COMO UN SARTEN

– ¿Cómo se declara la acusada?

-Culpable- responde Azucena, sin dudarlo, y sin mostrar emoción alguna en su rostro

endurecido, un rostro que muestra más años que su documento.

Las voces parecen olas de un mar embravecido, Azucena no hace más que ver hacia el juez,

pero sabe exactamente que los abucheos no son sus únicos compañeros, también hay

pancartas y hasta gorras, remeras impresas, todas juzgándola aún más que el anciano de

túnica negra que le responde con la misma gélida mirada y dicta su sentencia.

Fue en mayo, Azucena con diecinueve años, caminaba por el jardín que se hallaba tras el

salón, la música se oía a lo lejos, ella aburrida y luciendo un largo vestido rojo que

acentuaba su delgada y joven figura caminaba y bostezaba, cuando la sorprendió una voz

masculina

-¿Aburrida?- Preguntó

– Cansada- respondió, y volteó a ver al joven que la miraba con una amplia sonrisa y los

ojos tan azules como el cielo nocturno que aparecía detrás de él, ella le respondió la sonrisa

y siguió- es el cumpleaños de mi prima, no me puedo ir temprano.

-Soledad es tu prima entonces, ella es la mejor amiga de mi hermana, y si no venía mis

padres no la dejaban venir, no conozco a nadie acá, soy Camilo- comentó y extendió la

mano, Azucena se presentó y aceptó el apretón.

Hablaron durante horas, se rieron, intercambiaron teléfonos y hasta bailaron.

Se citaron en una cafetería, fue ahí la primera vez que se besaron, entre llamadas y salidas

pasaron ocho meses, fue en enero que Azucena entre confundida y nerviosa descubrió que

estaba embarazada, se mudó con Camilo y a los veinte años había formado una familia,

cosa que ni siquiera había soñado en el jardín del salón del cumpleaños de quince de

Soledad.

Agustina nació perfecta, era una bebé hermosa, Camilo estaba embobado con la niña y

Azucena a pesar de su corta edad se sentía muy feliz.

Fue el treinta de agosto, cuando Agustina cumplió su primer año. Luego de la fiesta

comenzó a tener una fiebre intensa, le ponían paños fríos, la niña no paraba de llorar, se

ponía irritable, molesta, la tomaba un poco uno y luego el otro, pero la fiebre y el llanto no

paraban.

Luego se durmió y ambos padres con ella, se levantaron al día siguiente y Agustina no

quería despertar, costó mucho hacer que lo hiciera, la fiebre había bajado un poco, pero la

niña se reusaba a comer, y comenzaron los vómitos, luego volvió la fiebre, Camilo notó un

salpullido en el cuello de su hija y cuando se lo fue a comentar a Azucena, Agustina

comenzó a convulsionar así que corrieron a la camioneta y la llevaron a la emergencia.

Esa noche de agosto Agustina la pasó internada, y ambos padres aguardando noticias en la

sala de espera.

La mañana del primer día de septiembre el doctor salió al fin para hablar con los jóvenes

padres, Agustina tenía meningitis, su caso era severo y no sabían si sobreviviría.

Camilo hizo un escándalo, habló de denuncias y de malas praxis, gritó y golpeó las paredes,

Azucena solo escuchaba la palabra meningitis una y otra vez en su cabeza.

Después de algunos días de ir y venir, de turnarse para estar en el hospital, y de esperar la

evolución de Agustina el médico pidió una reunión con ambos padres.

-La buena noticia es que Agustina está fuera de peligro, se estabilizó, va a sobrevivir, pero

la mala es que su cerebro sufrió ciertos, llamémoslas para que sea más simple de entender,

sufrió ciertos cambios.

– ¿Qué clase de cambios? – Preguntó Camilo.

-básicamente lo que hizo la enfermedad fue actuar como un sartén donde metieron al

cerebro de Agustina y lo fritaron, honestamente no hay posibilidades de que pueda tener

motricidad fina, capacidad para comunicarse, es probable que no aprenda a controlar sus

esfínteres y tampoco sabemos si va a poder evolucionar lo suficiente como para entender

quiénes son ustedes, no sabemos si puede razonar o recordar algo.

Camilo repitió el primer escándalo, que denuncias, malas praxis, golpes, gritos, tuvieron

que venir a sacarlo ya que quiso agredir al médico, mientras tanto Azucena inmóvil y

serena miraba al suelo.

Azucena con veintiún años, esperaba la noche buena, mientras Agustina gritaba, miraba la

pared y golpeaba con ambas manos su sillita.

La joven madre leía por enésima vez la carta que Camilo le dejó antes de irse, eran pocas

las palabras, simplemente explicaba que no soportaba ver así a su pequeña, y prefería

alejarse, eso fue en octubre, y lo hizo, se alejó, para no volver jamás.

