Sin Comentarios

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Tanci

02/05/2023

CAPÍTULO 1

Robert se giró sobre sí mismo mientras cambiaba de posición en la cama para centrar su atención en el techo de su pequeña habitación. Hacía veinte minutos que había sonado el despertador, pero prefirió seguir tumbado a fin de darse ánimos para el día que lo esperaba. Aún había tiempo antes de que despertara su abuela y la atendiera, así que se dedicó esos solitarios minutos para tranquilizarse y recordarse que estaba preparado para lo que fuera.

No era que no lo hubiera intentado antes, pero empezaba a perder la esperanza de conseguir que su jefa confiara en él y le diera la oportunidad de trabajar sobre el terreno. Ser periodista en una plataforma de cotilleos online requería de mucho valor, paciencia y, por qué no, una falta casi ilegal de vergüenza. Pocos poseían dichas habilidades cuando la situación lo requería, teniendo en cuenta que el trabajo consistía en abordar a gente famosa en momentos inesperados, de una forma poco profesional y arriesgándose a más de un buen susto por parte de ellos.

Robert cerró los ojos y negó fervientemente con la cabeza. «¡No!», pensó, él también podía hacerlo y estaba dispuesto a convencer a su jefa de ello.

La alarma volvió a sonar, esta vez fue la de su abuela, así que se sentó en el borde de la cama durante unos segundos y salió de su cuarto para dirigirse primero al baño. Después de acabar con sus asuntos mañaneros, fue al dormitorio de su abuela, que se encontraba apenas a dos pasos del suyo.

El piso era más pequeño que la antigua casa de su abuela pero más fácil de mantener; aunque fue difícil tomar la decisión, Robert decidió venderla y mudarse con la mujer a un lugar más accesible para los dos. La pensión de su abuela y su trabajo le permitieron adquirir un apartamento no muy lejos de su antiguo barrio, pero lo suficientemente apartado para permitírselo con el dinero de la venta. Eran solo dos desde que su padre falleciera cuando apenas tenía doce años y no tenía ningún sentido conservar una casa tan grande.

Eran las siete y media. Robert tocó la puerta esperando oír una respuesta, los segundos pasaron, así que abrió, respetaba mucho la intimidad de su abuela, por lo que raras veces entraba sin su aprobación a menos que fuera algo urgente.

—¿Mah? —dijo con suavidad mientras se metía en el cuarto—. He llamado, pero como no has dicho nada… ¿Mah? —Robert se tensó al ver que su abuela no se movía de la cama, así que avanzó unos cuantos pasos—. ¿Estás bien?

Robert acercó la mano para quitar la colcha que cubría a la mujer mayor. Temiendo lo peor, encendió la lámpara de la mesilla y se acercó de nuevo a la cama de Roberta Jonhson. El corazón le latía tan deprisa que Robert cerró los ojos y tiró de la colcha apartándola de un solo movimiento.

Después del susto inicial que le dio el muñeco horrendo con aspecto tétrico que yacía en la cama en el lugar de su abuela, Robert la llamó de nuevo. La mujer apareció de la nada pegando un grito y tirando de culo a su nieto. Robert maldijo a la mujer mientras esta se reía descontroladamente.

—Pero ¿a ti qué te pasa? ¿Estás loca? ¡Me has dado un susto de muerte! —dijo Robert, alterado y recuperándose del susto.

—Deja de quejarte, no ha sido para tanto. Venga, tengo el desayuno listo, ve a prepararte.

—¿Necesitas ayuda?

—¡No! Lo que necesito son nietos y si tú no me los das, tendré que divertirme contigo. —Roberta salió de la habitación y bajó a la cocina.

Las mañanas solían ser sencillas, Robert se levantaba, despertaba a su abuela, preparaba el desayuno y volvía de nuevo para avisar a la mujer. Mientras ella desayunaba, él aprovechaba para prepararse e ir al trabajo. De vez en cuando, Roberta se adelantaba y preparaba la primera comida del día. El joven disfrutaba de esos días, le encantaba verla tan contenta, bailaba y limpiaba la cocina repitiendo la misma frase desde que tenía uso de razón: «Una mujer negra solo pierde el ritmo cuando la llama el Señor». Roberta era menudita pero de caderas anchas, tenía el pelo natural y negro, aunque con salteados mechones canosos; era mayor pero la piel era tersa y suave para su edad. Robert entró en la cocina y se preparó una taza de café mientras se reía por las muecas que le hacía su abuela; definitivamente, le alegraba las mañanas.

