Sacó la chaqueta del congelador y rascó con un cuchillo. Sabía, lo recordaba de su madre, que sólo así conseguiría arrancar aquella mancha de cera que le iba a delatar, si Ana descubría la blanca costra ahí enganchada.

La noche en que le confesó su aventura con Isabel, le explicó incluso cómo y dónde la había conocido. En aquel pub lleno de velas por todas partes que se llamaba “La Cerería”. En la calle Del Obispo. Fueron a tomar una copa al salir del trabajo, con otros compañeros que se la presentaron esa tarde. Se sentaron uno junto al otro, charlaron y…los demás fueron desapareciendo paulatinamente,hasta dejarlos solos, llenos de gin tonics y de una ardiente atracción.

− ¿Por qué me lo explicas?

−No puedo vivir con este secreto. No puedo mirarte a la cara sin pedirte perdón por aquella locura. No se repetirá pero…perdóname, por favor. Necesito que lo sepas y necesito que me perdones.

Juan se preguntó, también a él mismo, porqué se lo había explicado. Quizá por presumir desus dotes de conquista. Quizá para darle a entender que todavía podía provocar atracción en otras. Quizá deseando, en el fondo de su ser, que ella no aceptara su infidelidad y lo abandonara en ese momento. Así todo sería más fácil. El caso es que Ana le escuchó, le soportó las lágrimas de arrepentimiento, le dejó llorar como un niño y, finalmente, le perdonó.

Pero ahora sería gravísimo que la delatora señal de cera en su chaqueta, indicara a Ana que había vuelto a La Cerería y, seguro lo sospecharía, con Isabel. No deseaba humillar su generoso perdón.

El caso es que unos días después de aquella confesión, al salir del trabajo, ansiosa de nuevos besos y pícaros contactos, Isabel le había propuesto repetir aquel encuentro, y en aquel lugar de llamas tenues y cera caliente. Él no supo rehusar y la tentación atacó su debilidad de nuevo. Lo cierto es que, desde aquel primer encuentro, no habían dejado de buscarse entre carpetas y archivadores. Me estoy enamorando de verdad – se dijo- . Y esa tarde se dejó querer, bajo el goteo impertinente de una vela sobre su hombro, del que no detectó el calor, dado el que él desprendía ya en ese instante.

Finalizados los gintonics, dos cada uno, y las palabras susurradas, en un repentino ataque de honradez, Juan le pidió, esta vez, perdón a Isabel, por no poder evitar pensar en Ana – según le confesó – si bien,entre lágrimas ycaricias ,le aseguró quecreía que muy probablemente esa relación estaba gastada y tocada de muerte.Pensó que ella lo rechazaría al verle tan inseguro y dubitativo.

Isabel escuchó sus argumentos y comprendió sus excusas. Incluso aplaudió su honradez y se emocionó también. Entendió que ella se iba a convertir en el relevo de Ana y en ese momento, con un nuevo abrazo, le disculpó. Juan creyó que la solución a su doble amorío vendría de una forma automática. Alguna de las dos mujeres lo repudiaría. Para su desgracia no fue así y la solución a su doble vida no apareció; le perdonaron las dos.

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