Manos de mi abuela, heridas y envejecidas,
marcadas por el tiempo y las tareas repetidas.
En el agua fría y el jabón sin tregua,
luchaban día a día, siempre fieles a su entrega.
Manos que lavaban con amor y esmero,
que en cada prenda ponían su esfuerzo entero.
Aunque el dolor y el cansancio las tocaran,
su fuerza y su cariño nunca claudicaban.
Arrugas profundas, testigos de su historia,
manos que en silencio forjaron su memoria.
En cada grieta, un sacrificio revelado,
en cada herida, un amor entregado.
Manos de mi abuela, que al cielo miraban,
buscando consuelo en la labor que amaban.
Hoy las recuerdo con ternura infinita,
pues en sus manos vivía una fuerza bendita.
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