Hallado en el cesto de los papeles (un ejercicio de escritura)

Hallado en el cesto de los papeles (un ejercicio de escritura)

Fernando Delacruz

11/12/2017

Esta mañana vi un borrador en el cesto de los papeles con un dibujo de un gato que me llamó la atención. Lo había escrito la primavera pasada mientras estaba recuperándome de una lesión en un pie que me dejó sin caminar un par de meses.

Tomé el papel y al levantarlo me sorprendió otro borrador con el dibujo de una caracola.

Llevé conmigo los papeles y salí a tomar un café. En cuanto pude, tomé una libreta y cambié un poco lo que había escrito. Esto es lo que escribí:

Tu casa es el nido de las ideas inconclusas y de las historias no resueltas; cuando entro me acechas (primero con tu aroma) con tu mirada por encima del agua, me acerco despacio, te estiras en el suelo, me cubres como una enredadera a una cerca.

Nos vestimos del pelaje espeso de la noche mientras estoy atento a tu forma de subir a los muebles. El reloj se quedó atascado en la misma nota, tu te ves pálida como la muerte o el olvido.

Solo nos queda esto: dos camas blancas flotando en la casualidad de la nada.

Algo dentro del texto no me convencía del todo: era como si se hubiera quedado sin magia al perder su lado salvaje, le hacía falta la tipografía de una vieja maquina, sus manchas, sus errores y el vértigo que me producía intentar entender ese dibujo no terminado deliberadamente.

Arranqué la hoja de la libreta y la metí en el bolsillo de mi camisa.

Mientras bebía mi café vi al otro lado de la calle dos personas limpiando los vidrios de un ventanal. Uno de ellos sostenía la escalera, con mirada distraída (como la de alguien que recuerda la inmensidad del mar) mientras otro limpiaba cautelosamente los vidrios. Al salir pasé junto a ellos y no pude evitar mirar hacia arriba.

Un viento fresco me dio de lleno en la cara al mirar el edificio de enfrente rompiendo el cielo brillante de las 11 a.m. con sus bordes afilados. En ese instante el aire me robó uno de los borradores del bolsillo, aquel con el dibujo de la caracola.

La boca me supo amarga al hacerme consciente del momento: el viento ladrón, el papel estrellándose con la escalera endeble, el edificio, el ventanal, el cielo ( de las 11 a.m.) mi mano tocando el bolsillo buscando las llaves, yo entrando a la casa, tirando el borrador recién escrito al cesto de los papeles.

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