Las Hadas Olvidadas

Las Hadas Olvidadas

Self

05/12/2025

Después de una noche de lluvia, el campo amaneció cubierto de flores brillantes. La tierra parecía un lienzo gigante pintado con mil colores: naranjas como fuego, violetas profundos, azules suaves como el cielo al amanecer y amarillos que brillaban como rayos de sol. Cada pétalo estaba cubierto de diminutas gotas de rocío que reflejaban la luz como pequeños espejos, y cuando el viento pasaba, parecía que el campo entero respiraba y danzaba.

Laura caminaba entre las flores con sus botitas llenas de barro, dejando huellas que desaparecían bajo el rocío. Se inclinaba para tocar los pétalos, maravillada por sus colores, su suavidad y el leve aroma que combinaba miel, tierra mojada y un perfume que no podía identificar.

—Qué bonitas son… —susurró—. Nunca había visto nada así.

Tomó una flor cuyos pétalos eran naranjas y violetas mezclados, como si un pintor invisible hubiera jugado con su pincel. Al acercarla a su cara, sintió un cosquilleo en los dedos y un pequeño zumbido alrededor de su cabeza, como si la flor intentara comunicarse con ella.

El abuelo nunca había mencionado hadas. Nunca le había hablado de magia ni de cosas invisibles. Pero Laura lo intuía. Había algo en aquel campo que no podía explicarse con palabras.

Seguro que dentro de cada flor vivía un hada dormida… pensó.

Laura imaginó que algunas eran hadas traviesas que en algún momento se habían olvidado de ser amables, y que las brujas habían convertido en flores para enseñarles paciencia, bondad y humildad. Cada pétalo guardaba un pequeño corazón brillante, esperando despertar de su sueño.

—No se preocupen —susurró Laura, apoyando la flor contra su pecho—. Para mí, son las flores más hermosas del mundo.

El viento sopló y los pétalos temblaron como si la escucharan. De repente, entre los colores de las flores, un destello dorado apareció y desapareció antes de que Laura pudiera enfocarlo. Parpadeó… y entonces vio algo que la dejó sin aliento: un hada diminuta, de piel luminosa, con alas transparentes que reflejaban todos los colores del arcoíris. Sus cabellos eran como hilos de luz, y sus ojos brillaban con picardía y sabiduría.

—¡Hola! —susurró un hilo de voz apenas audible—. Gracias por recordarnos.

Laura se sentó entre las flores, maravillada. Pronto, otras flores comenzaron a brillar y de ellas surgieron más hadas: unas con alas verdes que parecían hojas, otras con alas azules que se movían como agua, y algunas con alas doradas que reflejaban el sol. Cada hada tenía una expresión distinta: algunas tímidas, otras traviesas, algunas risueñas, otras soñadoras.

—¡Somos las hadas olvidadas! —dijo una pequeña con alas violeta, saltando de pétalo en pétalo—. Hace mucho que nadie nos recordaba…

Laura sonrió, con el corazón lleno de alegría. Entendió que la verdadera magia no solo estaba en las hadas, sino también en quienes creían en ellas, quienes cuidaban los pequeños detalles y respetaban el mundo que las rodeaba.

Pasó la tarde jugando con ellas entre los pétalos, escuchando sus canciones diminutas que sonaban como campanitas, y viendo cómo cada hada recuperaba un poco de su brillo y alegría. Cada movimiento, cada risa, parecía pintar el campo con más luz y color que antes.

Cuando el sol comenzó a ponerse, las hadas se reunieron alrededor de Laura y le guiñaron un ojo.
—Nunca olvides que existimos —susurraron—. Mientras alguien nos recuerde, siempre tendremos vida.

Esa noche, antes de dormir, Laura cerró los ojos y soñó con el jardín secreto: un lugar donde los ríos eran de luz líquida, los árboles susurraban canciones, y las hadas bailaban sobre las gotas de lluvia, riendo y agradeciendo a quienes creían en ellas.

Desde aquel día, cada vez que Laura veía un campo lleno de flores, se acercaba despacio, con respeto y cuidado, porque sabía que detrás de cada pétalo podía estar un hada olvidada, esperando ser recordada. Y mientras observaba el viento jugar entre los colores, su corazón latía lleno de magia, recordándole que los mundos secretos siempre existen… si tienes ojos para verlos y corazón para creer en ellos.

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