Recostada sobre la corola carmesí que ha llorado el otoñal,
te muestras dormida, iluminada por los rayos escarlata,
me acerco, te beso, saboreando de tus labios néctar,
una utopía a mí paladar, de duraznos con sal.
Musa del corazón herido, soy tu sirviente,
deja ya de ahogarte en el océano de su partida,
abandona la mirada lánguida que te dejó,
y desata la cadenas que te someten a tu amante.
Te imploro el deseo de ser tu sanador,
Afrodita destrozada,
sana en el cobijo de las brasas de mi amor,
y entre tus murmullos nombrarme tu salvador.
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