Él -y lo digo porque me consta- pues lo conocí hace mucho tiempo, cuando ambos éramos jóvenes, tal vez 20 años atrás o más- ha sido una especie de fauno en ropa de trabajo.

De mediana estatura con la cabeza siempre cubierta y ropas holgadas es de un erotismo tal que puede hacerte el amor mientras te saluda. Absolutamente sonriente y siempre listo como un scout, erecto y capaz de regalarte esperma con solo saludarte de mano.

Con sus versos por melodía, amoroso, sabio inteligente hubiera sido un excelente poeta sino se hubiera gastado su ingenio convenciendo a cuanta muchacha encontraba de irse con él a la cama. Debe haber tenido muchas mujeres, muchas más que versos.

Valga decir que siempre nos tuvo acostumbrados a los cambios repentinos de pareja y como todas lo adoraban, cuando luego las abandonaba las veíamos cari entristecidas pero resignadas. Se las conseguía en sus clases y en los talleres, las hacía sentir como princesas las exhibía a cuanto lugar iba, les ayudaba a publicar sus escritos pero luego, se cansaba de ellas y eran sistemáticamente reemplazadas. Le conocimos tantas que ya perdimos la cuenta. Lo llamábamos el mecenas de las vaginas.

Por eso cuando la última llegó no nos sorprendió verla. Además esa manía de cambiar de mujer no le quitaba ni una pisca a lo buen maestro que era, pues era encantador de todas maneras y mostraba para nosotros tanta generosidad e ingenio, que sus asuntos de faldas pasaban desapercibidos.

La que llegó, que habría se ser la última, era una mujer joven pero tenía el don de disimularlo pues no usaba maquillaje, llevaba una gran melena revuelta y se ponía blusas camisera y bluyines anchos que le ponían años. Ella había dicho que era abogada y que no le gustaba escribir, pero sí leer y que estaba en el taller por curiosidad. Nosotros pensábamos que era por celos, que iba a cuidarlo y de hecho se le veía torturada cuando alguna mujer se le acercaba o cuando él siempre amable y gentil, se ofrecía a arrimar a alguna hasta la ruta que mejor le conviniera.

Iba puntual a los talleres, nunca leía pero sí hacía comentarios muy acertados sobre aspectos estructurales de los cuentos que denotaban una inteligencia y una perspicacia literaria innatas, que al principio él –y el resto del grupo-aplaudía con benevolencia y luego escuchaba con respeto.

Así fue pasando cerca de un año.

Ese taller es el espacio más democráticos que conozco, cualquiera puede asistir, todos pueden leer y todos pueden aportar comentarios a las obras de los otros, el conocimiento circula y el maestro aunque sabe más que todos no se esfuerza en demostrarlo. Escucha, respeta profundamente al que se atreve a salir a mostrarse a través de un texto y no le cuesta nada reconocer el talento de otros manifestando comentarios como “Usted es una escritora de gran calado, tómese en serio” o “Usted es grande, va a ser grande, no por lo que acaba de leer, sino por lo que es capaz de hacer”, por el contrario siempre delicado y compasivo con los que sin mucho talento mostraban algún esperpento les da una voz de aliento a que sigan escribiendo.

Aquella noche su chica, la que lo venía acompañando en los últimos meses dijo que leería. Él, más fastidiado que benevolente, le dio la palabra. Hacía tiempo que se veía un tanto abrumado por su presencia y tal vez no la creía capaz de producir mayor cosa.

El castigo del que es infiel es la desconfianza. Y la soberbia es el peor de los pecados. Eso lo sabía ella a pie juntillas, por lo que leyó su historia, jugándosela toda.

Jamás él volvería a menospreciarla ni a traicionarla.

La historia se desarrolla más o menos así: Hay una chica que siente que su hombre ha empezado a engañarla. Lo corrobora cuando a la hora del almuerzo alguien lo llama y él se para de la mesa y se va a hablar al balcón. El vuelve fingiendo que no pasa nada y quiere juguetear con ella, manosearla, besuquearla, pero ella piensa que en realidad está excitado por la otra, con quien estaba hablando y se siente doblemente herida.

Piensa que él le va a tener una cita y que va a traicionarla.

Entonces decide que ella le será infiel primero. Y es así como apenas él se va, ella sube al cuarto piso donde un hombre joven la recibe con un “que bueno que viniste, pasa”. Y ahí ella cuenta con lujo de detalles como se amaron.

Todos ponemos los ojos en él, pues sabemos lo que la chica acaba de hacer. Es un cuento perfecto, y la fue una jugada perfectamente literaria. Durante todo el tiempo ella había estado aprendiendo a hacer un cuento, y lo había aprendido bien. Era irrefutable. Él estaba desahuciado. Recordaba la situación, había sucedido apenas hacía unos días. Sabía qué ambos eran los personajes de la historia, aun así permaneció inmutable y pidió al grupo los comentarios, bastante positivos por cierto. Él atinó a decir que sugería que esbozara mejor al personaje masculino de la historia, queriendo reconocerse y tener una evidencia. Pero alguien del público lo cree que no es necesario Porque ese hombre ya ha dejado de ser para ella- y precisa- cuando subió al cuarto piso, ya lo había liquidado por completo.

  • – Esa chica, la del cuento proyecta en el otro su propia infidelidad. Es evidente que ya ha sido infiel, por la manera que él hombre del cuarto piso la saluda. Es su celotipia lo que hace que piense que le están siendo infiel y no era verdad… dice él en su propia defensa.

El no pierde la compostura ni por un segundo. Sólo dice algo de que -“esa traición duele”

y luego empieza a dar explicaciones no tan literarias.

Ella, la que leyó el cuento, traga saliva, con esa posibilidad no había contado. Ella sólo cree haber mostrado que tan cercana es la literatura a la realidad y usa la literatura como un arma, esa es su venganza.

Lo que de ahí sigue sólo lo saben ellos. Sabemos que salieron juntos y que en el corredor, mientras se alejaban, él le agarró el brazo con fuerza, hasta hacerle doler, amorosamente apretado, ella se contrae de amor y de dicha.

A la vez siguiente cada uno llega por su lado. Ella está transformada en una sibila seductora. Se ha maquillado el rostro, lleva el cabello muy bien arreglado y luce un espectacular vestido que muestra lo que con la ropa ancha no se percibía: Que es joven y muy bella y que tiene con qué dar la pelea. El, trata de evitarla, hace tiempo ordenando las cosas, apagando la luz, tratando de distraerse de ella. Pero es imposible. Ella lo espera apoyada en el barandal, totalmente hermosa, más bella que una aparición, sonriendo a plenitud. El cae irremediablemente en su regazo.

Nunca más le vimos otra. Ella se pasea por su clase y por su vida como la más bella de las musas. No creo que haya vuelto a traicionarla.

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