Mademoiselle Louise Michel

Mademoiselle
Louise
Michel

(Poemario de Eduardo Mariano Lualdi, en proceso, basado en textos de las «Memorias» de Louise Michel, escrito por Patrick LOISEAU, traducción de Marte E. Mauri).

Aclaración: este poemario esta basado enteramente en las «Memorias» de Louise Michel, textos escritos por Matrick Loiseau y traducción de Marte E. Mauri. Me he limitado a poetizar algunos pasajes de estas «Memorias», los que me parecieron nos aproximan más la figura de esta revolucionaria. Hice algunos cambios en la traducción para que se adapte mejor a nuestra forma de expresarnos. El mérito de estas líneas es enteramente de Louise Michel, quien además de sus cualidades revolucionarias, era una maravillosa poeta.

Fusil en mano, en las barricadas de Clamart
(el bosque que canto Brassens en otro siglo),
en Neuilly e Issy-les-Moulineaux,
algo después de tus primeros poemas
y mucho después del paso sigiloso
de las atigradas Galtas
y los ronroneantes gatos de nombre León,
cuando había violines, guitarras
y violoncelos por todas partes,
y los ratones danzaban alrededor de los libros
mientras las vacas soñadoras esperaban
a la abuela poeta, con un crepé rojo por adorno.
Voltaire, te dio razones, iluminó tus primeros poemas
y tu rústico laúd sonó a Víctor Hugo
como el dulce canto de la lechuza de ojos fosforescentes.
Cuando te negaste a ser sopa del hombre
(el ojo de vidrio te miró aterrado y huyó por donde vino),
los poemas adquirieron olor a pólvora
y fueron recitados en trincheras a los cuatro puntos cardinales.

Tú, maestra, cantaste la melodiosa balada del esqueleto
y entonaste aquellas canciones amadas desde la niñez.

Cerca de la fortaleza en ruinas,
mientras cantabas tus canciones,
se conjuraron los espíritus
con una moneda de plata,
un cuchillo afilado,
una camisa blanca
y una vela encendida. Allí baló el cordero
su voz gangosa antes del degüello.
¿Qué pasaría si los corderos
ya no quisieran que les cortaran la garganta?
A veces los corderos se transforman en leonas,
rugen desde las ruinas de las fortalezas
y van con la camisa blanca y el afilado cuchillo
a acabar con tanto sufrimientos
porque ningún sufrimiento es comparable al de las mujeres.
¡Libertad! ¡Libertad! ¿No se oye lo suficiente esa voz?
Mujeres en lucha, armas silenciosas y terribles
en un solo sentido. El verdadero norte es la revolución.

Y está el amor, época de ensueños.
En las hojas de libros viejos
hay muchas canciones de amor
que escapan en los albores de la vida.

Niña Louise, ama lo que desees.
Niña, el corazón como una fruta pura
late maduro de rojo a rojo
por aquel imaginado hijo de la Galia,
el más valiente entre valientes,
el más bárbaro entre bárbaros.

O por un hombre de Ghilde,
de ojos negros y cabello rojo,
quien, bajo el cielo azulejo sobre las pequeñas aldeas
sublevados sus pueblos por la libertad,
cantaría con su voz de ciruelo
la poesía nupcial de los rebeldes.

O a uno indómito de las bagaudas,
jóvenes soldados desertores de la muerte,
esclavos hartos de sus pesadas cadenas,
campesinos curtidos al látigo del diezmo
del cura y el recaudador del feudo.

Ama a quien quieras, Louise, ama.
Al buen Mandrin o al lujurioso Fausto,
a Saint-Just decapitado,
a los comuneros de la edad media
cuando le drapeau rouge nació de tanta sangre.

Sueños de Louise, rojos como la sangre,
negros como la noche de duelo,
la boda de aquellos que se aman
siempre fueron bodas rojas de los mártires,
bodas de sangre, donde el pacto supremo
se firma con sangre.


………

Versos más o menos salvajes
estos que nacen de ti, Louise.
Poemas vengativos, desde lo más íntimo y humano.
Ahora como entonces
el trabajo aplasta a nuestros padres
hasta diezmarlos. Van por las calles
hambre en carne viva,
una llaga que cala hasta la pulpa humana.
Los fuertes abruman a los débiles
como el bruto desangra a su caballo a talerazos.
Igual que el perro que ansía
morder al hombre que lo está matando,
la gente terminará con todo esto.
El calor y la chispa siempre surgen
del corazón del pueblo.
La chispa encenderá la hierba
y el fuego se elevará hasta el cielo.
Será una columna roja,
una palpitación ardiente y suculenta.
Todo sufrimiento se desdeña a la hora de la libertad,
nada más supremo que ésta. Es la palabra perfecta,
repetida en los himnos de todas las latitudes.
Nuestras luchas no son rosas secas sin esperanzas
en medio de las hebras del tabaco
.
Donde aun retumbaba la Internacional y huele a pólvora
cruza una sombra calles y avenidas
en busca del destino prometido.
Ahora se necesita una revolución
o la mariposa morirá en su capullo
.
No lo permitiremos, ella nacerá
y en vuelo ha de rasgar el aire,
no equivocará su rumbo con su vuelo perfecto,
magnífico en la noche clara
en la que hasta el mármol estará latiendo vivo
como nuestros pequeños corazones rojos.