—No olvides decirle a esa mujer que te permita trabajar fuera del despacho —dijo Roberta, viendo que su nieto estaba listo. Lo miró de arriba abajo y, aunque sabía que no estaba hecho para las situaciones tensas, siempre lo apoyaba.

—Ya lo sé, mah, lo intentaré. No olvides tomarte las pastillas, hoy saldré antes para llevarte al centro de mayores.

—No, cariño, no te preocupes, hoy tienes la cita a ciegas, no te agobies llevándome al centro, les pediré que me vengan a buscar. Tú vuelve, relájate y prepárate para la cita.

OK, mah —dijo Robert mientras se despedía de su abuela con un beso y se iba a trabajar.

***

Robert salió corriendo del aparcamiento hacia las oficinas y esquivó en la medida de lo posible toda la aglomeración de gente que se acumulaba por las mañanas en las puertas de los ascensores, para llegar a los correspondientes pisos de sus empresas. Pasó primero por la cafetería y, una vez conseguido su pedido, siguió corriendo; no era el momento de permitirse llegar tarde. La mañana se presentaba prometedora y estaba seguro de los pasos que daría al llegar.

Las puertas del ascensor se abrieron y lo recibió Lexi, su compañera y amiga desde la facultad. Aunque le llevaba unos cuantos años porque empezó a estudiar de nuevo una vez que pudo cuadrar el horario universitario con su matrimonio y sus hijos, Lexi había demostrado tener un espíritu juvenil desde el principio; alta, esbelta y con un aspecto húngaro, como le gustaba decir a Robert por su rojizo cabello rizado. La mujer demostró desde el primer día el valor de su amistad, además de conseguirle aquel trabajo, trabajo que le encantaba aunque sabía que podía hacer más.

—¿Cómo estás? —preguntó Lexi a su amigo, que estaba visiblemente preocupado.

—¿Tú qué crees? No sé, creo que debería dejarlo —contestó Robert mientras caminaban entre los pasillos de los cubículos hacia sus mesas.

—No digas tonterías, tú pregunta y que sea ella la que te diga. Y no bebas más café, te pondrás más nervioso —dijo Lexi, intentando coger el vaso de las manos de Robert.

—No, es para Sarah, es su café preferido.

—¡Muy bien, pelota, te he enseñado bien! Ahora entra ahí y díselo —lo instó Lexi, señalando a Sarah Crowell, que ya había ocupado su acristalado despacho, el cual justificaba para observar todo lo que pasaba a su alrededor.

Robert tocó con timidez la puerta del despacho de Sarah y esperó como de costumbre a que esta le hiciera un gesto de aprobación. Los minutos pasaban y estar parado como una estatua delante de la puerta de su jefa empezó a llamar la atención del resto de sus compañeros. Robert miró a su alrededor sin centrarse en ninguna persona hasta coincidir con la mirada de Lexi, que lo animaba a que se metiera en el despacho sin más.

Viendo que su amigo seguía dudando, Lexi se acercó, lo cogió del brazo y entraron juntos en el despacho. Sarah levantó la vista y los miró en silencio.

—Hola, Sarah, sentimos interrumpirte, pero nos preguntábamos si tenías algo de tiempo para que Robert pudiera hablar contigo…

Sarah miró a Robert y se mantuvo en silencio notando la incomodidad de uno de sus empleados.

—Veintidós minutos, eso es lo que has tardado en entrar en mi despacho y no ha sido por ti, ha tenido que venir Lexi para que lo hicieras —dijo al fin Sarah.

Asombrados por sus palabras, los dos amigos se miraron con sorpresa durante unos segundos antes de volver de nuevo la atención a su jefa.

—Estaba esperando a que me dejaras pasar, ya sabes, respetando tu espacio… —intentó explicarse Robert antes de ser interrumpido por Sarah.

—Somos periodistas, Robert, ¿crees que, si quieres conseguir unas palabras de Colin Farrell, será respetando su espacio? —Robert bajó la mirada y entendió que había suspendido claramente un examen.

Sarah volvió a centrar su atención en el ordenador. Ambos entendieron aquel gesto y salieron de su despacho. «Sí que empiezo bien el día», pensó Robert.

***

LaBelle tosió rompiendo el silencio de la pequeña sala en la que se encontraban, llevaban veinte minutos sentados sin dirigirse la palabra, pero a Robert no lo extrañó la actitud de su compañera; tenía fama de ser callada y las pocas veces en las que decía algo siempre dejaba huella.

LaBelle tenía fama de decir verdades como puños y, en cierto modo, agradeció su silencio mientras removía nervioso la cuchara en la taza de té que se había preparado.

—Chico, acabarás haciendo un agujero en esa taza —dijo su compañera—. Además, me estás poniendo de los nervios.

Robert levantó la vista hacia la mujer, era bajita pero entrada en carnes, trabajaba en la sección de consejos de la plataforma. Había recibido en alguna que otra ocasión una llamada de atención por la franqueza de sus palabras en sus artículos; aunque provocaba algunos quebraderos de cabeza a Sarah, los beneficios económicos que producía con sus seguidores en la plataforma digital cubrían los problemas.

—Perdón, no quería molestarte —murmuró.

LaBelle estudió al joven y se acomodó en la silla para asegurarse de que la miraba a los ojos.

—Mira, chico, que no te afecte lo que ha pasado, seguro que Sarah te dará tu gran oportunidad.

—¿Tú crees? —preguntó Robert, asombrado por las inesperadas palabras de apoyo de LaBelle.

—¡Claro que sí! Estoy segura. Así, cuando por fin salgas a la calle y veas por ti mismo que no estás hecho para ello, podrás centrarte en otras cosas —dijo LaBelle ante un asombrado Robert.

La puerta de la cocina de empleados se abrió permitiendo a Lexi oír las últimas palabras de LaBelle.

—LaBelle —dijo Lexi, mirando a la voluptuosa mujer, que le mantuvo la mirada—, Sarah quiere hablar contigo.

LaBelle se levantó y dio dos golpes en el hombro de Robert.

—No le hagas caso —aconsejó Lexi al sentarse a su lado—. Ya sabes cómo es.

—Sí, y puede que sea la única que no se equivoque… ¿Para qué la llama Sarah?

—No la llama, pero así aprenderá a no meterse con mi chico.

Robert y Lexi rieron al unísono, este agradecía tener a su amiga en su vida. Una de las razones por las que deseaba más responsabilidades era poder demostrarle a ella que no solo era un enchufado, quería que estuviera orgullosa de haber apostado por él, pero los años pasaban y no parecía avanzar en la empresa. Aunque Lexi le recordaba que sus artículos eran buenos y que no se rindiera, él seguía perdiendo la esperanza.

—Debí imaginar por cómo empecé el día, con ese susto de muerte que me dio mi abuela, que las cosas no saldrían bien.

—¿Al final lo hizo? —preguntó Lexi, emocionada.

—¿Tú lo sabías?

—¡Yo le compré el muñeco macabro! —confesó, orgullosa, mientras se reía.

Robert negó con la cabeza mientras sonreía; claramente, las mujeres de su vida estaban locas. Mientras Lexi le explicaba los detalles del organizado plan, él se centró y preguntó por la cita a ciegas que le había preparado su amiga.

—Tienes que hablarme de mi cita —pidió Robert cambiando el tema de la conversación.

—Es un amigo de un amigo de Charlie, me han dicho que es majo y que estaría bien que os conocierais.

—¿Desde cuándo organiza Charlie mis citas? —preguntó Robert a Lexi, viendo que ya hacía tiempo que esta apenas le daba detalles de las citas en cuestión, salvo los lugares y las horas.

—Desde el año pasado, el último sinvergüenza con el que te junté, ¿te acuerdas? El DJ, Charlie se enfadó tanto que decidió asumir las preparaciones.

Robert rio ante la confesión de su amiga sobre su marido.

Charlie y ella estaban hechos el uno para el otro y sabía que las citas eran preparadas con cariño, buscando, en efecto, que conociera a alguien especial. Robert asintió con la cabeza y se tomó el té.

CAPÍTULO 2

Robert se miró al espejo y se aprobó desde el primer momento, no era un atuendo muy elegante, pero sí clásico y adecuado para una primera cita. Su metro setenta y ocho, su piel de color canela y sus ojos miel, cortesía de su padre, siempre habían llamado la atención tanto de hombres como de mujeres.

