Esa que,

cuando entra y te pincha, te rasguea con timidez

sólo para hacerte saber que volverá con furia y sin piedad

y cuando lo hace entra de lleno sin importar tu agonía,

despellejando cada rastro de calma dentro, cada vena que sobresale

te hundes, hacia el fondo de un abismo interminable, te hundes

y todos los días pasan sin que cuente el tiempo realmente

los ojos arden, el cuerpo cansa, el alma se vuelve grisácea;

llega un día en que la espina entra hasta el fondo de tu pecho

y se queda ahí como sobreviviente, a la par tuya

se vuelve una cicatriz sin una pomada que la apacigue

queda como huella, como espasmo, como una parte más de ti.

Ya me acostumbre a tenerla, hasta afecto y respeto le tengo,

con ella pasé tormentas dolorosas y soledades existenciales

y no justifico la causa del dolor pero agradezco la experiencia de vida,

porque esta esquirla llegó como lección y como sinfonía

una música tan suave como agresiva, que me llena y me vacía.

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