—¿Recuerdas cómo empezó todo el rollo del NPT? —me preguntó Julieta sin levantar apenas los ojos.

—Por supuesto que me acuerdo, pero ¿qué ganamos con recordarlo? ¿Acaso no han sucedido bastantes tragedias y las hemos superado ya? ¿para qué seguir anclándose a esa falsa esperanza imaginaria que de todas formas no habría salvado nuestro matrimonio?

—Te equivocas—dijo mirándome por primera vez en todo el día. En aquella ocasión no te dije lo que sentía porque no estaba la situación para cosas de ese tipo, pero no hubiera sido difícil evitar todo este rollo.

—Bueno, pero de cualquier forma es tarde para resolverlo, ¿no?

Hubo un silencio aterrador, terminó de hacer sus cosas y se fue sin decir nada. Cerró la puerta y se llevó su pequeña maleta. Había estado buscando y rebuscando las cosas que le faltaba llevarse. No sentí mucho dolor al oír el azotón de la puerta, más bien fue una sensación de vacío, tanto física como espiritual. Recordé lo que paso aquella tarde en la que las personas que estaban en la calle sintieron la lluvia dorada. “¡Mira, es polvo de estrellas! —decían los niños—. No, no seáis tontos—les respondían sus padres—. ¡Esto es azufre!”.

En realidad, todo empezó con ese polvo extraño que parecía indefenso y que no nos dejó consecuencias físicas graves, más bien cambió el desarrollo de la sociedad. Produjo rebeliones ideológicas y las mujeres tomaron las riendas de la vida después de llevar una mala racha de varios miles de años. En pocos días, la mayoría de los hombres de mi edad y mi forma de vida, nos vimos en un dilema terrible, era una situación insoportable y se necesitaba una determinación temeraria para superarla. Después de que aquellas partículas doradas se metieran por las orejas de las mujeres e impregnaran su piel, todo cambió.

La primera llamada de alarma que me hizo preocuparme fue en aquella noche en la que terminé exhausto encima de Julieta y ella me miró con sorpresa y me preguntó si eso era todo. “¿Cómo que si es todo? —le grité irritado—Si lo he hecho como si estuviera fresco, nuevo como un amante apasionado”. Ella se dio la vuelta y me pidió que me callara. Me quedé pensando en que debía dejarla de una vez por todas. Nada de lo que hacía le gustaba y era muy difícil complacerla. A la mañana siguiente me desperté pronto, me tomé un café más cargado de lo habitual y me fui al trabajo. En la oficina noté un ambiente tenso. Algo muy raro estaba pasando. Las mujeres tenían un halo resplandeciente, despedían un aroma salvaje, y nos sentíamos, la mayoría, amenazados por ellas. Alguien dijo que eso era acoso sexual, pero lo hicieron callar para que no metiera en líos a la empresa ya que estaba muy reciente el caso de Carolina, a quién su jefe la había obligado a satisfacer sus deseos en la intimidad. Nadie sabia cómo conducirse. Por la radio comenzaron a hablar de los efectos nocivos del polvo lunar o de azufre que denominaron como el Nuevo Polvo Temerario o NTP. Primero se habló de su efecto en las personas, pero poco a poco la gente se dio cuenta que las únicas afectadas eran las mujeres. Su apetito se había despertado y ninguna se preocupaba por mantener los principios morales o éticos. Empezó una cacería en la que solo los más dotados y fuertes iban a sobrevivir.

Los que tuvimos que escondernos primero fuimos los hombres de entre cuarenta y sesenta años. No había hembra que no se burlara de nuestra condición de amantes falsos y engreídos. Los hombres que ocupaban puestos de dirección salieron huyendo al ver sus deficiencias publicadas en los tablones de anuncios: Mr. James T acusado de masoquismo, fulano de tal es pederasta, tal o cual misógino…

La cosa se calentó a grados insoportables. Las mujeres se empezaron a disputar a los jóvenes atletas que podían complacerlas y los sementales se cotizaron en el mercado, los demás se comenzaron a extinguir. El NTP contribuyó al desarrollo de una sociedad más justa, pero menos científica y tecnológica. Nunca más hubo tormentas de polvo dorado y la sociedad pasó de ser una vorágine sexual a un matriarcado tolerante. Las leyes se consolidaron, se terminaron las guerras y hasta Dios cedió su paso con el fin de transformar el mundo. Se reescribieron las escrituras y las mujeres siempre se sintieron orgullosas de su género.

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