Adopción responsable
Si bien siempre fue una idea que rondaba en mi cabeza, un par de meses atrás el deseo de adoptar había brotado, casi con brusquedad. Tomó entidad propia y me acompañaba a donde iba, cuando caminaba por la calle me interrumpía de forma abrupta, cuando pasaba por una tienda de mascotas, cuando veía personas paseando perros, hasta me surgía en sueños. Era incontrolable.
Hasta que un día me llevaron a un lugar. Fue un viaje largo, el viento alborotó mis pelos durante todo el viaje y aunque disfruté esa sensación, tenía un poco de dudas e incertidumbre por lo que podía pasar.
Llegamos a un gran estacionamiento y ahí apareció ella. No pude resistirme y me lancé a sus brazos. Su olor me envolvió por completo, como el sol de la mañana después de una noche fría, tiene dejos sutiles que parecen esconderse, aunque mi hocico llega a percibirlos, hacen juego con su tono de voz. Ese día, una nota de su fragancia fue diferente. Aún la recuerdo, surgió una ráfaga dulce e intensa, supongo que así huele la felicidad.
Claro que al principio me sentí un poco inseguro, no sabía dónde iba. Pero no me costó acostumbrarme a su olor, ese aroma me da seguridad. Por fin estaba en casa. Tuve mi primera correa y una plaquita colgando, todos los perros con humanos las tienen y ahora yo también.
De a poco, pude mostrar mis primeros ladridos y supe que acá no estaba mal ladrar, los palos dejaron de ser amenazantes en sus manos y los truenos no parecen tan ruidosos ahora. Sentí la suavidad de sus manos en mi pelaje y aunque no sé bien qué le pasó a ella antes de mi llegada puedo oler su dolor.
A veces la observo y pienso que no soy el único que se está descubriendo. Cuando la veo sonreír, sus ojos se iluminan y su cara toma una expresión de asombro, como quien estrena algo nuevo.
Aunque soy feliz, cuidarla es un trabajo diario. Aprendí que cuando huele a tierra es porque sus ojos se van a humedecer, entonces me recuesto sobre sus piernas para que sepa que no está sola. Armé una rutina de salidas, no sólo porque quiera hacer pis, sino para que no esté tanto tiempo acostada. Pareciera que a veces se olvida lo bien que se siente el sol cálido en la cara.
Pero mi trabajo más duro es llamar la atención de cada persona que me cruzo en el camino: ella sonríe tímida y continuamos. Espero, tarde o temprano, que cruce alguna palabra, que interactúe con otra persona. Y, tal vez, ahí descubra que puede amar a otro humano tanto como me ama a mi.
Porque aunque me haya adoptado, los dos sabemos que ella me eligió para rescatarla.
OPINIONES Y COMENTARIOS