Historias de cuarentena I.

Historias de cuarentena I.

Apareció el primer trapo rojo de la calle. Colgado de manera delicada, casi milimétrica en la reja de una ventana: el asombro fue general. Un trapo rojo en la cuadra?, en la casa de los señores Y?, pero cómo es eso posible, si ellos han vivido bien o bueno por lo menos eso cree uno. Las miradas se desbancaron a través de las ventanas de las otras casas. El descorrer de las cortinas entre disimulado y discreto no ocultaba la presencia de rostros curiosos que desde la trastienda no encubrían los ojos desbordados y las persignaciones por los clavos de cristo. El trapo rojo estuvo ahí media mañana. Todos pasaban, lo miraban sin mirar. Hubo murmullos, corrillos, oraciones, intenciones buenas y malas, chistes de poca monta, alucinaciones, gracias a Dios, esto está muy duro dijo el pensionado del barrio famoso por su generosidad escasa. Las señoras del lugar lanzaron el llamado de S.O.S y se reunieron -bueno las que siempre se reúnen, haya o no haya trapo rojo -, se conformaron las comisiones debidas: una que pasó puerta por puerta lanzando aleluyas y alabados mientras recogían plátanos, yucas, fideos y hasta pollo, porque a los señores » Y » no se les podía salir con cualquier cosa. Otra tenía la misión mas difícil: ir a entregar la remesa y expresar la solidaridad del caso. Todo se hizo con sigilo, pero a la mirada de todos. Estas cosas le pueden pasar a cualquiera, Dios nos libre de una hambruna, eso les pasa por visajosos. Las opiniones estaban divididas. A eso del medio día, una vez finalizada la colecta, dos rosarios, mil jesuses, una corta procesión y un ave reina y madre, las señoras y uno que otro señor -que en estos casos, no faltan- procedieron a organizarlo todo. Una vecina donó un cesto, algo viejo pero de buen ver aún y allí lo depositaron todo. Lo cubrieron con un celofán tornasolado y le pusieron un moño. Recién al medio día salió la comisión prevista, el silencio era total, con el sol canicular el envoltorio simulaba una aparición divina resplandeciente y pura. Se sintieron corazones latir y una que otra lágrima. Justo antes de llegar a la casa de la desventura, se vio salir al menor de los hijos de la familia «Y» que inocente y despistado, tomó la bayetilla roja y se dispuso a lavar su moto.

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