la estación de Luchau. cuento corto

la estación de Luchau. cuento corto

De la oxidada y enorme puerta del tren que abandono Jonnas presuroso y estresado, salía un vapor de hedores podridos que envolvían toda la estación de Luchau en el centro de Múnich. Su padre había dejado sobre la mesa del apartamento 20 euros y una llave antigua de cobre que Jonnas tomo con discreta decencia mientras se limpiaba el sudor de la frente por haber corrido veinte calles que era la distancia que había entre su casa y la estación.

No había momento en que no pensara en la muerte de Her Klaus, su pobre viejo que ya con trémulo pulso escribió su última voluntad en un pedazo de servilleta. El mejor amigo de Jonnas, Thomas, le conto aquella mañana del 19 de abril como había visto a su padre recorrer la estación de Luchau descalzo y con la frente untada de sangre durante un lapso de ocho horas que fue el tiempo que Thomas toco su Violonchelo a la entrada de la estación solo interrumpiendo algunas piezas de Bach y Dotzauer para contemplar perplejo al pobre viejo vagar con la decrepitud de un hombre que ya no tenía sentimientos ni congojas.

Para Jonnas había dos cosas en la vida que nunca, por ninguna razón haría jamás, beber café e interpelar a su padre. Esa mañana Thomas callo un detalle que pasó inadvertido a Jonnas. El octogenario hombre deambulo aprensivo repitiendo un numero en un frenético balbucear de jeringonzas disléxicas en un alemán casi incomprensible.

Acht, acht, acht…

Ocho en alemán decía el viejo con pasmado frenesí.

Se había descalabrado la cabeza bajando la escalera del edificio donde vivía pues la noticia de su jubilación repentina lo había contrariado al punto de rodarse cuesta abajo como un bulto de papas.

Jonnas llego esa noche al apartamento y vio en la mesa los 20 euros y la llave de cobre, ambas cosas como esperando a ser advertidas por el mismo.

Al principio pensó Jonnas que los 20 euros eran para comprar el pan y la leche y el diario que le gustaba leer a Her Klaus, Die Reine Wahrheit, que traduce… la pura verdad.

Pero no estaban pegados a la puerta de la nevera como solía dejarlos Her Klaus en un lenguaje de manías cotidianas que solo ellos dos entendían. La llave de cobre fue una sorpresa para Jonnas pues nunca la había visto y su padre no tenía antigüedades entre sus objetos personales. La tomo olvidando los 20 euros y la examino detenidamente para ver de qué se trataba o de que cerradura era.

No había respuestas a pesar de que en un discurrir de rumiantes pensamientos se le ocurrió ir al depósito debajo de la escalera a ver si encontraba ese viejo baúl que alguna vez permaneció en poder de Her Klaus durante la guerra.

Se había tomado el día entonces tenía tiempo a toneladas para descubrir de donde era esa llave. Empezó por buscar aquel baúl pero no encontró más que documentos de estado que guardaba su padre allá de la época en que fue diplomático durante la ocupación nazi.

Instrumentos quirúrgicos, revistas, doblones antiguos que coleccionaba Her Klaus, pero nada relacionado con la llave y mucho menos con el misterioso baúl.

Había otra cosa que Jonnas tampoco haría jamás, era abrir el testamento de Her Klaus que estaba guardado celosamente dentro de su armario de cedro rojo que tallo su padre cuando era ebanista en los días jóvenes de la Alemania en paz a finales de siglo.

Thomas se quiso comunicar presuroso con Jonnas después de que vio a Her Klaus deambular sollozo y sin pena por la estación de Luchau. Lo primero que hizo fue enviarle un telegrama avisándole que Her Klaus estaba vivo y ponerle una cita en el café del centro de Múnich Die zwei Hunde, que traduce, los dos perros.

19 de abril era el día de la cita, Jonnas llego más temprano que Thomas porque como buen alemán prefería apremiar la cita que llegar tarde. Se encontraron al fin de mañana para tomarse un café con strudel de manzana, un postre de hojaldre que le encantaba a ambos para acompañar el café negro y sin azúcar. Era una cita religiosa porque ambos sabían la trascendencia de aquel encuentro para sus vidas.

Al fin se encontraron saludándose desde lejos con un gesto más que cordial, cariñoso e íntimo.

Thomas se sentó primero porque Jonnas le tenía un respeto integro que no cambiaba por ningún principio ni razón. De aquella mañana en la estación de Luchau quería hablar Thomas a Jonnas, de Her Klaus. Se había cansado de tocar el chelo ese día porque contemplaba perplejo a aquel hombre de talante de político y hombre de estado caminar con una serenidad pasmosa y hasta miedosa. No se vieron aquella mañana, Thomas guardo el puntal de su Chelo y lo empaco antes de que Her Klaus lo pudiera ver. Salió despavorido a buscar a Jonnas pero no le encontró. Estaba de viaje había dejado al lado de la mesa la llave de cobre y los 20 euros también. No había nada más en ese apartamento pequeño pero digno del centro de Múnich. Se vieron entonces esa mañana al fin con una premura terrible y religiosa! Eran amigos y se abrazaron con cariño al final de la cita y e dijeron cosas amables el uno al otro. Jonnas lo tomo del cuello y le dijo: tu salvaste a mi padre! Tú lo salvaste! Él era tu padre también y te quiso como a un hijo! Somos hermanos no de sangre pero si de vida!

Thomas lloro amargamente aquellas palabras pero no delante de Jonnas porque sabía que él no soportaría verlo así.

Esa noche del 24 de mayo del mismo año Her Klaus se cortó las venas con una llave de cobre y se limpió la sangre con 20 euros que había en la mesa.

La Estación de Luchau

Gabriel Santamaría Cortes

Escrito el 9 de junio de 2018

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