Un amor a segunda vista

Un amor a segunda vista

Mira a través de la ventana, todo está ya oscuro, tan solo puede ver unos pocos metros de la vía, los que iluminan los faros del autobús. Ya está cansada, más de 4 horas de viaje y aún no llega a su destino. La carretera parece interminable. A pesar de su cansancio, la emoción no se va, la ilusión está intacta, volver a ver a su abuelo, es lo único que la alienta a mantenerse despierta, no se le debe pasar la parada, le provocaría una adversidad por descuido. Es un pueblo pequeño, no hay otro autobús disponible para abordar.

Ve la entrada, la recuerda, un camino de piedra bordea la cuesta hacia la cabaña, y al pie de la carretera un jardín, las flores del abuelo. Cerca la placita con las bancas de piedra, y la fuente rustica. Si esa es.

―Señor, pare, aquí, déjeme aquí, que le digo que aquí, ya!!!

Se detiene el autobús, unos metros más adelante. Con esfuerzo y tropiezos comienza a tomar su equipaje para bajarse: una maleta grande, un morral, el estuche de su guitarra, y una caja de víveres.

―Qué clase de hombres por dios, son todos ustedes ¿ya no hay caballeros?, ah, usted ―mirando a uno de los pasajeros que mueve su cabeza hacia el pasillo del autobús― es que no ve que estoy vuelta un lió, tan fea soy que no me puede ayudar ni un poquito. Y usted, si usted, el de la gorra, no le da vergüenza, con sus años, acaso no tiene hijas. Pero qué barbaridad, ¿ni siquiera usted señor chófer, me ayuda? Pues aquí me quedo sentada y no me bajo, hasta que no vengan a ayudarme.―se posó sobre la maleta grande, trancando la salida de pasajeros, la entrada del autobús.

―Pero que niña esta. Ayúdenla a bajar, que ya quiero llegar a casa. Vamos! ―el chófer le ordena a sus vecinos pasajeros, con voz firme y gruñona.

Dos de los pasajeros bajan las maletas y se las ponen a un lado de la carretera. El chófer le dice:

― ¿le parece bien? Por estos lados no tenemos mucho eso que dices de caballeros, aquí las mujeres no son tan blandengues como tú, muchachita caprichosa. ¿Acaso ellas nos ayudan a cargar a nosotros? Jajaja, si vas a estar unos días ya sabrás como son las cosas por acá.

―Gracias muy amables―les dice sarcásticamente― si ya se, aquí vive mi abuelo, pero igual no dejan de ser unos patanes!

En la carretera, con el equipaje sobre el pavimento, ve marchar al autobús. El sinsabor del rato se le queda atravesado en las entrañas como una hiedra venenosa que le amargó por un momento la llegada, igual se dispone a plena oscuridad, a organizar los trastes, para caminar y terminar de llegar a casa de su abuelo. Se acomoda la gorra, y los tirantes de la braga de blue jeans. Toma la caja de víveres y la monta sobre la parte superior de la maleta reposándola en la manilla alargada que sujeta con la mano derecha. El morral se lo cuelga a la espalda. La guitarra la toma con su mano izquierda. A duras penas va avanzando como tortuga que nunca ve la meta.

―Vaya que tipejos esos, ah! Dónde quedaron esos hombres que te abrían la puerta, que te trataban como una reina, y no soy ninguna blandengue, soy capaz y muy fuerte… pero eso se siente tan bonito ¿Cómo se enamoran las mujeres acá?, ¿qué clase de romance se dará por estos lares?, ordinarios eso es lo que son, bárbaros…

―Buenas noches, me permite señorita― de repente dice un joven, que hace rato la observa, sentado en una de las bancas de la placita, que da al camino real.

―aaaaH― la chica pega un brinco del susto, ante tan inesperado encuentro. La voz ha salido de la nada y más aún la presencia― Qué eres un fantasma, eres de verdad, o alguien de este pueblo que se quiere desquitar de mis insultos ―dice ella entre asustada y molesta.

― Ni una cosa ni la otra. Tu abuelo, mi padrino me encomendó esperarte, y aquí estoy para cumplir tal mandato.

―Vaya!, pero que susto me has dado. Podrías haberte acercado hace rato, como es que apenas te apareces ahora, no ves cómo estoy atareada tratando de moverme con todos estos peroles.

―Si lo veo, y también he escuchado tu berrinche. La verdad me estaba divirtiendo un poco, hacía tiempo que no veía tal espectáculo, por aquí usualmente no pasa casi nada.

―Acaso soy un payaso, para que te rías de mí. Cómo puede mi abuelo tener un ahijado así, de seguro eres feo, odioso, pretencioso… bueno ya odioso eres.

―Por lo que creo, tú de seguro eres más. De donde sale que una chica traiga tanto equipaje a una casita de campo. Acaso le vas a lucir a las vacas, o le vas a cantar a las ranas. Seguramente esa guitarra es de adorno.

―Insolente, bárbaro… mmm… no se ni que mas decirte…como te atreves.

Vaya, pero hasta corta de palabras es, no me extraña para nada.

―ahhhh, patán…

―Ya llegaste, mi nietecita ―Se escucha la voz del abuelo bajando por la cuesta de su cabaña― Lleva las maletas a la casa, Fernando, ubícalas en el cuarto que preparamos para mi nieta. ―le dice al ahijado.

El joven inmediatamente recoge el equipaje y se dirige a la casa. De pronto, sin más, dejando lo anterior atrás, el rostro de la chica se llena de alegría y grita de algarabía:

―Abuelito, abuelito, por fin llegué.

Se abrazan enternecidamente, y se besan con dulzura. Tomados de la mano suben hacia la cabaña. La joven ve la cominería de piedra, la placita, y también la quebrada que pasa por debajo de la cabaña, donde tantas veces de niña lavó trastes con su abuela, ya ausente. Van conversando y contándose memorias de tres años sin verse.

―Échate un baño caliente y arréglate porque o te pusiste fea o tú no eres mi nieta, pues no te recuerdo así. Luego bajas para cenar, te preparé el asado de pescado que tanto te gusta.

―Que rico, como he extrañado tu comida Abuelito. Ya verás que sigo siendo tu nietecita linda.

―Andale y te apuras, tengo mucha hambre, además estoy ansioso de saber de tu mamá, vamos! que te apures, que esperas.

―Sí, sí abuelito, ya verás que bajo en un ratito.

La chica sube al segundo piso, al cuarto del fondo, ese cuya ventana principal da al balcón desde donde se aprecia el pozo en el que tantas veces se bañó con sus hermanos de niña y al bello jardín, regalo de su abuelita para sus 15 años.

Entra al cuarto, y sin demora se da un baño con agua tibia. Luego busca en su equipaje que ponerse. Un monologo silencioso es su oyente:

―El abuelo me dijo que estaba fea, será que es verdad, porque ni los viejorros esos del autobús me ayudaron. ¿Acaso les era invisible?, ni que decir de ese patancito del ahijado, ese sí que fue de lo peorcito. Bueno ya, a ver que me pongo, mmmm, este pantalón…no, esta camisa… tampoco…este vestidito, es muy simplón… pero ni que fuera a una fiesta. Que me pasa, parezco boba, porqué estoy pensando en qué ponerme, si es mi abuelito el que me va a ver…

A la hora, después de haberle llamado unas diez veces. La nieta baja por las escaleras de madera. Su cabellera larga ahora la lleva suelta. Un vestido color turquesa tallado a la cintura y acampanado a la rodilla, adorna su torneada figura. Sus pies descalzos pícaramente pisan los escalones, a sabiendas que se han tardado en bajar. No por ello dejan de sentir la calidez del samán que tanto le gusta.

La mesa servida la espera, con un candelabro al centro, un ramillete de flores silvestres y del jardín. Su abuelito la ve y queda encantado. La belleza y simpatía de su amada nieta, lo colman de recuerdos y ternura:

―Ya decía yo, que no podías haber cambiado tanto, estas más hermosa. Vaya señorita en la que te has convertido, te pareces tanto a tu abuela. ― en tono pausadamente melancólico.

―Por supuesto abuelito, que te crees. Ves que sigo siendo tu nietecita linda. ―al tiempo que le pellizca las mejillas con cariño― Ahora sí a comer abuelito, que me muero de hambre.

―A poco tu sola, yo también. Te tardaste décadas, claro que valió la pena, jajaja. Fernando no aguantó, el ya cenó.

―ja!! , por lo que me importa. Tranquilo, abuelito, que aquí no hace falta. Ese antipático, me estropearía la cena.

―Ya se conocerán mejor, veo que comenzaron con el pie izquierdo.

―No solo con el pie izquierdo, la mano, el ojo, todo. Bueno ya, quiero comerme este asado que se ve de rechupete. Ahora sí cuéntame de todo abuelito.

Entre cena y conversa se fue el rato. Rememoraron la infancia de los padres de la nieta, los días en que vacacionaban allí, historias del pueblo… una vez terminada la cena y lavados los corotos. Ella dice:

―Abuelito te tengo una sorpresa ― secándose las manos y quitándose el delantal― aún tienes energía, o ya tienes sueño.

―¿Cómo? mi niña, aquí donde me ves tengo energía pa´rato. Usualmente me acuesto tarde y me levanto temprano, a mi edad las cosas cambian, para que perder tus últimos días durmiendo, mi pequeña.

―No, no, no digas eso, abuelito, que me asustas. Ahora es que te quedan años, mira que tienes que conocer nietos, los que yo te daré, aunque si sigo así, será para el año de la pera…igual los vas a conocer. Bien, entonces espérame un ratico ― tomándolo del brazo lo lleva hasta la sala, y lo sienta en el mueble color café, cerca de la chimenea― quédate aquí ya vengo.