No era muy asiduo a los gimnasios, casi no los necesitaba gracias a los genes de su madre; según su abuela, no paraba de comer, pero nunca engordaba, a diferencia de su padre. Desde muy joven, cuando apenas estaba empezando a aceptarse a sí mismo, supo que la única barrera para conocer gente era la de su retraída personalidad. Era tímido, sí, pero eso no impidió que tuviera dos o tres relaciones serias, nunca fue partidario de las relaciones esporádicas, aunque agradecía algún que otro rollo con limitaciones físicas.

Lo sucedido en la mañana no influiría en esa noche, Charlie se merecía que pusiera todo su empeño en la cita, ya que sentía que tanto su amiga como su marido creían que las saboteaba. No era cierto, pero le costaba conectar con la gente.

Robert se echó un último vistazo al espejo y salió de casa.

El viaje hasta el lugar en concreto fue tranquilo, siguió las instrucciones del GPS de su Fiat 500 y llegó sin problemas. El café bar lucía tranquilo e íntimo, Charlie se había esmerado.

Robert miró el último mensaje enviado de Blake. Le gustaba el nombre, le indicaba que ya estaba en el café bar y que llevaba una bufanda amarillo canario. Siguiendo las indicaciones, entró y barrió el local con la mirada. No pudo distinguir a su cita, por lo que se acercó a una camarera y le dio el detalle de la bufanda amarilla. Por suerte, los empleados se habían fijado en la destacada indumentaria y llevaron a Robert al fondo, donde lo esperaba Blake.

Se acercó a la mesa haciendo que Blake levantara la vista, se disculpó por la pequeña demora y agradeció que la aceptara restando importancia al retraso. Era mono, al levantarse y darle la mano, Robert observó que medían igual, aunque Blake era más delgado. Tenía rasgos asiáticos, por lo que no podía hacerle preguntas sobre su descendencia. Era agradable y parecía tener los pies en la tierra, le gustaba su cita y esperaba causar la misma impresión él.

La camarera se acercó a ellos y les ofreció las cartas, agradecieron el servicio y pidieron de beber dos vasos de agua.

—Siento de verdad el retraso —dijo Robert de nuevo.

—No te preocupes, de verdad —respondió Blake. Robert sonrió, le gustaba su voz, era calmada y suave. No acostumbraba a ser el activo en una relación, pero no descartaba hacerlo con aquella belleza.

—¿Conocías este lugar? —prosiguió Robert.

—Sí, espero que no te importe, lo propuse yo.

—¡No! Me gusta, es agradable, como tú…

—Gracias —dijo Blake, complacido por el cumplido—. Tú también… ¡Ay, mi madre!

Robert levantó la ceja y miró a Blake tras su repentino cambio de actitud. Echó un vistazo a su alrededor intentando encontrar una explicación e incluso bajó la mirada y se escrudiñó, esperando no encontrar algo desagradable sobre él.

—Disculpa, ¿pasa algo? —preguntó con cautela.

—No me lo puedo creer, no puede ser él… —continuó Blake ignorando la pregunta de Robert.

—¿Disculpa? —repitió Robert ante el insistente asombro de su acompañante.

—¡Mira a tu izquierda! —señaló, intentando no alzar la voz—. ¡Es David Han!

—¿Quién? —preguntó Robert, mirando, como le había pedido Blake, a su izquierda—. David ¿qué?

A su izquierda observó en la oscuridad la figura de un hombre que parecía estar al igual que ellos en su propio mundo; la repentina fascinación de Blake no le pasó desapercibida a Robert, que le pidió de forma sosegada que volviera a centrarse en la cita. Este, sin apenas escucharlo, cogió su teléfono de la mesa e hizo una llamada.

—Zorra, no te vas a creer quién está en el café bar conmigo. David Han… Claro que es él, no miento. Es él. Claro que no me he acercado… OKOKKK. Tenemos que acercarnos —afirmó Blake al colgar.

—¿Qué? ¡No! —respondió Robert, estupefacto ante la ocurrencia de su cita.

—¿Cómo que no? Yo me acercaré a él, tú decides si vienes o no.

—¿Por qué? —preguntó Robert.

—Es David Han, la estrella de cine coreano más importante del momento, ¿cómo no lo conoces? Lleva años trabajando y estrenó una película el año pasado aquí en Estados Unidos. Doble juego, arrasó en la taquilla.

—Sí, me suena la película, pero no la vi… No quiero que nos acerquemos a él, quiero conocerte mejor.

—Y yo a David Han, vamos… —replicó Blake, acabando con la discusión y levantándose.

—Ni siquiera sabes si es él. —Su mirada decidida como respuesta no dejó margen para otra réplica. Robert se levantó y siguió los pasos de su cita hasta la mesa del desconocido, o eso esperaba.

Hizo de tripas corazón e inició, sin muchas ganas, su aproximación a la última mesa del local, situada en una esquina que no permitía una visión recta desde la entrada y gran parte de la cafetería. Era posible que Blake no anduviera mal encaminado después de todo, un sitio así solo lo escogería alguien que no quisiera llamar la atención o ser observado. Robert chocó con Blake, que se detuvo de repente, sus divagaciones policiales lo habían hecho olvidar la misión original.

Blake miró a su espalda buscando un último apoyo por parte de Robert y respiró una bocanada de aire antes de dar otros dos pasos.

—Perdone —dijo con timidez, temiendo provocar una reacción negativa en la persona de delante, que continuaba con la cabeza gacha—. Perdone… ¿Señor Han?

Robert emitió un suspiro cansado, molesto por haber cedido a las exigencias de su cita, dejándole claro que no estaba tan interesado en él como esperaba. Se acercó a Blake y miró por encima de su hombro, el hombre no les hacía ningún caso y era una pérdida de tiempo seguir parados ahí sin hacer nada. Se sentía un hipócrita teniendo en cuenta que esa misma mañana habría estado en la misma situación, pero no quería que se estropeara la cita por un simple juego de espías.

—Blake, deberíamos volver a la mesa —dijo el periodista.

—Perdone… ¿Señor Han? —repitió Blake, ignorando la sugerencia de Robert.

Molesto al verse apartado a un tercer plano, Robert echó una última mirada a Blake y otra al hombre que seguía embelesado con el libro que leía y lo que parecía una taza de té o café. El periodista observó a su espalda lo poco que se veía del local desde esa zona mientras oía a Blake insistir tímidamente con aquel hombre que, al final, levantó los ojos y los miró.

Robert sintió que perdía todo el oxígeno de su cuerpo y todo el control de este. La mirada de esos ojos negros y profundos hizo que notara algo que hasta ese momento nunca había sentido, una atracción desconocida y primitiva. Conocía el deseo y la lujuria, pero no de aquella manera tan visceral. Robert se estremeció y sacó fuerzas de donde apenas le quedaban para disimular el fuego que sentía en su interior. No solo era guapo, sino también atractivo, aunque a mucha gente le pareciera que las dos cosas eran iguales.

Un pelo liso y negro caía sobre sus delicadas facciones asiáticas y su fuerte mandíbula, que se relajó para dejar paso a la sonrisa más sexy e intimidante que había visto en su vida. El hombre se echó para atrás para tener una mejor visión de ellos, todo en él gritaba confianza y masculinidad. Los dos hombres, claramente afectados por la inesperada atención del tercero, dieron varios pasos atrás sin apenas darse cuenta.

—Hola, perdón, no los había visto. ¿En qué puedo ayudarlos? —Robert tembló ante el sonido de aquella profunda voz, aunque era de esperar.

Tenía los hombros anchos, fuertes, y parecía bastante alto. Viendo que Blake había perdido también la capacidad de hablar, Robert tragó saliva para hidratar como fuera sus cuerdas vocales y habló como pudo.

—Per… perdone, es que…

—Disculpe… —interrumpió Blake—. Mi amigo y yo… —«¿¡Amigo!?», pensó Robert— nos preguntábamos si era usted… David… David Han.

El hombre esbozó una delicada sonrisa que calentó cada centímetro del cuerpo de Robert y respondió.

—Sí, soy yo.

Blake palideció ante las palabras de confirmación, miró a Robert y apenas pudo controlar su cuerpo, que cayó sobre la silla que tenía delante y enfrente de David Han.

—Señor Han… —dijo apenas pudiendo contener la emoción—, soy un gran admirador suyo, apenas podía creer que fuera usted.

—Por favor, llámeme David, siempre es un placer conocer a un fan. —David levantó la mirada hacia el joven que se mantenía de pie y le hizo un gesto de afirmación para que se sentara—. Por favor, acompáñenos.