…………………

Alto roble, exuberante,
pura corteza a fuerza de la ruda savia,
áspera crucifixión donde tus ramas
alargan la misma desolación de siempre.
En tu tronco, el hacha,
frío temperamento del acero,
clavada como una herida en el corazón
que nunca abandonó a la niña. Louise
asciende de la tierra a la hirsuta copa verde
y mira de lo alto el fatídico día, la matanza
en el carnívoro muro de los fusilados.
Árbol marcado por la muerte,
muesca en el tronco donde el hierro del hacha
se empapa húmedo gota a gota en sangre.
Bajo su frondosa sombra, la hierba alta y tupida,
llena de margaritas blancas y botones dorados,
urde las hondas tumbas de los asesinados.
Todo estaba allí, en la incertidumbre de la futura semilla.
Vuelven súbitamente desde entonces,
como hojas lanzadas por el viento,
las proclamadas comuneras, insistentes,
reclamando audaces la victoria.

La Liga de las Mujeres 

Hilanderas en Lille.
alrededor nuestro en la tribuna,
hablaban a su modo ni triste ni lloroso,
los zuecos empapados en el agua fría
y los pies helados, azulgranas.
Ese trabajo las matará nupciales.
¿Qué tanto pedían a punta de pestañas?
Dos o tres centavos más al día
para continuar con esa vida horrible.
Dos o tres centavos, ¡tan poco!
para algo más de pan
para las buenas obreras
que tan duro trabajan
para los ricos ignorantes.
Mujeres, entre cubos y roñas,
como el gusano de seda
que se hierve cuando ha tejido su capullo,
ellas también morirán al final del hilado,
con apenas un sueño a golpes de cadena,
rotas las piernas, rotas las ocres
osamentas de pálidas esclavas.
Cuando acaben su trabajo, morirán;
es el destino del capullo.
La vida acaba con el último hilo
y escasamente se teje la breve despedida.
Sus hijas, apenas saliendo de la cuna,
serán encadenadas a la misma tortura.
Las hijas de las obreras,
como el gusano de seda,
están hechas para lucir su último aspecto
de crisálida antes del fúnebre fervor
del agua hirviendo. Las niñas morirán
reclamando ¡tan poco! dos o tres centavos,
y se retorcerán,
hambrientas como sus madres,
como la frágil hierba
o la delgada rama verde.

La muerte de mi madre 


¡Oh mi amadas muertas!
A través de ustedes empecé este libro,
cuando una de ustedes todavía estaba viva;
ahora contigo lo termino,
inclinada sobre la tierra donde duermes.
 


Louise Miche
l, Memorias 

Te lloro, sí, madre querida,
tan bondadosa como libre.
Oigo aún tu alegre voz y tu risa de niña
ignorando los sufrimientos pasados.
Estoy a tu lado, junto a tu cuerpo
dejo una pequeña foto de mi infancia,
foto de amor en marco rojo, y en ella
mi mano blanca sobre una piedra vieja
mirándote desde mi pequeñez a tus claros ojos.
Mi voz se vuelve suave pero llena de rabia,
y quiero recitar tal vez un verso póstumo,
una pocas palabras tristes y amorosas.
Dejo entre tus manos, madre,
un mechón de mi cabello oscuro,
está envuelto en la cinta negra
que el pájaro trajo desde su triste nido;
está liado a las siemprevivas rojas guardadas
del rito funerario por Marie Ferré,
dulce Marie muerta de tristeza.
Las gotas que perlan las siemprevivas rojas
son las transparentes lágrimas que derramó
cuando asesinaron a Théophile en el muro
de los fusilados de la revolución.
Su sangre aún perdura fresca entre las piedras
y de ella brota pura una nueva proclama.
Junto a tu cuerpo inerme,
dejó los sencillos e inocentes recuerdos
de mi infancia a ti abrazada. Velan tu pena,
madre muerta, y harán de tu última tristeza
apenas un momento de desdicha.
Mi amor será tu verdadera mortaja
y ella te cubrirá de halagos.
La multitud ha venido a acompañarte.
Por los vacíos callejones oscuros
llegan hombres y mujeres
portando sus banderas rojas.
Todos los revolucionarios surgen
de la memoria misma de los comuneros.
Portan las banderas prohibidas
y lanzan vivas a la heroica Comuna proletaria;
ni toda la sangre derramada ahogó el fuego
de la revolución de los desposeídos.
Todos, al paso de tu féretro, saludan
sombrero en mano, agitan sus pañuelos
y cantan himnos proletarios. Lloro tu muerte,
mi dolor es inmenso madre amada,
extiendo mis brazos hasta un horizonte
imaginando vistas al mar como me pediste,
y cuando el frío toque mis huesos con sus púas,
tejeré un abrigo a la memoria de tu frágil cuerpo.


Poema de Louise Michel

Los claveles rojos 

Si voy a dar al oscuro cementerio
arrojad sobre mí, hermanos,
como postrera esperanza,
rojos claveles en flor.
Cuando el imperio concluía
y el pueblo despertaba,
fue tu sonrisa, clavel rojo,
anuncio de que todo renacía.
Hoy floreces en la sombra
de oscuras y tristes prisiones,
cerca de la zozobra del cautivo.
Dile que le amamos
y que en el veloz flujo del tiempo
todo pertenece al porvenir.
Dile que el vencedor de lívida frente
puede morir más que el vencido. 

Les rouges oeillets 

Si j’allais au noir cimetière,
Frères, jetez sur votre soeur,
Comme une espérance dernière,
De rouges oeillets tout en fleur.
Dans les derniers temps de l’Empire,
Lorsque le peuple s’éveillait,
Rouge oeillet, ce fut ton sourire
Qui nous dit que tout renaissait.
Aujourd’hui, va fleurir dans l’ombre
Des noires et tristes prisons.
Va fleurir près du captif sombre,
Et dis-lui bien que nous l’aimons.
Dis-lui que par le temps rapide
Tout appartient à l’avenir;
Que le vainqueur au front livide
Plus que le vaincu peut mourir

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