El corazón parecía estar queriendo salir de su pecho, y sus manos llenas de sudor acompañaba el ritmo desenfrenado de sus pulsaciones. Notaba el camino de la sangre por sus venas, y el temblor en las piernas que le hacia perder el equilibrio.

Un sueño, un mal sueño.

Se dirigió a la cocina a servirse un café, nunca fue de su agrado pero había algo en su amargor y su olor que le hacia sentir en casa. Allí plantada viendo el reloj de pared, respiro muy profundo, casi hasta hacerse daño en el pecho por no poder contener mas oxigeno dentro de ella. Comenzó a recordar su sueño, el dolor, la sensación de perdida y la tristeza que la envolvía en una nube de soledad.

Recorrió aquellos fríos pasillos, observo las miradas de su mentes que la vigilaban y juzgaban por sus reacciones, los abrazos vacíos de cariño, y las palabras pequeñas y sin sentido. Podía teletransportarse y recordar y revivir cada uno de los segundos, y aun así parecía un mal sueño.

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Nunca se sintió sola dentro de su soledad, y siempre la envolvió la sensación de echar de menos a alguien, que nunca la acompaño. Encontraba la belleza del anochecer en invierno, en las fotografías de un café solo en la mesa, en las cartas amontonadas en el buzón, y en el silencio de no recibir llamadas. Tanta belleza en sus ojos, y nunca supo a quien sentía lejos de ella.

Enamorada de los caballeros con bella armadura de las novelas, y los príncipes encantadores de los cuentos de hadas, no deseo encontrarse con ellos jamás, como iba a quitarle el sentido de vivir a alguien por no sentirse perdida. Y es que no los deseaba, los envidiaba. Envidiaba que alguien los buscara, que alguien quisiera sentir sus abrazos y sus palabras fueran de consuelo para los oídos ajenos, que las sonrisas perdidas entre el humo de un cigarro fuera el regalo de una tarde y un motivo de felicidad.

Eso echaba de menos, no volver a ser capaz de mostrar amor.

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