La carta va hecha en dos partes por el bien de tú persona, mi hermano.

Esta carta es para ti, mi estimado amigo. Pido por favor… no, te suplico que destruyas esta carta después de leerla. Me remito a tú amistad conmigo para confesarte un secreto que he intentado aludir estos últimos meses. Por favor, te lo imploro, no intentes buscar nada relacionado con lo que te voy a decir… y por el amor a Dios olvida cada palabra de este documento. No mencionaré tu nombre, porque sé que, si cae en manos equivocadas alguien más daría con el infortunio. Sin más preámbulo voy al mensaje principal de esta carta:

Hace aproximadamente seis meses fui a la fiesta de una amiga. Cumplía diecinueve primaveras, y como tú sabrás yo siempre he estado enamorado de ella. Entre tragos y pensamientos rudimentarios a la especie humana, comprendí que por más que la intentara sacar de mi mente y de mi corazón, no lo podría hacer.

Fue entonces que decidí irme por la puerta trasera como un cobarde y dejar que las garras del destino intervinieran en tan penoso sentimiento, y digo penoso porque ni tan siquiera yo puedo huir de tal disparate.

Caminado como un errante en medio de la oscuridad y la placida luz nocturna de la luna llena, sombras danzaban ante mí, en un vals diabólico para la mente que busca de cualquier modo asustarse e intentar hallar placer en la existencia. Pero tú sabes que ese no es mi caso, no creo en la vulgaridad de la humanidad, en sus clichés y mucho menos en disparates de misticismos, ó de cualquier índole religiosa. Todo lo contrario, he sido un hombre de ciencia, motivado por acciones reales y fantasías que las ciencias nos pueden dar cabida a imaginar.

Si bien aquella carretera sola, inundada de neblina –un cliché del cine del terror-, alucinaba con esporádicas esquinas sombreadas por imponentes robles y pinos no inspiraba miedo alguno en mí. No mencionaré el nombre por temor a que vayas a ese lugar y encuentres el castigo de la inoportunidad y curiosidad. Tú Dios y mi dios filosófico son muy estrechos con sus castigos, ahora lo sé.

Siguiendo con esta carta tan difícil de escribir, tanto que puedo percibir el frió invernal de aquella noche y como me acomode en el cálido vicio de un cigarrillo. Mientras caminaba, una corona de arboles entre cruzados entre sí, taparon la luz de la hermosa de queso, y pronto sucedería ante mis ojos lo que siempre pensé que solo la magia del cine y la literatura nos podían mostrar. De pronto, te aseguro, sin temor a equivocarme que algo me observaba –te lo juro por el amor que le tengo a esa joven que lo sentí-. Y fue la primera vez que me sentí incomodo en la soledad. Al cabo de dar unos pasos, que me parecieron eternos, una luz brillante, tosca, verde fosforescente pasó por encima de mí. Iluminándome. Paso rápido y escoltado de un ruido muerto y quisquilloso, como el sonido de un motor de ventilador gigante. Culminó con un fuerte estruendo al lado de la carretera. La luz parpadeaba verdosa entre ese espeso bosque. Te preguntaras que fue lo que hice, pues antes te diré lo que pensé. Mi imaginación voló hasta la estratosfera de lo que la ciencia permite. Se me ocurrió que podía ser un meteorito o algún satélite hecho por la mano del hombre.

Corrí tan rápido como mi cuerpo fue capaz, los búhos ni tan siquiera se incomodaron porque yo violaba sus privadas noches. Me hice espacio entre la milpa –en el furor del momento no me di cuenta que me había alejado tanto de la carretera, que ya me era imposible divisarla-. Mis manos se hirieron por las duras y finas milpas. El graznido de un cuervo me hizo dar un salto que me provocó ver la luna de una manera diferente: aterradora y monumental.

A dos metros de distancia, aquella luz parpadeante figuró en mí, un extraño placer, una sed de inquietante curiosidad que explotó cada átomo de mis sentidos en una súper explosión de predicciones elocuentes y científicas. Me apuré en pasar las últimas cortinas de milpas, y ahí estaba “eso”, “la cosa”, “ese algo”. ¡Oh! Mi amigo, en serio que no encuentro las palabras para describirte esa… lo que sea que fuese. Te puedo decir que tenia la forma ovalada de un balón de futbol americano, quizás un poco más grande. Era escamoso, y un fluido verdoso fosforescente escurría de lo que parecía ser unos ventrículos. Palpitaba como un corazón, y el sonido recriminaba sutilmente.

Fue entonces que decidí quitarme mi saco y envolverlo. Lo lleve a casa, y lo examiné con detalle, para luego ver unos poros en esa cosa. Estas escurrían otra secreción, algo negra. Con mi dedo frote el fluido pegajoso. Al ver aquello, solo pude pensar en viejas películas donde personas encuentras objetos raros y terminan siendo devorados por un ser alienígena, pero para mí, eso solo era magia del cine.

Al siguiente día desperté, y rápidamente me aseguré de que no se trataré de un sueño. Fui a ver el drama que yo mismo había hecho en el despacho de mis padres, quienes viajaron a Inglaterra. Todo estaba normal, todo menos el artefacto ovalado. Se había fosilizado en un material duro y liso, parecido al calcio de los fósiles de dinosaurio.

Entonces fue que llame a mi amigo, que estudiaba veterinaria. Tú sabes quién era. Reviso el fósil, y me dijo que era algo que nunca había visto. Le comente sobre el acontecimiento, y fuimos al lugar del incidente. Por fortuna aun se encontraba un poco de la masa gelatinosa –que ahora tenía un aspecto marrón-. La depositó en un recipiente y se la llevó para examinarla.

Tres días después del incidente, mi aspecto y mi fuerza viril estaban decayendo. No sentía hambre y una fuerte depresión me abdujo el alma. Y es aquí donde mi trágica fe en el empirismo fue maldecido por algo que hasta ahora no sé cómo llamar… lo único que se… es que mi plagada mente ahora sufre por esa cosa.

No puedo mandarte toda la carta todavía, aun no puedo. Debo de estar seguro que nadie esta interceptando esta carta… no puedo seguir escribiendo. Por el momento no.

Tú amigo.

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS