Ainara

Ainara le tendió la mano. Darío se la apretó. ¿Qué otra cosa podía hacer?

-¡Venid. Ahí hay tres sitios vacíos. Vamos! -nos dijo ella a mi hermano y a mí, momentos antes, mientras nos empujaba coquetamente a ambos a entrar en el bar.-

Ya avanzada la cena y con varias cervezas en mi cuerpo, decidí que no soportaba más la angustia de no mostrar a Ainaracuanto me gustaba, y lo hice de la manera más primitiva posible. Ella también.Dejó caersu mano derechabajo la mesa y yo se la cogí con mi izquierda fuertemente, para darle a entender,así,que la quería.Ella me miró con sorpresa, después al frente y seguidamente a mi hermano Darío a su izquierda, al tiempo que levantaba sus dos manos y las colocabaa la vista de ambos. Su mano derecha arrastraba la mía. Su mano izquierda arrastraba la de mi hermano y en ese instantelos dos nos miramos con sorpresa y un gran sobresalto.Despuésla miramos a ella y, con los ojos brillantes de competencia, comprendimos que sólo había una salida a aquella situación; enfrentarnos como dos machos de la misma manada.

Reconozco que en ese momento, cómo si sólo los tres estuviéramos en aquel concurrido lugar, a pesar de que no era así, a pesar de la música y del bullicio, en mi se hizo el silencio, mis oídos se cerraron y un mutismo total reinó en mi interior. Los dos la mirábamos a la vez con deseo y pasión mal disimulados. Yo por ella y sus encantos, él, además, porque me gustaba a mí.A los dos nos provocaba la misma sensación. Él también vigilaba cómo yo la observaba.

De repente y en ese instante de gran violencia, tras la tensa y extraña sardana recién empezada,una repentina clarividencia me dictó desparecerdel lugar.

Mientras me incorporaba de la mesa Darío se levantó y la sacó a bailar. Ella bailaba con él y también conmigo. Él bailaba con Ainara y contra mí y mi deseo por ella. De nuevo, como siempre, su amor por lo que yo consideraba mío aparecía por encima de nosotros.

¿Debería yo tirar de Ainara hacia mí? ¿Abrazarla y hacerla mía frente a él? Perosi hubiera hecho eso hubiera provocado en Darío la pena y el sentimiento de derrota. Hubiera empezado, con esa resolución, un cisma fraternal irreparable. Y si fuera él el que se hiciera dueñode Ainara, ¿deberá defender mi deseo frente al suyo allí mismo?

Llegué cansado y sudando a casa,me refresqué con una ducha rápida y, sin encender la luz, a oscuras y desnudo, me dejé caeren mi cama. Mi hermano y yo dormíamos en la misma habitación. El sonido de mi respiración me lo devolvió otro suspiro parecido, procedente de la cama de Darío. Él ya estaba allí. Entre elrumor de su respiración y el silencio posterior a la misma me pareció adivinar un sollozo.

Después de aquel especial encuentro, o desencuentro- ¿cómo llamarlo?- Ainara, la pobre, se llevó la peor parte.Darío y yo – que después de tantos años aún recordamosentre sonrisas la sorpresa del momento, en aquella cena- seguimos haciéndola nuestra, de ambos, en el recuerdo, y nos decimos que ella, finalmente, por no ser, no fue de nadie, ni nosotros, qué pena, tampoco de ella.

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