Amor de Viejos

Me gusta ir al mar todas las tardes, suelo recordar como lo frecuentaba con mi Beatriz. Nos sentábamos juntos cerca a la orilla y nos tomábamos de las manos, como jóvenes que apenas acababan de conocer el amor. Viéndonos cara a cara realmente acaramelados, me hacía reflexionar sobre este sentimiento que llaman de amor y como este era demasiado fuerte para que me dejara tan indefenso.

Un día no la vi más, ella fue la única que no volvió, ahora cabizbajo, haciendo la misma rutina que siempre hacía junto a ella. Yo y mi bastón andando a pasos torpes. Me siento en la misma roca de siempre cerca de la orilla, mirando al cielo que oscurece bajo el paso del tiempo y bajo el sol poniente como testigo, me despido de nuestro lugar de amor con un sollozo, que nunca existió antes de la ausencia de mi dama.

Tenía una preciosa gatita, ella iba y venía todos los días, no era una gata de casa que pudiese tener encerrada dentro del apartamento todo el tiempo. Appaloosa era una gata libre, le gustaba irse unas horas al día, pero siempre volvía cuando llegaba a casa con mi Beatriz de la playa. No sé cómo vivir ahora con Appalossa sin Beatriz aquí, ella que siempre estuvo ahí para mí, en mis mejores y peores momentos. Fue tan terrible para mí su pérdida. Un día te fuiste y no volviste Beatriz, pero te esperaré por siempre en el limbo o lo que llaman de cielo. Ahora te llamo con ouijas, pero no obtengo respuestas. Aunque resulte que en uno de mis infartos pueda morir cinco segundos y verte de nuevo, sería maravilloso, pero por ahora solo me quedan las miradas tristes y pésames de vecinos que poco a poco se irán olvidando que existo en esta cabaña que alguna vez hice soñando estar con mi Beatriz hasta la muerte

Será la suerte de los desdichados, vivir en esta región siempre sacudida por temblores y humedad por la rabia de la naturaleza y por la hipocresía de quienes la habitan. 

Trabaje largas jornadas por una miseria de pago y sin tiempo para amar, solo aventuras de puerto en puerto pues no había más oportunidades trabajando como marino mercante, siempre fue lo único rentable en ese infame trabajo. Quise amar alguna vez, pero la pobreza tan escaza de mis sentimientos no me lo permitió, así empecé a amar este trabajo para llenar de besos vacíos a mi boca y a un corazón quien estaba enfermo.

La suerte del desdichado es algo que no tiene cabida en este distrito del Callao olvidado por Dios. Quién sabrá por qué, yo no lo sé, ciertamente, lo único que sé es que de la noche a la mañana me hice viejo y me jubilaron y mis días de glorioso aventurero se acabaron y por qué no decirlo, hasta mis ganas de seguirlo siendo.

Entonces nací nuevamente al conocer a Beatriz, salí de ese desierto que me tenía condenado de por vida, vivíamos libremente y amando hacer muchas cosas simples como escuchar música, o ver películas de Kurozawa, Zefirelli y Lombardi. Las cosas fueron mejorando a medida que crecía nuestro amor, no era culpa de nuestros hambrientos corazones, era culpa de la ceguera tan controladora en la que habíamos vivido.

Cuando nuestro amor se hizo indestructible, decidimos emigrar juntos, tarea muy ardua tomando en cuenta nuestra edad y fallidas experiencias por ser felices en el pasado. Pero estábamos conscientes del peligro de ser ahora solo ella y yo. Entonces caminamos tanto, estábamos perdidos de amor. Pasamos ríos y montañas, eran verdes valles para nosotros.

Y después de pocos días caminando, ella cae así de repente desfallecida. Recuerdo que en su entierro puse de su lado un pequeño frasco de arena de nuestro lugar. Ahora sigo solo nuestro camino en silencio. Ahora estoy aquí, viendo las estrellas, esperando que los ángeles me vean desde allá arriba, y que en un acto de piedad, Dios me lleve con ella.

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