Robert dudó ante la invitación del actor y miró a Blake, que le insistía con la mirada a que no rechazara la amabilidad del anfitrión de la pequeña mesa.

—Estoy un poco de incógnito, si se puede decir así, y el que se mantenga de pie llama la atención.

—¡Por el amor de Dios, siéntate, Robert! —exclamó, exasperado, Blake.

Robert obedeció y se sentó rápidamente, el gesto no pasó desapercibido para David, que agradeció la acción con otra sonrisa.

—¿Qué… qué lo trae por Los Ángeles… si… se puede saber? —preguntó Blake con curiosidad.

—Te lo diré si me guardas el secreto —contestó David, mirándolo.

«Descarado y sinvergüenza», pensó Robert por el tono seductor que usaba el actor para hablar con Blake. Aunque a él también lo afectara.

—¡Claro que sí! —dijo Blake, emocionado—. ¡Y él también! —añadió, señalando a Robert.

—Confiaré en vosotros, siento que sois buena gente.

—Si no nos conoce, ¿por qué va a confiarnos esa información? —habló finalmente Robert, percatándose de lo mal periodista que era. «LaBelle», se dijo a sí mismo.

—Por eso he dicho que lo siento, siento que puedo confiar en vosotros. ¿Nunca has sentido cosas que no puedas explicar, Robert?

Escuchar su nombre salir de aquellos labios fue más de lo que podía aguantar. Robert se movió intentando evitar que se percataran de su cambio de postura, aquel sonido había llegado a un punto sin retorno. Aunque hizo todo lo posible para pasar desapercibido, no podía quitarse de la cabeza que de alguna manera el señor Han sabía lo que estaba haciendo y lo disfrutaba.

—Eso, Robert, deja que nos cuente.

—Voy al baño —avisó Robert, y se levantó. No era sensato irse teniendo en cuenta su profesión, pero la actitud de Blake o la del actor, no sabía muy bien cuál, lo estaba afectando.

Robert entró en el baño y se acercó al lavabo, recordó el tiempo que le había tomado prepararse para aquella cita y estaba claro que sobraba en el grupo. Se lavó las manos por costumbre y se las secó con el servilletero. Saldría de aquel baño, se despediría de Blake y se iría a casa.

La puerta del baño se abrió y se cerró al instante tras David Han. Robert se sobresaltó y giró. Sentado era imposible verlo, pero de pie y tan cerca, David Han confirmaba todas las sospechas físicas de Robert sobre él. Era alto, más de uno noventa, y cada parte de aquel escultural cuerpo parecía forjado para el pecado.

—Disculpa, no quería asustarte… No era mi intención interrumpir vuestra reunión.

—Cita —corrigió Robert—. Era una cita, aunque fuimos nosotros los que nos acercamos.

—Me voy, ya me despedí de tu… cita; nos hemos sacado más fotos que en una sesión profesional. La verdad es que me preguntaba si no te importaría darme tu teléfono.

Robert recobró la consciencia en la que se había sumido admirando aquel cuerpo sin apenas darse cuenta.

—¿Mi teléfono? —repitió, sorprendido.

—Sí… ¿por favor?

—Por fa… ¿qué?

«No puede estar pasando —se dijo Robert—. Alguien como él no puede estar pidiéndome el teléfono». No supo muy bien qué paso, pero entre tanto descontrol corporal, dudas y la tensión del ambiente, David Han salió de aquel baño con su teléfono, email, dirección e Instagram. Nadie podría juzgarlo.

Una vez que cerró la puerta del taxi de Blake, Robert fue hacia su coche, entró en él y se quedó quieto en silencio; le temblaba todo el cuerpo y apenas podía creer lo sucedido. Definitivamente, aquel sería un día para recordar.

CAPÍTULO 3

Tarde o temprano tendría que volver a la realidad, se repitió Robert mientras vaciaba su mochila y colocaba sus cosas sobre el escritorio. Lexi llegaría en cualquier momento dispuesta a bombardearlo con preguntas sobre su cita con Blake. Robert aplacó su interrogatorio durante el fin de semana y le pidió una tregua hasta que se vieran en la oficina, necesitaba tiempo para procesar lo ocurrido, cosa que parecía irónica, ya que no había recibido ningún intento de contacto por parte de David Han. El joven sonrió para sí mismo recordándose que tal vez estuviera confundido y toda aquella situación hubiera sido un mero malentendido. ¿Cómo iba a ser posible que alguien como él se fijara en él?, se preguntó mientras se sentaba y encendía el ordenador.

