Pepito Peralta Pérez no era cualquier persona. El destino le había jugado una inocente broma al obligarlo a nacer en Senegal, no hablar francés, sino fula o fulani, de manera muy inadecuada, además a los cinco años había llegado en una patera a España. Fue adoptado por unos pescadores que lo vieron desamparado en una playa. La pareja de ancianos que lo encontró se compadeció de él y le brindó protección para que el pobre niño lograra sobrevivir en una tierra tan inhóspita. José y Pablo que estaban viudos, eran hermanos y vivían en una pequeña casa del pueblo de Tres piedras en Cádiz, lo enseñaron a pescar y le inculcaron los valores de la moral y la ética. En el pequeñito y oscuro ser proveniente de África pronto germinó esa esencia latina católica, dándole unas características muy especiales, dado que era alegre, comunicativo y muy, pero muy fantasioso. Hasta los dieciocho años se dedicó a los estudios y la pesca, pero un día vio un hermoso barco de la marina y decidió que su camino se encontraba en aquellas aguas. Hizo sus maletas y se despidió de sus padres, luego se ofreció de ayudante de cocinero en el Ministerio de defensa y, al aprobar todos los exámenes, se le concedió el grado de Marinero Primera y la obligación de asistir con premura todos los encargos que le dieran en la cocina de El Audaz, un barco de operaciones para la prevención de tráfico de personas y mercancías.

El buen gusto para preparar la comida le atrajo el aprecio, respeto y cariño de los 48 tripulantes de la nave. En poco tiempo, PPP desarrolló unas cualidades que le sorprendieron muchísimo. He de decir que por cuestiones de tiempo y el mismo objetivo de esta narración que no es el de convertirse más que en un cuento corto, no contaré los sueños extraños que tuvo triple pe cuando era pequeño, tampoco hablaré de sus largos diálogos con su Ángel de la guarda o Ángel custodio, quien le reveló que sería un pitoniso o adivinador o visionario o clarividente o yiyoowo labbdo como le fue dicho originalmente. Tampoco hablaré de sus cualidades físicas, su resistencia a la adversidad, su espontaneidad a la hora de reírse de sí mismo, ni mucho menos de la mujer que se le apareció desnuda en un sueño inquieto de verano gaditano o kadiis, en fulani o fulano de tal idioma, y evitaré hablar de las eternas noches estrelladas en las que triple p soñaba con el amor puro, al rojo vivo, pero puro.

Por cuestiones que, solo el mismo sino o destino o azar o como se le diga en cualquier idioma del mundo incluyendo el fulani, en el que, por cierto, esa palabra se asocia más con un plátano que con la caótica incertidumbre fatum, hado o suerte, pues se dice “bana ni tan”; llegó PPP a un pueblo mexicano llamado Catemaco. Este sitio es famoso por sus curaciones poco tradicionales, cada año miles de enfermos decepcionados de la medicina tradicional acuden a sus especialistas que llamaremos sellinoowo jaambaaro, ya que es la única forma que triple p conocía hasta ese momento.

Al desembarcar para buscar un sitio en el que los marineros pudieran hacer ejercicio, Pepito vio detrás de una palmera una aparición. Lo que notó de reojo fue una hermosa cabellera negra de pelos rizados, pero debajo se vislumbraba una piel morena de formas sensuales. Empezó a seguirla, se guiaba por las huellas de aquellos pequeños pies que dejaban unos huequitos simpáticos en la arena. Levantó la vista para tratar de adivinar el camino, lamentó que su Ángel custodio no le hubiera dado poderes para ver entre la maleza. Usa la nariz—le ordenó el sentido común—, trata de buscar su olor. ¡Era verdad! Fue necesario abrir bien las aletas de la nariz para que entrara por ellas ese aroma fresco que lo arrastró hacía una pequeña población salvaje. En el rostro de Pepito se reflejaba esa felicidad que lo había colmado su actividad cerebral erótica de la adolescencia. Me gustaría contar más, pero como ya se termina el tiempo y tenemos que decir por qué “la vidente abrió la puerta”, recortaremos un poco. Entonces resultó que la estela de aceite de coco con esencia de piña, tersura de papaya y picor de ramas secas llevó a nuestro amigo hasta la puerta de una choza en la que lo esperaba una mujer desnuda que dijo: Naat, giɗo am, miɗo fadi ma…

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