Los días domingos nos emplumábamos con esmero, nos poníamos ropa bonita. Calcetas blancas, faldas escocesas plisadas que nos llegan justo a la rodilla, la misma blusa y zapatos con que vamos a la escuela. Sobre la blusa un chaleco también blanco. Pero además mi mamá nos ponía en las trenzas dos cintas blancas anchas, parecíamos paquetes de regalo. A nosotros nos gustaba, porque nos vemos lindas. Así bien decoradas, relamidas y con aroma a Lessancy de violeta, nos metíamos por angostos pasajes y vericuetos acortando camino para llegar a la iglesia. A nuestro paso, una estela de ladridos de perros que se exasperan y se agolpan contra las rejas de las casas. Yo creo que estaban enojados.

Un día encontramos a un perro raquítico, tiñoso, maloliente y descalabrado, su pelaje estaba más opaco y triste que la cancha de tierra, nosotros pensamos que si hacíamos que se viera mejor la mamá del Jasthyn le daría permiso para tenerlo en su casa. El Jasthyn soñaba con tener un perro suyo propio.

El Justhyn dijo: _ ¡En mi casa hay algo que da brillo! _Mi papá se lo pone a los muebles que arregla. Si un simple trozo de madera queda brillante, más lindo aún quedaría un perro, pensé y dije en el mismísimo momento.

De un suácate, el Jasthyn llegó con un tarro que decía barniz. Limpiamos al perro con un paño y luego le pusimos el barniz en todo el cuerpo. Estaba un poco tieso, pero se veía brillante, sin duda alguna mejoró mucho su apariencia.

La cuestión es que en la cuadra todas las vecinas se enojaron con nosotros y ni decir la mamá del Jasthyn y la mía y nos mandaron con palabras bien poco amables a sacarle el barniz el perro. Sacamos la manguera y el detergente de la ropa y lo bañamos en la vereda, pero no nos resultaba, seguía estando todo untado. Entonces el Justyn recordó que su papá para sacar el barniz usaba otra cosa. No tardó mucho en llegar con un bidón que decía diluyente. Encontramos botada, en el basural a un costado de la cancha de tierra, una bañera, le echamos diluyente y metimos al perro.

Pudimos sacarle el barniz, pero al pobre quiltro se le cayeron todos los pelos y así todo pilucho se paseaba por la cuadra y por la cancha de tierra y cada vez que alguien lo veía se acordaba de nosotros y decían _¡Estos cabros! y les mandaban saludos a nuestras mamás. ¡Es raro eso! cuando la gente se enoja contigo le mandan saludos a tu madre.

¡En fin! Yo creo que todos los perros de la población se enteraron de eso y por eso queda puro ladrerío cuanto el Jasthyn o yo pasamos por alguna parte.

Llegamos a la iglesia un poco transpiradas, pero aún lindas. A mi me gustaba cuando todos cantábamos y los chiquillos más grandes tocaban el bombo y las guitarras, esa parte era entretenida. Cuando el curita dijo que había que pedir deseos, yo me acordé del Jasthyn y le pedí a Jesús que le trajera un perrito. Cosa de la que después me arrepentí mucho. Yo no sabía que Jesús fuera medio sordo como mi abuela, o tal vez no escuchó bien porque el cielo está muy lejos ¿O quizás no se había lavado las orejas? La cuestión es que en lugar de un perrito le mandó un hermanito, que era una cosa chica, arrugada, sin dientes, fea y espantosa que chillaba y acaparaba la atención de todos todo el rato.

Me enojé con Jesús y por un buen rato y no le hablé ni le pedí ninguna cosa.

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