—¡Aquí estás! —exclamó Lexi, sobresaltando a Robert.

—Hola… —respondió con timidez.

—¿Hola? ¿Es lo único que tienes que decirme? No te agobié como me pediste, así que ahora te toca contar tu versión.

—¿Mi versión? —dijo Robert, sorprendido.

—Sí, Blake le dijo a Charlie que la cita no fue muy bien.

—Ah, ¿y qué más dijo?

—Nada más, solo eso.

Robert asintió en respuesta, al menos debía reconocer el hecho de que Blake cumpliera su palabra con David y no hubiera dado más detalles de la cena. ¿Por dónde podía empezar para explicar toda la locura vivida en ese local? No fue culpa suya, desde el principio se mostró abierto a conocer a su cita, que no solo le agradó, sino que también parecía una persona atenta.

—Dijo que estuviste distante todo el rato. —«Hijo de…». Robert desechó el pensamiento y volvió en sí. No valía la pena.

—¿Sabes algo de David Han? ¿Quién es o…? ¿Algo?

—¿Quién? ¿Eso que tiene que ver con Blake?, no me cambies de tema, ¿qué pasó en la cita?

—Lexi, por favor, olvida la cita —rogó Robert a su amiga—. ¿Conoces a David Han?

—No…, no me suena. ¿Quién es?

—Es un actor coreano, parece ser muy famoso. ¿De verdad no te suena?

—No, ¿es por algún trabajo? —preguntó Lexi con curiosidad.

—Lo busqué en la red, estuvo en una película del año pasado… Doble juego.

—Esa sí, fui a verla al cine con Charlie.

OK, ¿había algún asiático en ella?

—Ahhh, sí, ahora que lo dices, sí. Era una especie de versión asiática de Henry Cavill. Se me quedó porque cuando Charlie se fue de viaje esa misma semana, me ayudó con el vibrador. —«Dios», pensó Robert, Lexi no se cortaba con nada—. Si tanto te interesa, hay alguien que podría ayudarte; Tom, el del departamento internacional, si eres famoso y extranjero, Tom te conoce, si no, no eres tan famoso.

***

Robert caminó por los pasillos siguiendo a Lexi, quien lo guiaba hasta la parte internacional de HotGossip; ciertamente, si necesitabas información de algún famoso extranjero, Tom era la Wikipedia de la empresa. Tal vez estuviera exagerando, ¿qué pretendía descubrir con aquella cruzada? Ni siquiera lo había llamado. Robert recordó toda la información que le aportó Google sobre el actor durante el fin de semana, no haber cambiado a modo periodista en ese restaurante solo demostraba las razones por las que Sarah no le permitía salir de su mesa. Se sentó con el mayor actor del momento surcoreano y no se le pasó por la cabeza hacerle ningún tipo de pregunta.

Tom giró la silla y se encontró con Lexi; no recordaba al joven que lo acompañaba, pero se apresuró a darles la bienvenida.

—Hola, Tom, ¿qué tal? Este es Robert, está en la sección de cotilleos, es parte del equipo que reescribe y corrige artículos.

—¡Hola! —saludó Tom con entusiasmo sin aún recordar a Robert—. ¿En qué puedo ayudaros? —Lexi miró a Robert, que se adelantó un par de pasos.

—Queríamos saber si nos podrías decir algo de David Han —dijo Robert en voz baja.

—¡David Han! —repitió Tom con asombro—. Bueno, sería repetir todo lo que hay de él en la red, pero es un actor coreano con una gran trayectoria artística en Corea del Sur, cine, televisión, incluso teatro. Estrenó una película el año pasado, Doble juego, fue un blockbuster; era un secundario, pero fue el que más llamó la atención del público. Con toda la moda coreana de ahora, Gangnam Style, BTS, Blackpink, la película Parásitos, la cosa está que arde. Se rumorea que Han está en conversaciones para otra superproducción americana, pero solo son eso…, rumores. Si su entrada en nuestro mercado saliera bien, no tendría que volver a depender del de su tierra natal.

—Vaya…, sí que pareces una Wikipedia internacional —dijo Lexi para romper el silencio del momento.

—Gracias, uno hace lo que puede. ¿Por qué os interesa, sabéis algo? ¿He de recordar que sería algo de mi departamento en todo caso?