Y ahora que se te va a ocurrir, ya veo que sigues de inventora como siempre. Esta nieta mía que no se sabe estar quieta ― le dice antes de marcharse.

―Ja! que le vas hacer, salí a ti ― dice con picardía, mientras sube las escaleras.

Entro a la habitación. A los pocos minutos bajo con“Boni” su guitarra. Se sentó al centro de la sala, dando la espalda al comedor, en el viejo banco de caoba, frente al mueble donde estaba su abuelo.

―Abuelo esta canción la escribí hace unos meses, se llama “Al Amor Verdadero” Está inspirada en tu historia, la que creaste con mi abuelita, es un homenaje para ambos. Ese es el amor que yo sueño, yo también lo quiero vivir, no deseo menos que eso y así será!

El abuelo se conmovió por las palabras de su nieta y se quedó a la espera de escucharla. Ella, comenzó a tocar la guitarra y a cantar. Una voz entre dulce, grande y poderosa, se adueñó de todo el lugar.

En el infinito,

en el horizonte,

un amor caminante

que busca donarse

a un amor verdadero.

Los amantes se encuentran

y sin piel y sin cuerpos,

se entregan en silencio,

al amor verdadero,

al amor que libera,

al amor que ennoblece.

Inevitablemente llegó a oídos de Fernando, quién estaba en su habitación leyendo a Julio Cortazar. Aquella melodía le hizo palpitar el corazón como nunca antes, la voz traspaso sus sentidos. Una sensación incomprensible, que hasta ahora desconocía, le colmo el pecho. No pudo más que bajar a la sala tal como estaba, sin camisa, con una pantaloneta beige y los pies igualmente desnudos.

En el infinito,

en el horizonte,

donde no hay las fronteras

pensadas por el hombre,

que limitan sus huellas.

Los amantes se aman

con una simple mirada,

que atraviesa sus almas

que enloquece sus vidas,

y serena sus cuerpos

consumidos en llamas.

Piso uno a uno los escalones. Tanto sus pies como sus labios enmudecidos, solo oían la voz que venía de la sala. Al llegar al comedor, ella seguía cantando. Se detuvo, para seguir escuchando su interior, sin que ella se percatara de su presencia,

En el infinito,

En el horizonte.

bellas luces se encuentran

y danzan jubilosas

sin formas ni apariencias.

Muchos seres se aman

ofreciéndolo todo

desnudando sus sueños,

al mañana esperado

al futuro deseado

utopía real.

Su voz penetraba cada uno de sus poros, por supuesto también se quedó paralizado al verla, cómo no verla, su cabellera color castaño, ondulada y larga, le llegaba a la cintura. Los hombros descubiertos, las piernas y sus pies desnudos, su mano izquierda abrazaba el diapasón de la guitarra. Toda una diosa ante sus ojos, un arcoiris de colores, sonidos y de aromas percibía su piel, sus sentidos, hasta la punta de sus bellos. No conocía su rostro, no había aún visto sus ojos. Aquella aparición seguía cantando. Fernando había entrado en su encanto, en su mundo, un nuevo mundo del que ya no podría salir jamás.

El verdadero amor

nace en la libertad,

nace en la pureza del corazón,

no entiende de egoísmos,

de propiedades ni de vanidades.

El verdadero amor,

traspasa la locura,

al deseo y a la pasión,

no quiere poseer,

pero cuando se entrega,

se dona sin reservas,

viviendo eternamente agradecido.

Ella termino de cantar, el abuelo la aplaudió sin cesar, entre sollozos y sonrisas. La chica colocó la guitarra sobre el mueble grande de la sala, y se dirigió a donde su abuelo para abrazarlo. Entretanto Fernando, la vio levantarse. Sus ojos, atónitos eran testigos de una transformación inesperada. La jovencita caprichosa, en minutos paso a ser la mujer de sus sueños.

Ella de pronto se da vuelta, se percata de Fernando. Él se le acerca lentamente, cuán caballero sin igual, cuán galante renacido, le toma la mano derecha y con una voz gratamente varonil, le dice:

―Me llamo Fernando, un placer conocerte―mirándola a los ojos, esos ojos color esmeralda, que completaron su encantamiento, su encarcelamiento libertario a su mirada y a su interior. En ese interior el final de la canción cobra vida:

Hay que ser capaz de amar,

con verdadero amor

donde la razón y piel

dan paso a la ternura,

ese que genera paz,

ese que siembra verdad

ese que puede sanar

toda vaciedad.

Ella lo mira, se sonroja, siente su presencia, su palpitar, su respirar, su aliento. Siente su mirada, siente que la abraza, que la besa, que le talla en su porvenir, un “Soy tuyo y tú eres mía”, aun cuando no se tocan, aun cuando ni siquiera se rozan. Sin dejarle de mirar, coqueteando con el cabello en sus dedos izquierdos, le contesta con un dulce abreboca:

―El gusto es mío, me llamo Marisol.

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