El mal ¿Depende de quién?

El mal ¿Depende de quién?

Brenda Villanueva

23/11/2017

La tarde se tornaba oscura, el viento gélido despejaba la calidez a su paso. Aquella mujer que transitaba sola por la calle, una mirada sombría, dientes castañeando en cada respiración, sus manos pálidas y frías dentro de su chaqueta, las piernas cubiertas en una corta falda de mesilla con un ligero temblor que acompañaban al compás su andar.

«¡Camina en medio de la carretera!», «¡Mírela, será loca ésta mujer!»

Murmullos y canturreos de exclamaciones no dichas a viva voz. Personas criticando a quien se les cruce por el día, sin saber lo que pudo haber pasado realmente.

«¡Es la puta del otro barrio, Armando!»

La critica deja de ser constructiva cuando no hay un argumento en sí. La señora, que podría pasar fácilmente por una cincuentona, con más de ochenta kilos, le alegaba a su marido.

Envidia.

«Esa mujer es una asquerosa ladrona y prostituta, sino, explíquenme ¡¿Cómo se mantiene en aquel lugar?!»

Si consigues un trabajo bien remunerado y sacas provecho a eso, mínimo adquieres esos calificativos despreciativos.

Odio.

«Me la tiré, y no la volví a buscar, es una zorra más.»

Dañar el ego de un hombre, definitivamente es como cortarle el cabello a una mujer sin preguntar.

Quien a los ojos de los demás era una «cualquiera», sin saber en realidad su profesión, sin tener en cuenta sus pensamientos y sentimientos.

Se hacían llamar «sociedad de bien».

Abogada de profesión, enfermera de vocación. Mujer de treinta años, huérfana de padres, becada para sus primeros años en los que estudiará Educación.

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