“Y la distancia se abrirá/y desde la luz volará/cónica y rauda flecha/acariciando mis días de silencio, días de silencio, días de silencio.”

(“Días de silencio” Luis.A.Spinetta de “Mondo di cromo”)

—“¿Dónde demonios estaba Dios cuando todo se fue al diablo? ¿Echando a suertes nuestra suerte?” —sabía que era inútil quejarse, pero tampoco era tiempo de plegarias.

Si encorvaba algo mi cuello podía ver el agujero azulado en el centro de mi pecho. Desde las luces sobre mi cabeza bajaban cientos de cañerías que se introducían en algún punto de lo que quedaba de mi cuerpo. Algunos tubos llevaban sustancias que me mantenían con vida, otros me alimentaban y los restantes me daban una falsa sensación de bienestar.

El viento entreabrió parte de la tela de la carpa que servía de quirófano de campaña. Afuera había cientos de toldos agitados por un viento cálido y rojizo que recordaba al Sirocco, ese céfiro ardiente y arenoso que llegaba de África hasta más allá de la Cerdeña. Este soplo traía arenisca y radiaciones en partes iguales.

Una voz metálica comenzó el conteo para realizar la operación, Toda la sala de intervenciones estaba robotizada. Eran máquinas que dirigían otras máquinas. Sus eficientes brazos hidráulicos colocaron en posición una especie de armadura que pasaría a formar parte de mi organismo. O viceversa.

Una vez concluida aquella manipulación de ingeniería biónica estaría listo para volver al combate. Pero con una ligera diferencia; estaría en el bando que iba ganando.

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