Distance. Capitulo 1

Distance. Capitulo 1

Mtibpo

24/06/2019

Aquella mañana me levanté con el sonido de la mudanza. Abrí lentamente los ojos entristecida, me incorporé de la cama asomándome por la ventana y vi a mis padres hablando con los hombres que movían cajas y cajas sin parar. Aparté la mirada y vi mi cuarto revuelto con todas las cosas aún sin guardar. Mis ojos se pararon sobre un pequeño cuadro que contenía una foto en la que salíamos mis padres y yo en la playa. Odiaba cambiar de casa constantemente, sabia que para mis padres tampoco era fácil y por eso intentaba ser un poco mas positiva, quería a mi familia más que a nada y no quería entristecerles. Sujeté el cuadro y lo miré por unos segundos más y acto seguido lo metí en su respectiva caja.

Cuando me cambié, salí de mi habitación mirándola por una última vez. Lo mismo hice con toda la casa, habíamos pasado buenos momentos en ella. Cuando salí de la casa vi a mi madre que me sonreía desde el coche, me ajusté la mochila en el hombro mientras encogía mi cuello tensa por no soltar alguna lágrima frente a ella. Solté una débil sonrisa pero mi madre era sabia y no se le escapaba una, me estrecho entre sus brazos hundiendo su mentón en mi cabeza y frotando sus manos por mi espalda.

– Todo va a salir bien cariño, esta es la última vez, lo prometemos – Me dijo casi susurrando. Yo asentí separándome lentamente de su lado.

– Seguro que si – Dije sonriendo y abriendo la puerta del coche, metí mi mochila casi con brusquedad, me dije para mi misma varias veces, »contrólate», respiré hondo y me metí dentro.

La mayoría del viaje lo pasé dormida y no me di cuenta de las horas que habían pasado. Abrí los ojos escuchando de fondo el sonido de mi música, me froté los ojos intentando ver un poco más. Cuando miré por la ventana, ví que era de noche y todos los edificios estaban alumbrados, lo cierto es que se veía bonita aquella ciudad. Contemplé cada uno de los lugares por los que pasábamos. De ver muchos edificios pasamos a una zona tranquila donde solo se veían casas. Vi como mi padre giraba el volante aparcando en una cochera, supuse que aquella era nuestra nueva casa. Era inmensa, un camino de piedra llegaba hasta la entrada, dos árboles decoraban el acceso a la vivienda y la puerta era de madera con una pequeña escalera para acceder a ella. Mi madre me tendió la mano para bajarme del coche. Juntas nos acercamos a la puerta, mi padre ya estaba allí abriéndola. Cuando entramos había un pequeño recibidor, a la derecha estaba el salón con unas puertas correderas inmensas de cristal, enfrente estaba la cocina, de color blanca y a la izquierda había unas grandes escaleras que daban al segundo piso. Subí para seguir mirando la casa, cuando llegué al final de la escalera vi una puerta a la izquierda, la abrí y entré por ella mirando su espacioso cuarto, encendí la luz para poder ver mejor. Su suelo era de madera y tenía un inmenso armario, pero lo que captó mi atención fue la ventana; era inmensa, casi podía ver toda la ciudad, me acerqué aún más cuando vislumbré una silueta en la acera de enfrente que hizo que me sorprendiera. Estaba cubierta por una capa negra, abrí la ventana asomándome aún más curiosa, un fuerte ardor hizo que me tapase los ojos con fuerza; me aparté las manos lentamente con miedo a que me volviesen a quemar. ¿Qué había pasado? Recordé la silueta y rápidamente me asomé de nuevo a la ventana, pero… ya no estaba. Sentí como una leve brisa entraba por la ventana y hacía que un escalofrío recorriera mi espalda. Noté una leve respiración detrás de mí y como una mano se posaba en mi hombro, mi cuerpo se paralizo, mi corazón cada vez latía más fuerte, cerré los ojos intentando sacar las fuerzas necesarias para girarme. La voz de mi madre llamándome desde la planta de abajo hizo que abriese los ojos, la mano que se posaba en mi hombro desapareció, me giré rápidamente agitada y con el corazón a mil. Cerré la ventana mientras miraba la calle de un lado a otro pero no había nadie. Salí del cuarto cerrando la puerta y preguntándome que había pasado. ¿Habían sido imaginaciones mías? Bajé las escaleras y me encontré con mis padres que estaban esperándome en la puerta, evité mirarles, aún estaba bastante asustada y no quería que lo notasen, aunque mi padre me miraba serio, nunca lo había visto mirándome de aquella manera.

  • – ¿Éstas bien hija? – Me dijo intentando mantener sus ojos sobre los míos, como si quisiera mirar a través de ellos.
  • – Si – Dije intentando evitar que me temblase la voz.

La mudanza fue interminable, tres días intensos. El día que empezaban las clases no me encontraba muy bien, notaba el cuerpo ardiendo, los parpados me pesaban y la cabeza parecía que me fuera a explotar. El cuarto me daba mil vueltas, me senté en la cama mareada. Escuché a mi madre desde abajo llamándome.

