Todavía faltaba un buen tramo para llegar a Monda, el dolor era insoportable, la remera blanca de Sumo se estaba tiñendo de rojo, haciendo tono con las letras del logo de la banda. El balazo de ese ruso de mierda había hecho estragos en mi cuerpo, comenzaron los escalofríos, encima, los putos faros de los coches de la vía contraria eran puñaladas que entraban por mis ojos, quienes pretendían bajar las persianas.

Curvas y más curvas, líneas que se cruzaban. Me sentía cadavérico, cada vez más débil, no sé por cuanto podía mantener el control del Ibiza negro. Transpiraba como nunca en mi vida y eso que me la pasaba acarreando materiales en la obra. A lo lejos vislumbraba la gasolinera y la gran redonda de Alhaurín, en donde cada tanto hacían controles policiales, el poco oxígeno que entraba en mi cabeza bombeaba esa predicción …y sí, ahí estaban las sirenas azules enseñándome a los de verde.

Como pude agarré la bayeta y me la pasé por la frente para sacarme un poco el sudor, aminoré la marcha y entré resignado a la glorieta. Dios me mandó una señal, los polis estaban entretenidos con varios conductores ebrios y ni siquiera prestaron atención al espectro que iba manejando dentro del coche oscuro.

La adrenalina del cagazo me dio un subidón efímero, pero real, regalándome un envión para llegar a destino. Volvieron las curvas y los dolores, mientras me hacia una pregunta: ¿Por qué mierda me tocó a mí?

En un segundo, mi existencia tranquila y monótona, la de callos en las manos, de piel curtida y de espalda dolorida, llegaba a su fin. Si llego con vida a casa, tendré que borrarme del mapa y no sé si va a ser suficiente, salvo por ese bolso que tenía a mi lado.

Ese bolso era el responsable de acabar con esa persona del montón, aunque la suerte me acompáñese y saliera indemne, esa vida ya había dejado de existir, no podría recuperarla jamás.

Regresaba a casa a través de una carretera secundaria, la cual no era muy transitada, sobre todo a esas tantas de la noche. Los parlantes Keenwood recién estrenados, me iban endulzando lo oídos con algún tema de Leonard Cohen, cuando de la nada me hacen luces por detrás, en un abrir y cerrar de ojos, un Mercedes CLS negro me adelanta, casi rozándome el Seat, le hago señas con las manos de que estaba loco, a los pocos metros las luces rojas desaparecen y vuelvo a mi rutinario viaje.

Cuando empiezo a olvidarme del tema, tengo que pisar el freno a tope al ver una silueta en el asfalto, es la silueta del Mercedes CLS, el mismo que me había adelantado un par de kilómetros atrás, cruzado en la carretera y por detrás, un gigante rubio. Solo faltaron un par de metros para llevármelo puesto, lo miro fijamente y el tipo se me acerca con un arma en la mano, la sorpresa fue tal, que me quedé atónito, sin respuesta, el loco viene gritando algo en ruso, me patea el coche y dice en un perfecto español —¡agáchate¡

De repente, veo solo fogonazos y un humo ensordecedor, me inclino todo lo que puedo, mientras sentía el ruido de los balazos, hasta que en un instante todo se hizo silencio. Cuando pude desabrocharme el cinturón de seguridad, esperé unos segundos y con temor abrí la puerta del coche, ahí estaba el grandote rubio tumbado y malherido, largando borbotones de sangre por la boca. Un pitido acoplaba mi sentido de la audición, el tipo con revólver en mano hace un ademán para que me acerqué, arrastrándome descubro una escena corleonesca, un BMW más allá con un par de cuerpos tirados a su lado. Me arrimo al grandote.

—Toma el bolso de mi coche y desaparece…es tu suerte.

—Espera, que llamo a emergencia o la policía— le dije, mientras no paraba de temblar.

—No… mi suerte ya está echada. Vete cabrón— lanzando varios improperios más en su idioma.

Aturdido, me levanto para ir hacia el Mercedes, en ese instante siento un ruido que me percute y me quema, caigo de rodillas, él gigante contesta siendo lo último que haría en su vida, me vuelvo a arrastrar y miro hacia atrás, para ver a un tercer tipo tirado a medio camino. Logro ponerme en pie, a pesar de que algo incendiaba mi estómago y un surco rojo comenzaba a salir de un orificio que no advertía. Agarro el bolso, abro la cremallera y nunca había visto tanto dinero junto, euros y mas euros enroscados con banditas de goma.

Me vuelvo hacia mi auto, busco en la guantera unos pañuelitos descartables para intentar cubrir la herida, echo la vista alrededor y no lo puedo creer, cuatro osos pardos tirados en la ruta, llenos de plomo, dos autos de gama alta hechos trizas por la balacera y mi viejito Seat, enterito, salvo por unos cuantos orificios en la chapa que no se advertían a primera vista, debido a la negrura de la noche.

Pongo primera y comienzo el viaje del fin.

Los rusos quedaron atrás, la policía quedo atrás, mi vida quedo atrás. Solo falta una curva más y se acabaría todo. Aparco como puedo, bajo del coche y con las últimas fuerzas logro tocar el timbre, la fortuna metálica viaja en un bolso, la fortuna carnal no me quiere acompañar, dibujo una sonrisa cuando la puerta se abre, era mi mujer, acababa de llegar del Hospital, ella es paramédica. Caigo en sus brazos y lo último que recuerdo, es traspasarle ambas fortunas, que ahora están en sus manos, en buenas manos.

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