Al llegar la navidad número ocho sin Camilo, Azucena recibía las compras en la puerta

mientras Agustina gritaba, miraba al techo y golpeaba el sofá.

-Mira amor mamá trajo algunas cositas para celebrar que viene Papá Noel.

Agustina seguía gritando, el líquido viscoso de su boca cayendo y las manos dándose

contra el sofá, repentinamente se paró y corrió hacia la puerta dejando un pequeño pozo de

orina en el sofá, al verlo Azucena se apretó los labios y miró hacia arriba con los ojos

humedecidos.

La niña se dio contra la puerta y siguió gritando, Azucena fue a la cocina a dejar las bolsas

y la llamó una, dos y hasta tres veces, pero Agustina como siempre, no respondió, solo

gritaba y se daba contra la puerta.

Azucena con un nudo en la garganta fue donde su hija que giró hacia ella y comenzó a

tironearse la ropa, después de decir varias veces que no sin recibir respuesta de parte de su

hija la abrazó y lloró a los gritos, mientras la niña intentaba caminar como si nadie

estuviera frente a ella.

Azucena llevó a Agustina a su habitación, a pesar de lo difícil que ya se le hacía levantarla

en brazos, y sintiendo lo mojado de sus pañales, la encerró, y llorando preparó la cena

intentado ignorar la voz de su niña que repetía la primera letra del abecedario sin parar,

como solía hacerlo siempre.

Luego de servir la comida entró a la habitación, Agustina tirada en el suelo miraba al techo

al fin en silencio, al ver a su madre comenzó a gritar de nuevo, Azucena la volvió a tomar

en brazos, la llevó al baño, le dio una ducha mientras esta le pegaba y gritaba, la visitó y la

peinó, le dio puré y pollo en la boca, ella escupía un poco y otro poco comía, Azucena

sonreía con los ojos empapados mientras le decía.

-Yo sé que no me haces caso, pero vas a tener que dormir para que llegue Papá Noel,

comete todo el puré, el pollito, y después vamos a la cama para que Papá Noel pueda venir,

sino dormís no puede llegar

Agustina mirando hacia arriba, seguía con su lucha con la cuchara mientras movía la

cabeza a los lados lentamente.

Al terminar el plato Azucena fue al sofá y se puso a limpiarlo, Agustina bajó de la silla y

cayó desmayada.

Azucena luego de limpiar, cenó en silencio, luego comenzaron a oírse los fuegos artificiales

y ella miró a su hija tendida en el suelo sin hacer nada al respecto. Se sirvió una copa de

vino blanco, se dijo a si misma Feliz Navidad, fue al dormitorio, tomó un almohadón, fue

hacia Agustina que seguía dormida debido a unas gotas que su madre había agregado al

puré como ingrediente especial, entonces le dijo: – que tengas una Feliz Navidad mi amor,

perdón, pero es lo mejor para las dos- y presionó la almohada contra la cara de su hija hasta

que esta dejó de respirar.

Azucena esposada sube a una camioneta, la gente le grita, algunos intentan escupirla, ella

se pregunta de dónde sacaron fotos de su hija para hacer pancartas, se pregunta dónde

estaban esas personas cuando durante ocho años ella cambió pañales, soportó gritos

constantes, cuidó que Agustina no se lastimara cuando se daba contra las cosas, cuando le

dio de comer, cuando tuvo que ir con las manos temblorosas , un nudo en el pecho,

transpirada y sonrojada, a pedir ayuda económica al Estado, porque nadie la ayudaba a

cuidar de la niña, y había que mantenerla y mantenerse. Dónde estaban cuando tenía que

pasar noches enteras bajando fiebres o todo el día tratando de hablarle a alguien que no

lograba comprender ni una de sus palabras y que no tenía posibilidades de un futuro, una

persona que jamás estudiaría, ni saldría, ni se metería en problemas, ni le daría nietos ni se

los negaría.

¿Dónde estaban los justicieros que ahora la condenan cuando Camilo prefirió huir, y ella

tuvo que contar monedas para comprar medicamentos que en realidad eran pruebas y no le

hacían evolucionar ni un poco a su hija? ¿Dónde estaban los que ahora gritan: Asesina , y

se dan golpes en el pecho, los que le tiran tomates y huevos, los que hicieron esos carteles

con el nombre de su niña, cuando esta rompía objetos de la casa y Azucena tenía que correr

a juntarlos para evitar que la niña se cortara, o se los comiera accidentalmente?

Ahora están todos, todos gritando, todos abucheando, todos llamando angelito a su hija,

incluso en la multitud ve una cara conocida, es la cara de Camilo, con más kilos y menos

cabello, pero es él, que la mira indignado, rodeado de periodistas y con la cara empapada en

llanto, después de haber desaparecido ocho años.

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS