Además de su oficio de taxista Tomás adoraba la pintura. De hecho se había atrevido con algunos retratos, de los que estaba bastante satisfecho. Esa pasión le llevó a enamorarse de una preciosa mujer plasmada en un pequeño lienzo con un brillante marco de pan de oro de la galería Montset. Tantas veces como podía hacía pasar su taxi por allí y dedicaba unos minutos a admirar aquella sonrisa de labios brillantes, aquellos pómulos rosas de terciopelo.

Montset, el dueño, se le acercó una de esas veces y le susurró:

¬ Puede ser tuyo.

¬Imposible .Nunca lo podré pagar.

¬No te digo que lo compres. Tengo un plan en el que podemos ganar todos.

¬ ¿Qué plan?

¬Te he visto aparcar el taxi cuando te acercas a ver a esta mujer. Sólo tienes que hacerlo cómo siempre. Por la noche. A las diez. Lo dejas abierto. Yo me encargaré de llevarte elcuadro a donde túme indiques. Tu coche estará en el mismolugar cuando lo vuelvas a recoger.

¬Hombre, tengo un pequeño taller…¿Y qué gana usted con esa…gestión?

¬El cuadro está asegurado. Tengo un marchante…Tú dedícate a ser visto entre las diez y las doce por gente que conozcas. El resto es cosa mía.

Tomás no pensó mucho. No tenía nada que perder. Todo parecía tan fáci…Le dio a Montset la dirección del taller y la llave de la puerta metálica.

¬De acuerdo. El miércoles. Dejaré el taxi ahí delante. Lo recogeré a las doce y diez.

¬ Bien y tarda en volver por aquí.

Tomás pasó la velada del miércoles entre amigos en el Bar La Ponderosa, junto a su casa. Todos le vieron beber y reír al límite. Tanto que a la mañana siguiente le costabaconducir y concentrarse en lo que estaba haciendo.

Al oír las noticias por la radio. Se narraba el robo de un cuadro y la denuncia interpuesta por el marchante. Paró como pudo junto a la acera, abrió la puerta del taxi y en dos zancadas se situó frente al maletero. El cuadro “robado” aún estaba ahí.

Un calor le subió por todo el cuerpo. Le sudaban las manos. Se le secó la boca. Algo no le estaba gustando. Algo no estaba claro y no sabía qué.

Enfiló hacía la galería Montset. Bajó del taxi con el paquete bajo el brazo y se dirigió al dueño.

Le dejó el bulto en el mostrador.

¬Efectivamente, no nos veremos más – añadió al salir, sin cerrar la puerta.

Y respiró profundamente.

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