La Botella Roja

Alguna vez, en un lejano día en comparación a la actualidad, cuando no tenía barba ni el desaliento de las decepciones me invadía, me preguntaba si habría alguna botella que podría usar para invocar un genio que me concediera tres deseos.

Por supuesto, entre tanto intentar nunca la encontré, pero en cambio, el universo me concedió una pequeña botella personal. La llenaba de ron, vodka, tequila, todo aquello que pudiese llevarme a olvidar todo lo que tenía que recordar y me retorcía todos los días en la puta consciencia, como un trapo sucio, apretándolo con cólera para que chorreara toda esa porquería que tenía por dentro. Ahí iba mi primer deseo que era olvidar, pero como todo trato con el diablo implica un sacrificio, éste me llevó a sacrificar mi salud y claridad mental, pues no se puede depender de alcohol para llevar una vida común. Así me trajo a este mundo coloreado en escala de grises, degradado en mi sanidad, oscurecido en la psiquis de mi espectro, devastado por un tonto e inseguro deseo de hacer las cosas bien, pero si naces dañado, ¿qué te puede importar el bienestar de los demás?.

Y entre tanta desidia y fatiga por importarme, me concendió un segundo deseo, el descaro de darme media vuelta al no interesarme el daño que había causado a otros. Verte llorar unas 15 veces más atrás, sembrada en el mismo momento o situación que se repite en este pequeño corto cinematográfico implantado en mi cabeza, eres la misma pero con ojos distintos, con cabello distinto, con rostro distinto, y me pregunto si en verdad estoy repitiendo esta situación por apegarme a este infierno que tanto me caracteriza, como si hubiese sido creado para mí, para este insignificante demonio que te abrazaba y decía que tanto te quería en noches luminosas de luna llena. Fuiste maldecida a ser parte de mis errores, a contemplar este fin donde todo lo bueno se consume por las llamas de un miserable malentendido, o más bien como todo desemboca en mentiras de esta despreciable indecisión por querer interponer las buenas intenciones una vez más.

Así que después de tanta impotencia, la botella decidió concederme un último deseo: el desequilibrado uso de la manipulación.

Para que no me hicieras sentir mal conmigo mismo, para que todas esas pesadillas se desvanecieran en el incesante artificio del cazador de sueños, y finalmente, para que el insoportable aroma de la culpa no me atormentara en las noches de cansancio abrumador que me incitaran a dormir en un colchón de plumas muertas. Allí va otra vez, mi alma a levitar.


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