Sentimientos Encontrados (Y perdidos de nuevo)

Sentimientos Encontrados (Y perdidos de nuevo)

Oscar Ruiz

04/04/2020

-Pon en palabras cómo te sientes – me dijo ella -Te hará entender mejor lo que sientes… racionalizarás tus sentimientos, y podrás encontrarle solución – me dijo de nuevo, mientras me sacaba de su consultorio.

-Me siento negro. Rodeado de un torbellino gris, donde se vislumbra de rato en rato una iluminación azul oscura causada por un rayo que sale del mismo y oscuro centro. -le dije.

-Es fácil perderse en abstractos. Sea más específico. Explique con lujo de detalles lo que le pasó, y me lo muestra la semana que viene. – dijo, cerrando la puerta, separándonos.

Así que me dirigí a casa, caminando mientras meditaba de mi infortunio.

Al fin y al cabo, yo era la víctima… ¿Verdad?

Hice y actué como me parecía correcto. No hice nada mal… ¿verdad?

– Siempre te hechas la culpa – me dice esa voz del fondo de mi ser – Intentando darles la razón a esas personas que te lastimaron. Querete un poquito.

– ¿Te das cuenta que somos la misma persona, no? – Le respondo, enojado.

– Claro que sí. Pero estoy aquí para equilibrar tu opinión respecto a vos… ¡y para hacerte compañía obviamente!

Dejo de escucharme mientras abro la puerta de la casa. Cualquier extranjero del pequeño país que considero mi hogar, creería que soy un hombre desprolijo y austero. Lo poco que tengo se encuentra disperso estratégicamente para que te encuentres con algo inútil cada dos pasos. Nunca le di mucha importancia, ya que entre el trabajo y mi vida nocturna, llego sólo a dormir.

Esta noche, por mala suerte, sólo me queda mi presencia. Todos con los que quedé salir, me fallaron, y ahora tenía que improvisar compañía.

Salir a conocer a alguien a algún bar estaba fuera de lugar, ya que no sólo me encontraba sin dinero, sino que había una alta probabilidad de que las personas con las que me encontrase no fuera de mi agrado (esto lo digo con experiencia).

Parece que no me queda otra. Tendré que dormir temprano, y lidiar con mis inseguridades y pensamientos en esos incómodos diez minutos de intimidad absoluta que se nos da antes de dormir.

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-No puedes dormir, ¿no?- me dice mi otra voz, con tono sarcástico.

Pasaron tres horas y seguía dando vueltas, luego de que me aburriese leer, ver una película, bañarme y ver el techo como si este tuviera algo interesante para contarme.

-Al parecer no podemos dormir- le respondí, mientras encendía la luz.

-¿Qué te tiene mal?

-Ansiedad que no pudo resolver el psicólogo al parecer.

-¿Cómo te va a resolver cualquier cosa si no le haces caso?

-Parece que tendremos que escribir lo que pasó.

-¿Sin abstractos?

-Sin abstractos.

Supongo que todo comenzó cuando me picaba el codo, harán unos cinco años atrás. Me encontraba en la primera clase del año de la universidad. En esa época tenía la superstición de que conocería a alguien importante cuando me picaba el codo.

(¡Sin abstractos dijimos!)

Bueno. Efectivamente, entre el escozor y la baja presión que anunciaba lluvia, sabía que alguien aparecería. Y sería pronto. Comencé a buscar a mi alrededor para encontrarme rodeado de un grupo de desconocidos. Nadie sobresaliente. Excepto ella.

Tenía un aura especial… de color morado si podría decirlo…

( – Che… segunda advertencia!)

Bueno! Ash… ¡que no dejan expresarse como la gente!

Cuando la ví me dí cuenta que era distinta. Tenía algo que me llamaba la atención desde el subconsciente. Como si la conociese de antes, o como si debería conocerla ahora. Se dió cuenta que la estaba viendo. Se puso nerviosa y miró al frente. Salí una hora después del aula al recreo, sin intentar siquiera cruzar los ojos con ella (ni con nadie). Me dirigí a mi aburrido y seguro trabajo, de ahí a casa y a la cama.

De esta manera cursaron las primeras semanas. Entre miradas, aburrimiento y sueño. Hasta que me animé a hablarle… al fin y al cabo, lo peor que podría pasar era que salga de mi monotonía de una forma u otra.

(- Estás rozando la abstracción de nuevo. ¡Y te estás perdiendo en detalles!)

– Hola! ¿Disculpa, pero no se si te animarías a salir a charlar un rato mientras tomamos un café?- le dije.

– Pensé que nunca me preguntarías! Claro que sí! – Me dijo ella, sonriendo.

Me pareció de entrada raro. Estaba seguro que era mi usual desconfianza y prejuicio hablando pero… si ella quería hablarme antes, ¿por qué no me hablaba? ¿Sería lo mismo de siempre, donde el hombre sería el que tiene que tomar la iniciativa, mientras la mujer le cuestiona todas las decisiones que toma sin siquiera sugerir o promover alguna alternativa? ¿Era el «no sé» algo normal para ella, donde quería decir, pasivo agresivamente, que sabía lo que no quería pero prefería que sufras con sus constantes negativas? ¿Era mi paranoia pensando?

Después de varias salidas más, formamos una pareja. Nos enamoramos. Dejé la paranoia de lado y me fui acostumbrando a sus fallas y errores hasta que me parecieron normales. El enamoramiento me hizo bajar las defensas, hasta que comencé a cuestionarme ciertas cosas… como por ejemplo, yo siempre tenía que tomar la iniciativa, y ella me cuestionaba cada decisión que tomaba. Que constantemente me decía «No sé» cuando sí lo sabía y me decía para hacerme creer que seguía teniendo algo de poder de decisión.

Y antes que me dé cuenta, pasaron años, y ella me engañaba con otro.

¿Cómo no sentirse mal, cuando la persona que creías que era el amor de tu vida, parece tan hipócritamente feliz con otro?

¿Eres tan fácilmente reemplazable?

¿Le importas realmente a alguien?

“Te reemplazaron por comodidad” dice mi lógica.

“Te reemplazaron porque estás gordo” dice mi autoestima.

“Te reemplazaron porque no eres suficientemente bueno” dice mi amor propio de nuevo.

“A quién le importa” me digo, intentando alejarme de todos los sentimientos negativos que recorren mi cuerpo.

“Se pueden ir a la mierda todos! quisiera gritar y que todo el planeta me oiga!»

A quién le importa lo que te pasa? Siempre te ofrecen consuelo o sus soluciones condescendientes, pero nunca te sacan del fango.

No me desilusionó al final. Me decepcionó.

Su peor lado fue el que terminó imperando sobre lo mejor que veía en aquella persona… y me apena que no haya podido sacarme mi mejor lado, y haya potenciado tanto mi peor lado que me olvidé cómo era el lado original, y tenga que ir a un psicólogo para que me ayude a entenderme, sólo para que éste me haga escribir lo que estoy escribiendo ahora. ¿Feliz licenciada?
Ahora que tiene esto, ¿Cómo planea ayudarme?

– Creo que te ayudaré a que publiques un libro.- Me dijo, levantando la mirada de la hoja.

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