DULCE Y SABROSA

Se despierta cuando el sol le da en la cara. Las mañanas de Cuenca son así: cielos diáfanos y luminosos. Si no fuera por el frío…

Mira los últimos correos en su ordenador. Internet es cojonudo para ligar. Si, la cita de hoy es a las once. Tiene tiempo, pero no puede entretenerse mucho, el AVE es lo que tiene… es rápido pero no espera a nadie. Se lava la boca, se ducha y, cuando está seca se aplica una loción corporal con la mano izquierda. La excita masajearse toda ella. «Es la mejor forma de empezar el día».

Antes de vestirse se mira en el espejo del dormitorio. Siempre de frente. No le gusta verse de perfil. Igual le pasaba a su marido. «De perfil no me gustas nada y tu mano derecha me da miedo». solía decirle, pero ya no dice nada. «Se está pudriendo donde yo sé ¡Que se joda!» piensa ella mientras se perfuma.

Se mira otra vez en el espejo. De frente. Se pasa la mano izquierda por la cabeza. Tiene el pelo rubio, demasiado corto quizá, pero a ella le gusta así. Las piernas son largas y bien formadas. El pubis ligeramente enmarañado. Los pechos firmes y rotundos. Ya ha cumplido los treinta, pero está orgullosa de su cuerpo.

Saca del armario la maleta que ha comprado para sus citas, pequeña y con ruedas. Coloca dentro una peluca negra,un cepillo para el pelo y un peine. El spray de laca se le cae al suelo «Coño, que tonta estoy». Cierra la maleta con la mano izquierda.

Se pone un abrigo. Es de paño, reversible, verde oscuro por una cara y beige por la otra. Cuando se pone los guantes de piel, el de la mano derecha se le engancha un poco, pero no tiene importancia. Se mira por última vez en el espejo. Todo perfecto.

En la estación de AVE hay un grupo de chicas que también van a Madrid, se van a examinar. Hablan y ríen nerviosas. Ella recuerda sus tiempos de estudiante. La ilusión por acabar Ciencias de la Información, para luego, mira tu, acabar en una fábrica de embutidos. Mejor no pensar en ello.

El AVE llega puntual a Madrid. Tiene tiempo de sobra y se tomará un café. El hotel Internacional es un buen sitio. Toma el café y pasa al baño. Se coloca la peluca que lleva en la maleta. Le queda bien, no obstante, se la retoca con el cepillo y se echa laca.

Da la vuelta al abrigo y se mira en el espejo. Un cambio perfecto. Ahora es una mujer morena con un abrigo verde oscuro.

Un taxi la lleva a su destino. Mira el número en el portal. Si. Aquí es. Faltan diez minutos para las once. Le gusta llegar a la hora exacta. Pasea un rato viendo escaparates. Luego mira el reloj. Ya es la hora.

-Jacinto Pérez -dice al portero.

-2º B -responde este sin mirarla.

Jacinto la está esperando, se muestra ansioso y excitado. Lo primero que hace es tocarla el culo. «Está salido y se le ha puesto dura» piensa ella. Está acostumbrada. Después le quita el abrigo y le soba los pechos, la besa en el cuello y la muerde un lóbulo. Ella lo separa un poco.

-¿Qué te parezco?

-Dulce y sabrosa -dice él.

Intenta abrazarla y entonces nota algo. De pronto , ya no está excitado. «Qué raro, no es normal» piensa. Mientras él palpa la espalda, ella se ha quitado el guante de la mano derecha y cuando él ha encontrado la anomalía, ya es tarde, la cuchilla que sale de la prótesis de ella, le ha rebanado el cuello. Cae al suelo con un ruido sordo y los ojos muy abiertos.

Ella sabía lo que iba a suceder. Siempre lo mismo. Cuando descubren su joroba se vienen abajo, se les arruga y pierden el interés por ella. Y ella se siente humillada, dolida. No lo soporta.

Tiene Cifosis de Scheuermann y sabe que tiene tratamiento, pero desde que tuvo el accidente en la fábrica de embutidos, ya todo le da igual. Ya no puede trabajar y sus citas son su medio de vida. Puede decir que vive como una reina. A veces se pregunta quién se comería el embutido con la carne de su mano, pero no le da mayor importancia.

Mira por el piso. Sabe donde buscar. No es la primera vez, ni la primera cita. En un cajón hay dos sobres con dinero. Coge los billetes. En la cartera de él solo encuentra tarjetas de crédito. No las quiere. Las tarjetas siempre dejan rastro.

Limpia su prótesis con papel de cocina. No deja huellas. Se quita la peluca y la guarda en la maleta. Después se pone los guantes y da la vuelta al abrigo. Antes de salir se mira en el espejo del recibidor y le gusta lo que ve.

De frente no se le nota nada.

Jesús Oliveira Díaz

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