Wendy sintió ganas de llorar, su propia madre utilizaba su sueño en su contra. Entonces, una gran ira se apoderó de ella y golpeó la mesa con los puños cerrados.

— ¡No iré! –gritó–

Wendy salió corriendo de la mansión hacia el jardín, escuchaba como su madre y su padre la llamaban, pero hizo caso omiso a todos los llamados y siguió corriendo hasta llegar a la cerca que rodeaba toda la mansión. Wendy lo pensó unos segundos, incluso pensó en no escapar, pero la libertad la llamada a gritos, y no podía negarse, aunque fuera por solo unos minutos.

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