  • – Rin cielo ¿estas levantada? Llegarás tarde a clase – Escuché sus pasos subiendo la escalera al ver que no le respondía, cuando entró en mi habitación corrió hacia la cama apartándome las manos de la cara y tocándome la frente, noté como se apartaba rápidamente de mi lado. Apenas podía moverme y abrir los ojos, solo podía escucharla abajo gritando a mi padre. Este subió las escaleras corriendo al oír a mi madre tan asustada, al verme sentada en la cama se acercó a mi sin decir palabra, posó su mano en mi frente y no la apartó, pero si miró a mi madre y esta comenzó a dar vueltas nerviosa. No entendía que pasaba, mis ojos me pesaban demasiado, se cerraron sin tan siquiera darme cuenta.

Cada noche tenía el mismo sueño, corría por un bosque inmenso, la oscuridad inundaba aquel lugar hasta que llegaba a un río y la luna iluminaba sus aguas. Frente a mi había una silueta negra, podía escuchar un leve murmullo pero no entendía que decía, acto seguido se giraba y comenzaba a andar. Comencé a seguirla hasta encontrar una puerta frente a mí, cuando la abrí aparecí en una habitación blanca.

Abrí los ojos, la claridad del día hacía que entrecerrase los ojos. Abracé a mi almohada mirando los rayos de sol que entraban por la ventana, el dolor de cabeza había desaparecido y ya no tenía tanta calor.

  • -Rin, ¿Estas despierta? – Dijo mi madre entrando en la habitación y abriendo un poco la ventana – ¿Te encuentras mejor?
  • -Me encuentro mucho mejor – Le dije incorporándome. Mi madre me tocó la frente pero pude notar que no me miraba a la cara en ningún momento – La fiebre ha bajado, pero debes quedarte en la cama aún, ¿vale?

Yo asentí y tras esto ella salió de la habitación, me senté en el borde de la cama estirándome. Me dolía el cuerpo de estar tanto tiempo acostada, un leve mareo hizo que me sujetara la cabeza. Me sentía débil pero quería darme una ducha ahora que me encontraba mucho mejor. Me levanté de la cama y me dirigí al baño, crucé el pasillo y escuché a mi madre en la cocina, supuse que estaría haciendo el desayuno. Dejé la toalla en una cesta que había al lado de la bañera, abrí el grifo dejando que se llenara. Me metí dentro sentándome lentamente. Cerré los ojos deleitándome de aquel baño de espuma, cuando los abrí estaba todo el baño lleno de vapor, el agua parecía como si estuviera hirviendo pero yo no sentía nada, estaba a una temperatura perfecta. Salí de la bañera poniendo la toalla alrededor del cuerpo, me acerqué al espejo del baño cogiendo el peine, con mi toalla quité el vapor que había empañado el cristal. Me quedé mirando un rato el cristal, vi algo que llamó mi atención, me froté los ojos y cuando los volví a abrir vi que mis ojos no eran del color de la miel, si no que eran del color del fuego. Di un fuerte respingo que me hizo chocar contra la pared del baño. Gateé hasta la puerta del baño intentando evitar el mirarme los ojos, sujeté el pomo y me incorporé con su ayuda. Salí del baño corriendo escaleras abajo e irrumpiendo en la cocina donde sorprendí a mis padres.

– Mis… mis ojos… – Dije con lágrimas en estos – ¿Qué me está pasando? – Busqué la respuesta en las miradas de mis padres pero ambos permanecían callados.

– No sé por donde empezar hija… – Dijo frotándose los ojos – Desde tiempos que la mente no alcanza ni a imaginar, nuestra familia ha sido maldecida con algo que nosotros llamamos los ojos del fuego, no sabemos por que tenemos esto… – Vi como los ojos de mi padre cambiaban a un rojo tan fuerte que hasta dolía mirarlo. Este agachó su mirada hacia su mano derecha, de esta comenzó a salir algo puntiagudo. Se trataba de una inmensa espada.

– ¿Qué…? – La fatiga azotaba mi garganta, un fuerte nudo en mi estomago me quemaba, casi no podía hablar – ¿Que aberración es ésta? – Mi padre volvió a guardar en su mano derecha aquella arma y se acercó a mi lentamente – ¡No te acerques a mi! No se que clase de broma es esta, los cuentos de hadas no existen, ¡este maldito sueño es una agonía! – Me di la media vuelta y me acerqué al perchero cogiendo mi abrigo y me lo puse corriendo, dejando caer la toalla que me cubría.

Corrí calle abajo, lo único que se me pasaba por la cabeza eran las palabras que mi padre había dicho, solo podía llorar y correr. A lo lejos vi un inmenso parque. Entré y me escondí detrás de un gran árbol que había alejado de la puerta, donde nadie podía encontrarme ni verme. Dejé caer mi cuerpo sobre el frío suelo, el chaquetón se humedeció por el rocío de la hierba. Escondí mi cabeza entre mis brazos apoyándome en las rodillas. Escuché unos pasos que se acercaban donde yo estaba. Un leve susurro lleno de cariño pronunció mi nombre, reconocí esa voz al instante, levanté lentamente la cabeza y vi a mi madre arrodillada frente a mi. Ella me miraba a los ojos con ternura, apreté los dientes intentando no romper a llorar de nuevo pero fue imposible, me abracé a mi madre desconsolada. Tenía dieciséis años y no podía afrontar aquel problema como una persona madura, tenía miedo, mucho miedo.

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