Microcuentos

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kallfu Am

13/06/2019

El poeta

Había una vez un poeta que en las estaciones y las plazas declamaba. Era tal su suerte, que con las palabras daba vida hasta a los objetos más inertes; dábase el lujo con el verbo, incluso, de darle vida hasta a la propia muerte. Hablaba de una forma tan profunda del corazón y de la mente, que a cualquier humano pudiera causarle asombro tal normalidad mortal. Pero, tristemente, nadie lo escuchaba: recitaba en un tiempo y a una hora en que los hombres se habían transformado en lata e iban a sus casas pensando en el caos del mañana.




El patagones

Cuando llegó de su largo viaje desde la Patagonia, subió al metro con su larga chaqueta de cuero y su bolso de lana. Al principio todos lo observaban, pero luego de que el bajara la mirada, lo ignoraron. «Para no ser menos –pensó- reflexionaré mirando a las ventanas». Podía ver su rostro transformado, distinto, desfigurado. El ruido metálico, ensordecedor de ese viaje subterráneo lo hacía sentir que aquel mundo era muy distinto de la lejana tierra que había abandonado. Tranquilizando a su corazón ya desesperado dijo: «no hay mucha diferencia entre mis piños de ovejas y la gente de Santiago».

Hombre Solitario

Se detuvo la maquina, la rueda estaba reventada, podria haber seguido asi tal cual debajo de los parrones que importaba, nadie lo veia, solo algunos buos que cabezaban de sueño, pero se detuvo, como pudo levanto la pierna derecha, luego la izquierda, lentamente fue afirmandose con su manos congeladas en los fierros del tractor, los gemidos de dolor hacian ecos en la infinita noche, detras del asiento guardaba una botella de petroleo, lo puso en un guaipe luego corto ramas de los parrones y entre tropezones encontro varias tocones viejos de las podas anteriores, puso la leña en forma de triangulos y encendio el fosoforo, exploto la chispa y
empezaron a crepitar las llamas , era una nueva noche de cientos de noches en cuarenta años que volvia a dormir a la interperie, con el cielo cubriendolo de estrellas, y la gelida frasada
de escarcha cubriendolo de blanco, con la tenue luz de su fogata alumbrando su rostro liso y brillante, dormido en lo mas profundo aquella noche…penso, no quiero ser ya mas humano ¿por que humano? por que no piedra o polvo he ir aventado de aqui para alla sin conciencia, solo ser un atomo entre toda la materia, por que no ola del mar y ser arrastrado por corrientes indecisas, o un arbol y ser cortado de un dia para otro y echado al fuego para nacer y morir en un instante de tiempo corto y consumirse en el olvido. No lo sabia, al menos concientemente, que aquella misma noche se cumplirian sus deseos.

Paradero 14

Miró a los ojos al vendedor y le dijo: “dame una sopaipilla”. El hombre sacó la más caliente que había y se la dio. Tomó la micro en el 14 y, derrotado, se durmió. Luego de un largo viaje, llegó a casa mareado, asqueado del trabajo, del jefe, del tedio del día a día. Después de comer, comenzó a sentir escalofríos, un ligero dolor de estómago. Se preparó un té y, para distraerse un poco, encendió el televisor. Estaban dando las noticias, el periodista decía: “han atrapado esta noche al asesino, envenenaba a la gente en el 14 vendiendo sopaipillas”.

1973

“¡Hay un muerto en el portón!” -gritaron-. Ella, angustiada, no quería ir a ver, pensando que el cadáver era el de su esposo, quien trabajaba desde la madrugada en la panadería. Se acercó despacio, miró por una rendijilla, pero por fortuna era otro hombre. Esperó angustiada, hasta que más tarde llegó su marido, mal herido escapando de una balacera: “¡Ya no podemos vivir aquí, están matando a todos, volveremos a nuestra tierra!” -dijo él desesperado-. Tomaron al bebé y las pocas cosas que tenían. Cuando llegaron al terminal de buses en Estación Central, todos estaban escapando, el éxodo había comenzado.

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