Los misterios de la ira

Los misterios de la ira

Ema UB

03/09/2021

El lobo dormía tranquilamente, pero la pesadilla alborotaba su despertar, cuando abra el ojo, ¡cuidado! Procura no estar allí, alguien sofoca su corazón sigiloso y la ira no da consejos, solo acciona.

********

50 y 58, presumo que esas eran sus edades, pero la vida dibujaba en sus rostros sonrisas de 20 y 15, la actitud estaba tan rebosante que resultaba imposible no contagiarse de tanta vitalidad.

Servida la mesa, el tono de conversación se tornó un poco serio, la sonrisa se rebajó en grados y los cubiertos, parecían ser estrujados por sus manos.

¿Qué ocurrió?

Eso es lo que tratábamos de descifrar desde la barda de atención al cliente. Nuestra concentración fue disminuyendo a medida que otros clientes exigían que se les tome la orden, pero yo dudaba, ese cambio tan abrupto de actitud solo podía estar impulsado por motivos de fuerza mayor.

El hombre de 58, de contextura delgada, medía aproximadamente unos 180 centímetros, tenía una especie de cicatriz en el labio superior que bien podía deberse a una cirugía para reparar labio leporino. Estando en la mesa, masticaba las lechugas con cierta rabia, se podía escuchar el ruido que hacían sus dientes al masticar, miraba a su colega de una forma poco usual: reía sardónicamente, asentía de forma poco asertiva y parecía que prontamente saltaría sobre su colega para apuñalarlo con el tenedor.

El hombre de 50, de contextura gruesa, algunas canas entre los cabellos que dan a la sien, una cicatriz en la mano izquierda, comía lentamente, mientras charlaba y sonreía. Él estaba concentrado en el pedazo de pollo, en embarrarlo de salsa, mientras contaba amenamente sobre lo injusta que era la vida con su hijo, ese que había presentado a medio mundo influyente, pero que, a pesar de todo, no había conseguido un empleo. Sus palabras fueron: “Tanta mala suerte tiene el muchacho, se graduó hace medio año, es licenciado, pero no hay lugar donde pueda conseguir un empleo”. Se sonreía como si la situación fuera jocosa, disfrutaba con cada bocado de comida y bromeaba con el mesero que estaba sirviendo la mesa contigua, preguntándole si él también tenía una licenciatura para servir mesas. (Lo cual era cierto, todos los allí presentes teníamos una licenciatura y quizá hasta más).

Yo iba perdiendo el interés a medida que comprendía que el tema de conversación ameritaba esos gestos, así que fui hasta la cocina para concentrarme en la preparación de salsa blanca para el espagueti. La licuadora daba vueltas formando un remolino, los ingredientes caían lentamente con el desdén que amerita preparar salsa a las 10 de la mañana, a lado mío estaba Esteban, preparaba salsa roja, los tomates siendo triturados, esa forma en la que se destruían los ingredientes, de pronto la presión del artefacto hacía estallar al tomate, cebolla y ajos, el impacto del líquido viscoso entre las paredes del triturador, me llevó a una conclusión mental acelerada: el tipo de 58 quería matar al tipo de 50.

Abandoné mi tarea, fui hasta el comedor, observé desde la baranda de atención, y allí estaban, seguían devorando con extrema lentitud la carne y charlando con la misma gesticulación. Dediqué toda mi atención al tipo de 58, pero noté un patrón: esa era su forma de masticar, lo supe cuando en la mesa contigua un tipo también se empecinaba con la lechuga. Fui hasta la ensaladera, tomé un par de lechugas, me las comí y supe que el vegetal tenía unas hojas fibrosas, difíciles de masticar, así que comprendí que no había nada sospechoso en él.

Abandoné mis vagas sospechas y me inmiscuí en seguir con la salsa blanca. Esteban seguía preparando salsa roja.

  • De pronto abandonas la salsa blanca, sabes que, si dejas de licuar, perderá contextura, saldrá horrible y te regañarán, pero ¿qué es lo que llamó tu atención?
  • Bueno, nada en especial, creo que en estos días he visto demasiadas películas de detectives, me parecía extraña la actitud de los tipos de la mesa 6.
  • Los dos mejores amigos, así fue como les apodamos Marco y yo. Parece que se conocieran de toda la vida, yo también quisiera llegar a esa edad con ese tipo de amistades.
  • Sí, me imagino.
  • ¿Qué actitud te llamó la atención?
  • Parecía que el tipo más viejo tenía ganas de asesinar al más joven. No lo sé, me dejé llevar por el cambio de actitud entre su ingreso y el momento de la comida.
  • ¿Qué pensabas que ocurriría?
  • Esto va a sonar tonto, pero parecía que el tipo viejo iba a saltar desde su silla y apuñalar con el tenedor al más joven.
  • Interesante, definitivamente son demasiadas películas de detectives las que te han llevado a pensar que eso podría ocurrir.

Nos reímos de mi tonta idea, proseguimos con las salsas, mientras tarareábamos una canción que en ese momento sonaba en la radio. De pronto, se escuchó un grito. Abandonamos las salsas, corrimos hasta el comedor y ahí estaba tirado en el piso, la sangre se escapaba del cuello como una represa de agua rota. Nos quedamos casi inmóviles, Sara, la encargada de la caja registradora gritaba como una loca.

Ese día mataron a Marco, todavía recuerdo al tipo de 50 sonreír, mientras sostenía en la mano derecha el tenedor repleto de sangre.

Etiquetas: relatos

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS