Lo que no me gusta
No me gustan especialmente las salsas, el curry ni los filetes empanados. Tampoco el esnobismo de la cocina moderna.
Considero descortés que me obliguen a elegir, o decidan por mí, y que me tachen de individualista o antisocial por ello.
Procuro evitar la multitud en casi todas sus versiones.
Acepto con resignación que me inviten a una boda, el adelanto de las navidades y los viajes organizados. ¡Viva el paripé!
Me cansan los listillos, los que tienen siempre la última palabra y no quieren convencer ni escuchar, sino tener razón. Los graciosillos, también.
Renuncio a las religiones, las banderas, las doctrinas y a todas las ideas que prometen el paraíso.
Me desagradan los selfies, las redes sociales y fregar los platos.
Siento culpa cuando no hago nada. ¿Quién nos convenció de que la pereza es un pecado y no un derecho?
Me satura el tráfico, el ruido de las motos, el llanto de un bebe.
Detesto madrugar, las prisas, las mudanzas, y los rayos ultravioleta.
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