El despertar de los sueños

En las azules aguas de los arrecifes, con sus rocas frenantes de bofetadas continúas por las olas embrutecidas. Soñaba que nadaban una serie de hombres en el fondo hacia los bancos de coral verde azulado. Encienden sus linternas y los peces enrojecen, las plantas se tornan de colores fluorescentes, y el entorno se vuelve multicolor.

Solo. Cuando la luz alcanza mi sueño fantástico, despierto en el camastro lleno de harapos con colores grises y sucios, y el techo lleno de telarañas. Por el ventanillo, entra un rayo de luz de un sol que parece salir alboreando el día con lastima. Lastima de mi, que me estaba metiendo en un mundo de posadas peor que el que en mi niñez fui educado.

En mi niñez. Los frailes que me educaron, eran regularmente predicadores plagiarios; pero como se alaban unos a otros, yo, necio de mí, me quedaba con la boca abierta. Ahora que soy mayorcito la tengo que abrir por las palabrotas que oigo a los arrieros en la posada donde habito.

Mi juventud temprana. Cuando el crepúsculo me anunciaba un nuevo día, quise huir del Convento en busca del tesoro civilizado de la ciudad de encanto y cultura escondido en las grandes metrópolis urbanas.

Madrid era mi meta, me lo había planteado por que oía murmurar muchas veces a los frailes que ¡de Madrid al cielo! Y me lo imaginaba, como una ciudad llena de luz y de color.

, Cumplidos dieciocho años, me dieron el carnet de identidad. Para mi, era la iniciación de una nueva etapa de mi vida y mi afición eran las artes plásticas: practica aprendida en el convento y heredada de un viejo pintor que decidió terminar sus días en la soledad del convento.

Yo, soñaba muy a menudo con esculturas talladas de piedra caliza; procedentes de las canteras de aquel pueblo de Cuenca, donde se le roban las piedras a las entrañas de la tierra cortadas con un serrucho de mano entre dos hombres. Piedras blandas descansando en su lecho, que al sacarlas de su lugar, se convierten en rígidas y duras en contacto con el aire.

La piedra llora y se astilla, rompe al golpe de martillo y cincel del escultor y muestra su belleza con sus colores veteados que ayudan a tapar los defectos de la imagen que se esculpe. Mi mayor ilusión era, buscar la esencia del arte de la pintura, mis sueños iban destinados a su color y su forma. Las obras artísticas del maestro, que yo contemplaba, poseían siempre una magia de ensueño. Con ellas, las superficies y el espacio, cobran una especie de movimiento y llegan a convertirse en algo que adquiere vida propia, lo mismo que las hojas quietas de los árboles, al ser movidas por el viento, parece que están vivas.

Cambió mi vida. Como cambia el tiempo: de la noche a la mañana, me vi envuelto en un mundo extraño lleno de sorpresas.

En esta posada donde llegue con Bartolillo el arriero, que tuvo la gentileza de llevarme subido en el carro. Y en este lugar, me tuve que conformar en ser cuadrero por la costa. Mi trabajo, aunque era secundario, me tuve que acomodar a limpiar boñigas en las cuadras y a dormir en un camastro que de somier, tenia una ristra de vencejos atados de parte a parte entre dos palos; de colchón, una saca de lona llena de paja que pinchaban las raspas como demonios.

¡OH, encanto perdido! De aquellos dulces sueños que al despertar, los dedos me parecían huéspedes.

Cuando todo se amontona por no saber ni entender los conflictos que nos repara la vida, estas metido en un laberinto de monstruosas vergüenzas que van haciendo despertar voluntades desconocidas; se pegan a tu mente, como ramas enzarzadas. Monjes que te enseñan a rezar, pero no a sentir: y cuando despierta la pubertad de los apetitos fisiológicos o carnales de tu cuerpo, solo conoces un esqueleto sin órganos sexuales, apetencias que aparecen como pecados entre, tocamientos, lujuria, placer y miedo. No entiendes, el por que de de estas sinrazones despiadadas que te hacen sufrir mas que gozar. Y, cuando te das cuenta de que un adulto te ha tocado palpando tus partes intimas, tu vergüenza y tu pecado debes guardarlo en secreto, por que en solo pensar que entre miedo al pecado, entre vergüenza y placer, sientes que la culpa es de tu ignorancia impotente para decidir por ti mismo, tus apetencias.

Me fui. Si, me fui, huyendo de aquel laberinto de confusiones religiosas. Y en mi camino fatal, el soñar despierto iniciaba, una pretensión de olvido, un empezar de nuevo para olvidar el pasado, un sentir de apropiación de mi dignidad que estaba perdida y había sido el pecado mas fuerte que mi voluntad. Y, decía mi conciencia.

¿Insensato, despierta? -no ves que estas en peligro de condenar tu vida al purgatorio sin que nadie perdone tus Pecados. Y. Para seguir mi ruta hacia el paraíso ilusorio, necesitaba dinero para no estar de prestadillo en las posadas, limpiando cuadras y haciendo favores a cambio de comida y cama.

Se había establecido, el bar terraza de verano al aire libre. La posadera y su marido, con su puesto de horchata, limón granizado y agua de cebada, esperaban hacer el agosto, dejando a tras una vida vergonzosa de apaño entre dinero y sexo. La posadera se sentía mezquina, y a penas si quedaba un pequeño disculpar en sus fechorías celestinas. A pesar de su misión acuosa y refrescante, era mal recibida por los bebedores de vino. Para los clientes, calentaba mas la posadera que el sol. Y para refrescar las calenturas, el agua endulzada con su misión acuosa, era como una embajada del infierno y no era su mejor receta. Otra cosa muy diferente, se vio acompañada de una guapa y pintoresca moza. Ellas dos, fueron estimadas como enemigas de la salvación del alma.

Aquellos ciudadanos, que refrescaban sus placeres con miradas indiscretas y el pensamiento puesto en la carne fresca del pecado.

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS