¿Tú cómo lo escribirías, Hugo? —le pregunté para seguir el juego—. Por supuesto que de otra forma. Ya sabes que estoy en contra de todas esas niñerías de inventar personajes y mundos fantásticos. Te has pasado medio mes urdiendo los tipos de personajes, describiendo esas raras ciudades y el tipo de relaciones extravagantes de ese pueblo que solo podría haber sido creado en tu cabeza. Sí, sí, eso ya está clarísimo—le dije con sarcasmo—, pero tú ¿cómo describirías esa aventura? Mira vamos por partes— contestó frotándose las manos como si fuera a preparar algo sorprendente—Lo primero sería narrar un caso que fuera creíble. Después, contarlo como si hubiera ocurrido en nuestra época. Luego, le quitaría toda esa palabrería y nombres extraños. No usaría nombres extravagantes como Atreiuf o Mangadenia y tonterías de ese tipo. Por último, haría descripciones de un realismo tal que el lector creyera que lo que cuento ha sucedido de verdad.

¡De acuerdo! ¡Venga!!Dame un ejemplo! —le dije riéndome como si lo retara a que hiciera lujo de ingenio—. Oye, eso no es tan sencillo. Tú te has gastado todo un mes en balde ¿y me pides que en unos minutos te monte una historia? Lo voy a hacer solo para que de una vez por todas entiendas que estás mal del coco. Pon atención y, si te entra alguna duda o tienes una pregunta por algo que no entienda tu cabeza de chorlito, interrúmpeme y te lo explico, ¿de acuerdo? —Le dije que sí y comenzó a contar la siguiente historia.

Imagina que se encuentran dos hombres. Uno es muy escéptico y el otro fantasioso. Empiezan a discutir sobre la narrativa y saben que el agnóstico irá creando un cuento. Va improvisando todo para demostrarle a su compañero que es mucho mejor narrador. Están sentados en una cafetería y deciden salir. Afuera hace frío y la temperatura comienza a bajar poco a poco. Deciden ir a un parque que está cerca de allí. Caminan despacio. Uno de ellos se pone el capuchón y escucha con atención lo que le cuenta su interlocutor. Las personas que pasean por el parque se van haciendo menos. Hay un lago a un kilómetro de allí. Deciden ir hacía allí. En la historia hay un criminal que se llama Joseph o como quieras, un nombre bastante real, y hay una víctima a la que por el momento no conocemos. Lo único que nos cuenta el narrador es que hay un buen móvil para el asesinato. No, no se trata de un chantaje, ni de dinero, tampoco de una secta odiosa. Por cierto, creo que ese recurso es de tontos y, por desgracia, aparece en muchas novelas modernas. Al carajo con todo eso. Una buena historia debe tener un mínimo de sospechosos. El crimen debe ser simple, pero la intriga y la estructura de la historia son lo mejor. Continuando con estos dos tipos. Se alejan. Van caminando sin sospechar que entre más avanzan, más se meten en ese túnel del homicidio del que saldrán completamente transformados. Será una gran metamorfosis.

No está nada mal el inicio— le comenté a Hugo, pero el me indicó que, si no tenía preguntas, no hablara. Luego continuó—. Hay unos árboles que se balancean por el aíre que comienza a soplar gélido. Es un presagio de lo trágico, algo va a suceder, de pronto se hace presente ese silencio que antecede a los lamentables sucesos. Cada vez la atmósfera es más triste. El color de la hierba, las hojas de los árboles y el cielo son opacos. Parece que el brillo de la vida se pierde para darle paso al terror.

Hugo se quedó un momento callado y empezó a buscar algo. Su mirada era la de un zorro que va en busca de su presa. Olfateo el aire y después prosiguió: “Como en un buen caso policial debe haber pocos sospechosos y, mejor aún, dos o tres personas para crear un embrollo difícil de aclarar. Imaginemos un trío, si uno muere los dos que le sobreviven serán los sospechosos y el acertijo deberá ser genial para que el lector no pueda decidir. Es importante dejar muchos huecos y hacer que se sienta afecto por los personajes o, más aún, hacer que el malo sea inocente y el bueno culpable. No, no, creo que ya he logrado la perfección. En este caso serán solo dos. La víctima y el asesino. No estarás hablando en serio, ¿verdad? —le pregunté ya bastante preocupado porque ya nos habíamos alejado mucho y empezaba a oscurecer—. ¡Cómo te atreves a dudar! —gritó muy enfadado—. Por supuesto que voy en serio. Mira, allá hay un lugar perfecto.

Caminamos en silencio hacia un sitio de la orilla del lago que tenía unos matorrales y un árbol muy alto. Vi a Hugo mirando a izquierda y derecha. Me dijo que estaba midiendo las distancias entre uno y otro de los extremos del lago. Serán unos ciento cincuenta metros—dijo muy concentrado—. Un nadador bueno, lo cruzaría en diez minutos sin problema. Pero yo no sé nadar—le comenté muy bajo y con temblor en las palabras—. Ni loco me metería, además hace un frío terrible. Hugo me miró con astucia. ¿Qué harías si tuvieras que nadarlo por miedo a que te asesinarán? No lo haría ni en ese caso—le contesté de mal humor—. Y creo que en realidad solo estás ganando tiempo porque no has dicho nada que merezca la pena. No hay un móvil en tu historia, ¿Cuál es el conflicto? No veo ni el chantaje, ni el odio, ni el adulterio, ni un recuerdo del pasado que sirviera de venganza. Veo que ya lo vas pillando, querido Mario—me contestó con una sonrisa macabra y le pedí que me lo explicara—. Es muy simple. Las dos personas que están en ese lago saben a la perfección que uno de ellos debe quedarse. Ahogado, desmayado, inconsciente, encaprichado o en algún otro estado que no le permita volver con su compañero. Pero ¿en dónde está el meollo del asunto? ¿De qué sirve esas tonterías? No has demostrado nada y ni aceptas mis historias ni eres capaz de crear una. No vayas tan rápido, querido amigo, porque si lo piensas un poco sí que hay un móvil. ¿Te acuerdas que cuando éramos pequeños siempre nos peleábamos y un día te empecé a golpear la cabeza contra la tierra y tu cara quedó llena de lodo? ¿Recuerdas lo que me dijiste en aquella ocasión?

Sí lo recordaba y era una de esas cosas que siempre me había llevado a contradecir a Hugo. Era como la semilla de algo que no ves, pero está allí muy enterrado y en ocasiones remueve el interior. En efecto había prometido que, si algún día tenía la oportunidad de vengarme, lo haría sin tentarme el corazón. Ahora las condiciones eran otras. Hugo era más delgado que yo y no estaba tan fuerte. De pronto, empecé a recordar todas esas ocasiones en que me ridiculizaba frente a los demás. Lo peor no fue lo del la cara rasguñada y llena de lodo, lo imperdonable fue que me habían orinado todos por iniciativa de Hugo. Jamás dejó de llamarme marica. Solo los años hicieron que los chicos del barrio nos dispersáramos e hiciéramos nuestras vidas. A mí se me olvidó todo, hice de tripas corazón y acepté al Hugo ya serio y hasta cordial. No pensé que e ese momento fuera a ser poseído por una fuerza negativa. Y según tú, ¿cómo sería ese estúpido crimen que estás inventando? Se rio con burla y me dijo que ya lo iba entendiendo.

Pues el móvil son esos recuerdos de las humillaciones que sufriste en la infancia. El rencor debería ser tan grande que te abalanzarías sobre mí, me torcerías el cuello y me dejarías allí entre esas hierbas para que al congelarse el agua mi cuerpo quedara como si hubiera sufrido una caída y me hubiera ahogado. Lo malo es que te faltaría valor para hacerlo porque eres un marica. Esa actitud y, sobre todo la palabra que había ensombrecido mi infancia, me hicieron perder el control Hugo se rio cuando me vio enrojecer, dijo que jamás sería capaz de hacerlo. Empezó a provocarme y señaló a todas partes diciendo que no había testigos, que todo saldría con un cálculo milimétrico, que nadie nos había visto en ese sitio y que nadie sospecharía de mí, que éramos los mejores amigos del mundo y que mi cuartada sería decir que después de salir de la cafetería nos habíamos separado, yo había ido a pasear al centro y él se había ido al lago y allí había tenido un accidente. Sonó muy lógico. El maldito Hugo lo había logrado. Me había demostrado con gran maestría que sí era mejor que yo en la narrativa y que sus historias eran muy buenas. El haber perdido de nuevo me impulsó a cogerlo del cuello y tirarlo al agua. Sé que es despreciable lo que hice, pero se puede decir que fui inducido por él. Él fue quien cometió el crimen intelectual, yo solo seguí sus instrucciones. Tal vez eso esperaba de mí, quizás fue una forma de disculparse por el mal que me hizo, pero ¿cómo le explico eso a la policía si me pide explicaciones? Lo peor es que hasta la coartada me dio y ahora tendré que vivir con esa carga.

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