<<Tal vez sea lo mejor>>, es lo que la gente suele decir para darle una justificación a lo sucedido, para encontrar una especie de consuelo en sus actos, para aminorar el dolor que acongoja a sus corazones. Y existe ese <<tal vez>> porque todo es incierto, porque se ignoran muchas cosas y la cantidad de posibilidades es infinita. <<Tal vez sea lo mejor>>, es lo que mamá dice cuando ya no hay otra opción para salvar mi vida, aceptar el pacto con un demonio es el único camino que queda.

Mi nombre es Gavriel Grimshaw. A la edad de 2 años me diagnosticaron la enfermedad de Charcot-Marie-Tooth, un trastorno neurológico que provoca debilidad muscular, entumecimiento y disminución de sensibilidad. Perdí totalmente la función de mis brazos y piernas a los 4 años y mis músculos de la deglución se volvieron tan débiles que tuve que ser alimentado a través de un tubo en el estómago. Mi situación empeoró cuando mis músculos respiratorios también resultaron afectados, por lo que cualquier infección respiratoria sería un peligro mortal.

La magia no podía salvarme. Papá se arrancaba los cabellos debido a la frustración e impotencia que emergía como tallos inquebrantables para destruir las ilimitaciones de su preciada magia. A uno le venden la idea de que con hechizos y encantamientos puedes llegar a tocar el cielo con las manos, puedes conseguir cualquier cosa que tu imaginación desee, puedes descubrir mundos nunca antes ideados; ¿pero de qué sirve tanto poder si no puedes salvar a quien más amas?

Es en una noche abatida que mis padres deciden invocar al demonio Alouqua, quién les ha ofrecido congeniar un pacto para arrancarme de las manos de la muerte. A pesar de encontrarme en una edad muy temprana, soy capaz de reconocer los símbolos dibujados con sangre en la puerta de mi habitación, su precisión y color carmesí se queda grabada en mi memoria. Luego de que papá recita un encantamiento, Alouqua hace acto de presencia, saliendo de un rincón que no termino por descubrir.

—Me alegra saber que existe un poco de sentido común en ustedes los magos —su voz grave y maliciosa resuena como si tuviera adicionado un amplificador.

—¿Puedes salvar a nuestro hijo? —mamá pregunta, está sentada sobre una silla, muy cerca del borde de la cama donde me encuentro yo.

Todo este tiempo mis ojos han estado fijos al techo. Debido a la inmovilidad que aprisiona mis músculos, solo puedo conocer el rostro del demonio cuando ella se aproxima a la cama. Sus cabellos son largos, negros tal cual noche oscura; su pálida piel logra resaltar el enrojecimiento de sus labios, estos se tuercen en una macabra sonrisa luego de percatarse de mi inocente escrutinio. Lo que me suscita más curiosidad son sus ojos de un azul índigo; hubiese esperado hallar negrura en ellos, pero lo único que encuentro es fascinación.

—Yo puedo ayudarte —susurra, el aroma de su aliento es muy particular—. Te daré una nueva vida, verás con otros ojos y probarás con otra boca. Serás una versión mejorada de ti mismo, ni siquiera la muerte podrá tocarte. Solo debes entregarte a mí, sucumbir ante la inmaculada noche.

Desvío la mirada por un momento hacia mamá; está cansada, lo puedo notar en las ojeras que se aferran a su rostro. Por otro lado, papá me toma de la mano para dejar suaves caricias sobre el dorso. Sé que el deseo de Alouqua es poseer mi alma, pero ya no soporto continuar viviendo de esta miserable manera, quiero salir al mundo y experimentar las diversas tonalidades que una existencia ordinaria tiene para ofrecer.

—Sálvame —debo hacer un esfuerzo sobrehumano para aceptar el pacto que daría fin a mi vida como la conozco.

Alouqua vuelve a mostrarme su sonrisa petulante y de pronto la veo morderse la muñeca con unos afilados colmillos retráctiles que aparecen en su blanca dentadura. La sangre no tarda en escurrirle por el brazo, y antes de darme cuenta de sus intenciones, me abre la boca para dejar caer el líquido carmesí dentro de ella. La miro, completamente estupefacto, el sabor metálico que inunda mis papilas gustativas me recuerda lo que alguna vez fui capaz de hacer.

—Deja que mi sangre consuma tus fibras mortales —murmura mientras se lame sus propias heridas—. Ahora solo debes…morir.

Ipso facto me sujeta de la cabeza y los hombros y me rompe el cuello de un movimiento brusco. Pierdo la vida tan rápido como se me otorgó; es oscuridad, un vacío eterno, la culminación de una creación divina, el grito mudo de una existencia desdichada. Cuando abro los ojos, un penetrante dolor me quema las entrañas, lo siento extenderse por cada una de mis células al mismo tiempo que mi cuerpo se retuerce de una forma espeluznante. Entonces grito con toda la fuerza que se me mantuvo prohibida, grito como un alma en pena que finalmente se abre paso a la libertad. Y no es hasta que los brazos de Alouqua me envuelven que mi dolor comienza a marcharse, dejando un camino expedito para la tranquilidad.

—¿Qué…? ¿Qué le has hecho a mi hijo, demonio? —mamá pregunta con una voz sollozante.

—Lo que ustedes me pidieron, lo he salvado.

—¡Mientes! Lo convertiste en un maldito demonio como tú —mi papá escupe, puedo notar la rabia que se manifiesta en una vena saliente que cruza su frente—. Quítale tus sucias manos de encima.

—¡Pero está vivo! —Alouqua replica aún conmigo en sus brazos—. Ahora es más fuerte, veloz, indestructible.

—Papá… —musito. Una sonrisa de felicidad ilumina mi rostro al no sentir molestia alguna. Bajo de la cama con movimientos que son desconocidos para mí y me acerco a él—. Papá, ya no duele.

Todo es tan diferente. No solo porque mis músculos y terminaciones nerviosas son funcionales, sino también porque todo me resulta mil veces mejor. Mis sentidos sobrepasan las capacidades humanas e incluso advierto un poder vigorizante que se acumula en los tejidos de mi núcleo.

—Mamá, ahora podré jugar con los demás niños —continúo, girándome en su dirección.

Sin embargo, ese mismo poder pulsátil me arrebata un momento de cordura, instalándome una sensación abrumadora que al principio me es difícil reconocer. Observo con detenimiento el cuello de mamá, más allá de eso, la yugular que le palpita a un ritmo hipnotizante. De pronto, mi cabeza es colmada por un único e incontrolable deseo: saciar mi hambre con su bendita sangre. Pero antes de que pueda mover un músculo, Alouqua aparece en mi campo de visión y me vuelve tomar en sus brazos, como una madre que protege a su cría.

—Hazlo —susurra a mi oído.

Requiero de varios segundos para comprender lo que quiere decir. Sin más preámbulos, le entierro mis colmillos sobre la yugular y comienzo a beber con desenfreno. El sabor me es diferente a la primera vez, ahora la saboreo más dulce y adictiva, aunque me sigue maravillando el hecho de que ya soy capaz de valerme por mí mismo.

—Con calma, pequeño —Alouqua ríe—. Los primeros días son los más complicados, pero estoy segura que con unos trucos de magia no serán la gran cosa. Gavriel tendrá una vida muy interesante a partir de hoy.

Me separo del cuello del demonio con una mancha de sangre en la boca. Si esto no es vida, entonces no sé lo que es.

Etiquetas: vampiro

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