—¡No! —dijeron los dos amigos al unísono.

—Era por preguntar —explicó Robert—, pero gracias.

—De nada, si descubrís algo, avisadme, mis ultimas noticias sobre él son que está en Corea del Sur por su nueva serie.

Robert y Lexi asintieron y se alejaron de Tom, esta última observaba a su amigo, que seguía sin querer soltar prenda de nada. Cansada de tanto silencio, lo arrastró a uno de los despachos y se encerró con él.

OK, Robert, ¿qué pasa? —preguntó Lexi al cerrar la puerta—. Actúas muy raro y te niegas a darme detalles de la cita. ¿Qué está pasando y por qué tanta curiosidad por el tal David Han?

—Lo vi ayer —dijo Robert sin maquillar las palabras.

—¿A quién?

—A David Han…

—¿Viste la peli?

—¡No! —exclamó Robert, exasperado por la conclusión a la que había llegado su amiga—. Lo vi a él, en el restaurante de la cita a ciegas. Los dos lo vimos, Blake y yo. Hablamos con él…

Lexi observó a su amigo mientras este contaba los detalles de lo ocurrido en la cena, andaba de un lado a otro como si intentara convencerse a sí mismo de todas las palabras que salían de su boca. No era habitual verlo en esas condiciones, estaba nervioso y empezó a divagar. Lexi se acercó a él y lo cogió de los hombros para que la mirara y se centrara.

—¿Y por qué Blake no nos dijo nada?

—Porque David Han lo hizo prometer que no diría nada… Creo que a mí también, pero no me acuerdo.

Lexi resopló y se sentó en una silla cercana, lo miró de arriba abajo; la historia parecía digna de una película, tal vez fuera otro intento por parte de Robert para explicar otra desastrosa cita.

—Si quieres, le diré a Charlie que pare las citas, puede que hayamos sido algo pesados con todo eso, solo quería que conocieras a alguien, pero si ya no quieres…

—Lexi…, no miento —dijo Robert, adivinando el motivo de las palabras de su amiga—. Me pidió el teléfono…

—Sí, anoche David Han, que está supuestamente en Corea, te pidió el teléfono… OK, ¿qué tal si volvemos a trabajar?

—¿Me crees? —quiso saber Robert con una esperanzada mirada hacia su amiga.

—¿Te ha llamado? —preguntó Lexi, y Robert negó con la cabeza—. ¿Lo puedes llamar? —insistió, recibiendo la misma respuesta de su amigo—. Venga, vamos a trabajar antes de que Sarah nos busque.

***

Robert entró por la puerta de su casa y enseguida olió la comida casera de su abuela. Colgó la chaqueta y dejó la mochila sobre el sofá, fue a la cocina y encontró a la mujer al teléfono, esta, al verlo, le lanzó besos y le hizo gestos para que pusiera la mesa. Robert besó a su abuela en la mejilla y volvió al salón a recoger sus cosas y subir a su cuarto. Mientras se cambiaba, repasó una y otra vez la conversación con Lexi, no podía culparla de no haberle creído, era una completa locura. Sin poder evitarlo, hizo más búsquedas sobre el actor y vio que se le habían atribuido varias parejas femeninas, entonces, ¿por qué le había pedido el teléfono? Sin explicarse por qué, notó un agudo dolor en el estómago por aquellos rumores. Apenas habían cruzado algunas palabras, ¿pero ya sentía celos? Se reprendió por aquel sentimiento.

Roberta llamó a su nieto a cenar y este bajó corriendo, parecía haberse perdido en la habitación, así que lo ayudó a colocar los últimos cubiertos. Durante la cena charlaron sobre la cita, pero Robert evitó los detalles sobre el actor. Si Lexi no le había creído, cómo iba a hacerlo ella. Era hora de dejar atrás toda aquella historia y convertirla en una divertida anécdota; no volvería a pensar en David Han y más sabiendo que él tampoco pensaba en él.

Después de la comida, Robert insistió en recoger y limpiar para que su abuela pudiera descansar, cogió su teléfono al terminar y salió de la cocina. Estaba enfadado consigo mismo por haber permitido que aquel hombre lo trastornara tanto. Apagó las luces y se dirigió hacia las escaleras, el teléfono sonó y respondió.

—¿Hola? —dijo con voz cansada.

—Hola, Robert, soy David.

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