No he podido dormir bien porque he estado reorganizando mis ideas en la cabeza. Las condiciones en las que he vivido los últimos ocho meses me han obligado a repasar los conceptos que ya tenía claros. Me casé hace dos años y medio. La boda fue un éxito y disfruté muchísimo nuestra Luna de miel. Estaba enamoradísimo y pensé que podría superar cualquier dificultad. Me llevaba muy bien con mi pareja. Nos conocimos hace unos años en el gimnasio. Me pidió asesoría para unos entrenamientos y con los días nos fuimos compaginando tanto que decidimos dar el paso. Pusimos todos los puntos sobre las íes antes de hacerlo, pero pasado el tiempo nada resultó como lo habíamos acordado. El primer aspecto fue el de la maternidad. Por naturaleza, la mujer es quien ama de forma incondicional. El hombre, en general, debería tener esa cualidad y era precisamente lo que me correspondía lograr. Siempre había pensado que mi forma de ser y mi conducta eran innatas y que podría responder a mis obligaciones en cualquier momento, sin embargo, resultó que estaba usurpando una naturaleza que no me correspondía. Lo descubrí en cuanto adoptamos a nuestra hija. El período de los trámites nos agobió mucho y creímos que eso nos motivaría para soportar todo lo que vendría después.

A mí me tocó cuidar de Susan y muy pronto descubrí que su forma de ser no me gustaba nada. «Está muy pequeña—pensé—. No tardará en cambiar y debes orientarla». No pude hacerlo y se me estropeó el humor, tenía miles de preguntas y dudas sobre cómo alimentarla y qué responderle cuando me sorprendía con esas interrogantes que me hacían dudar de mis principios. Luego, las rabietas que hacía y sus quejas eternas. La presión de mi cónyuge fue demasiado para mí cuando comenzó a exigirme más tolerancia. Estaba esperanzado a que colaborara conmigo, pero se empecinó en no hacerlo. Sus obligaciones, me dijo, le pedían mucho esfuerzo, tenía que descansar. Yo había pedido un año sabático en el empleo, pero quería regresar, deseaba con toda el alma que él tomara las riendas en la casa y yo pudiera despejarme la cabeza. El segundo problema fue que me dio motivos para sentir celos. Los fines de semana, en lugar de salir a pasear conmigo y Susan, se iba por las mañanas a jugar al tenis con sus amigos, volvía por la tarde muy cansado y recibía miles de llamadas de sus supuestos socios. Le pregunté si estaba saliendo con alguien y lo negó, pero adiviné que su pasividad en la cama era por ese motivo. Traté de no pensar, hablé con Richard para hacerlo cambiar. Estaba dispuesto a aceptarlo todo, menos la infidelidad. Un día me lo dijo. «Tenemos derecho a amar libremente, podríamos compartir nuestras relaciones los tres». Me decepcionó mucho. Me fui hundiendo en un mar de reproches que me encaminaron a un callejón sin salida. Es por lo que me he levantado dispuesto a terminar con todo.

Si él quiere destruir nuestra familia, así será. Podría pedirle el divorcio y dejarle a Susan, pero eso sería traicionarme a mí mismo. Le va a doler mucho la noticia. Cuando sepa que ya no podrá acariciarle el pelo a su encantadora hija, cuando ya no pueda ir a presumir de lo bonita que es, se va a desplomar, pero más daño le hará saber que mi venganza es devastadora. No podrá hacerme nada porque cuando se entere ya me habrán arrestado. ¡Oh! Ahí viene. Finge estar de buen humor. Me da un beso como todas las mañanas y ni siquiera ha notado mi desprecio. Cree que mi sonrisa es sincera. Le gusta el desayuno. Claro que sí, si lo he preparado especialmente para esta ocasión. Abraza a Susan, la besa. Se desean éxito. Son idénticos. El mismo carácter, la misma forma de hablar y sonreír. Si la gente no supiera que es adoptada, apostaría que Richard es el padre biológico. Y, ¿si lo fuera? Pues, peor para él. Si algún día preñó a una mujerzuela y ella dejó a la niña en una casa de acogida y después él me convenció de la adopción, ni modo. ¡Que se joda por mentiroso!!Es un cabrón! Bueno, ya se va al trabajo. Va demasiado arreglado, no sabe que le voy a estropear el encuentro con sus clientes. Ya me imagino la cara que pondrá cuando le den la noticia. ¿A quién culpará? ¿Pensará en ese momento en sus inútiles teorías sobre el amor?

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