Cada tanto abres puertas que no sabes a dónde conducen.

Estás frente al papel, tratas de plasmar la visita que le hiciste ayer a una vieja amiga, que es también hermana de tu mejor amiga, hermana que te dio la vida.

Y recuerdas tramo a tramo la visita. Quieres recuperar el instante, eres buena para eso y para atragantarte de sensaciones. Por algo ejerces de escritora en tus ratos libres, cada vez menos escasos porque has entendido el juego. Si te conectas bien con lo que ocurre, entonces una magia poderosa te puede ser revelada, traducida en una historia.

Lo supiste de niña cuando en una tarde lluviosa en un caserón de tu pueblo, veías caer una a una las gotas de agua que se escurrían del entejado del patio, en el charco de agua formado por el reciente aguacero. Han de haber caído muchas gotas en el mismo lugar porque el hueco es grande y profundo. Te quedas extasiada viendo cómo cae la gota, cómo explota con certeza, con entrega, casi con furia, abandonada a su suerte y como se va esparciendo la onda en nítidas aureolas, circunscritas y perfectas que se apresuran a buscar el borde, para dar paso a la siguiente y luego a la siguiente y así hasta el infinito, que es el lugar donde se juntan el tiempo y el espacio y que es donde se encuentra Dios o en todo caso es donde tú lo encuentras.

Estás anunciándote a la puerta de la casa de tu amiga. Examinas qué sientes: que la muerte es nada.

Aunque, Dora, que así se llama tu amiga, esta desalentada y en extremo triste, te ha recibido. No deja de sobrecogerte esa sutil gentileza, ese rasgo de buena educación, aún atravesando ese duro momento de su existencia: le han extirpado el seno y ya van tres sesiones de quimioterapia por un enorme y agresivo cáncer y como se le iba cayendo, acaba de cortarse el pelo.

Tiene una peluca que recién estrena, en extremo bella, pero nadie quiere una peluca cuando perdió su cabello por la quimioterapia. Te cuenta que la acompañaron dos amigas, con sangría de por medio como si fuera una fiesta. “Lloramos, lloramos mucho” te dice, y tú le crees pero en ese momento ella narra como si no fuera de ella de quien habla, como si el dolor fuera de otra. “Todo lo que nos toca aguantar para ser socialmente correctos”, piensas.

Sólo ella sabe que se siente ante la probabilidad de la muerte y cómo son sus días sola en la casa, metida en la cama, esperando el curso de las cosas, vencer a la enfermedad o que la enfermedad la venza.

Sabes que lo que es, Es, con o sin nuestro aval y que de nada sirve resistirse. Quisieras decirle “no me impresiona la muerte y la espero sin reservas”, pero sabes que no te cree. Nadie sabe como tallan los zapatos del otro. “Todo está escrito” piensas, o lo hemos escrito con letra indeleble, aunque no lo recuerdes.

Te habla de los otros síntomas, de la jaqueca permanente y las náuseas. . Si no come algo cada vez será peor, tú sabes de eso y de las náuseas y la animas a que coma. Sin éxito. Tampoco quiere frutas. No quiere nada. Al fin se acuesta mientras le preparas papilla de papa, pero la comida no le pasa.

Llega la hermana. Es la hora de socializar la pena. Duele la enferma, duele el dolor de la que llega. Morir es renunciar y Aceptar la derrota es triste, muy triste. Es una coreografía inconclusa, porque el último paso lo das sola, aunque tiene su parafernalia, sus gestos, su discurso. Vez la danza de ambas. La que llega, la que está en la cama y sabes que la vida cuando nos coge entre los dientes ya no nos suelta y que el baile con la muerte es cara a cara.

Sales de la casa. “Al tiempo, tiempo, que este baile lo bailamos todos y se resuelve solo”– piensa

Sigues frente al computador tratando de escribir algo, pero sientes que no es suficiente y piensas ¿Qué cosa puedes hacer para estar a la altura de lo que escribes?

Recuerdas cuando estaban en el colegio y se hacían todas el copete de Alf o cuando bailaban frenéticas al ritmo de Menudo, desconociendo que hay otros bailes y otras coreografías. La vida pasa factura, impone otras modas y nas encuentra vencidas, Vencidas pero no solas. Piensas.

-La madurez empieza a podrirnos- dices mientras haces un balance de derrotas.

Vas a la peluquería y pides que te corten el cabello a ras , empero la peluquera se encarniza y te deja completamente calva.

Te miras al espejo y no te reconoces

Una apariencia poco deseable para alguien que empieza a envejecer y carece de rasgos armónicos. El que su batalla no sea con la muerte no la salva de verse despreciada por hacerse a un lado. Acaso piensa que todo no es más que mascarada, un juego que sin cesar se repite. Entonces todo desapego cuenta, porque al final no somos más que una gota cayendo en el infinito océano de la nada.

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