El caso de mi madre

El caso de mi madre

Nieves Merced

01/10/2017

Mientras escribo esto espero a que vengan a recoger el cuerpo de mamá. Ocurrió está mañana, poco después de servirme el desayuno, como cada domingo, que era el día en que podía dedicarme a que me mimara.

La he cubierto con su mantita de invierno porque me resulta insoportable el ritcus de la muerte, la boca retorcida, las manos crispadas y sobre todo ese color amarillo helado que emana de su cuerpo de cadáver.

Allí estaría pues de visita todo un largo y silencioso día de domingo, esperando todas las gestiones reglamentarias de un difunto, completamente sola, porque no tenía a quien avisar ni pedir ningún tipo de ayuda.

Hasta hace poco odiaba visitar a mi madre, por considerarlo tiempo perdido. Luego vi que tenía la obligación y sobre todo, sus ventajas: dejabas de sentirte aludida cuando sus vecinas decían lo sola que estaba una mujer tan mayor.

Y eso es bueno, aplacar la conciencia es bueno para cualquiera. Por eso empecé a hacerlo. Pero luego comprendí que la que más me beneficiaba era yo. Me tranquilizaba estar al lado de ella. Como cuando era pequeña y dormía a su rincón o cuando me iba a donde uno de mis tíos y no hacía más que llorar de tanto que la extrañaba, contando los días para regresar como si estuviera cumpliendo una condena. Eso era antes. Luego me revelé, me fui no solo de su rincón, sino de su habitación y luego cuando pude, de su casa.

Corría para alejarme de ella como alma que lleva el diablo. Pero la vida es una ecuación de poneres y quitares y termina uno deshaciendo lo que con tanto empeño tramó.

Hace días que yo había decidido cómo sería su funeral. Todos mis hermanos están en ciudades distantes y lo que menos quieren es que nos reunamos, así sea con este motivo u otro. Nos queremos sí, pero no nos soportamos. Somos como un cableado viejo y deteriorado que una vez entra en contacto, echa chispas, hace corto circuito.

Entonces no les avisaré a mis hermanos, sino que cuando el cuerpo de mamá esté cremando les enviaré a cada uno un poco de sus cenizas en una planta, de las que ella misma ha cultivado durante años. Maquiavélico sí, pero la manera justa de terminar con esta historia.

Mamá me había servido el desayuno y una vez lavado los platos y dejado la cocina en orden (que no impecable, porque siempre la cubre una pátina de mugre, y trastes viejos debido a su ya poco visión y a su gusto por guardar chécheres. O así lo he entendido yo).

Luego se sentó a reposar y a hacerme la visita como solíamos hacerlo, ella a cargar el gato y yo a leer o dormitar en el otro sillón de la sala. Una al lado de la otra, sin muchas palabras. Aunque yo para llenar esos silencios había optado por contarle mis cosas, mis logros y problemas en el trabajo, con mis hijos y hasta de mi marido, pues era la única que lograba escucharme, aunque luego compartía mis casos con mis hermanos, con sus amigas y solía dejarme en la calle, muy bien pintada y desfigurada. Pero a mis 50 años ya no me importaba nada.

Me quedaba poco del orgullo de joven cuando me creía superior a ella, por ser yo universitaria y ella ama de casa, por tener mi marido, mis hijos, mi casa. Ahora sabía que nada habría tenido o dejado de tener sino fuera por ella. Entonces el desprecio había terminado en respeto y luego en admiración y por qué no en gratitud. Habría sido tan poca cosa sin la intervención de ella y de mis hermanos y del cosmos en general, que ya había vuelto a la idea de una entidad protectora a la que debía de estar agradecida de todo, incluso de mi padre.

Apenas me percaté de que la mueca que hacía al dormir y que tanto me fastidiaba, era ya su gesto permanente, y que no volvería a despertar más. Eché para atrás su el sillón reclinable, le acomodé la mandíbula, la abrigué con muchas mantas y llamé a emergencias. De un momento a otro llegarán. Aunque sin afán porque les confirmé que estaba muerta.

Pronto no quedaría de ella más que su recuerdo y me apresuré a escribir algo que la hiciera un poco menos intangible, porque la vida es eso, una historia que se cuenta o no se cuenta.

Y antes de que todo se disuelvay se convierta en sal por mirar hacia atrás, sentía que me correspondía a mí contarlo. Aunque sabía tan poco de mis padres como de mi misma y del mundo en general.

Por ella había conocido a mi familia cercana y extensa, había recuperado los lugares y personas de mi pasado y sabía que cuando su cuerpo trastornara la puerta, todo esto se perdería para siempre.

Los primeros recuerdos en mi pueblo de nacimiento fueron luego corroborados y retomados porque ella se empeñaba en mantener los contactos con las personas y los lugares.

Con ella había vuelto a mi pueblo muchos años después de habernos marchado. Visitamos a todas las personas que ella había conocido cuando vivía allí, Recorrimos las casa y caminos en los que habíamos habitado y transitado en la infancia.

Con ella yo no solo tenía patria, sino recuerdos , raíces, existencia.

Yo había aprendido a ser agiotista con mi propia vida. A pedir grandes recompensas por cualquier cosa que se requiriera de mi. Supongo que es la consecuencia de la pobreza, rallando en la mendicidad con que siempre nos había tocado desde pequeños aunque no lohubiera declarado directamente, se me había pegado, yo merecía todo a cambio de nada.

Es raro porque alrededor nuestro siempre hubo un hálito de respeto, de tragedia no dicha, de la que no fuimos muy conscientes gracias a un medio protectoe. Mamá sobre todo, el pueblo donde crecimos después y en ese orden,la familia, los amigos cercanos. No había manera de nombrar aquello que nos sucedía. Era como un castigo divino, que se asume sin rechistar y del que se está permanentemente en deuda, a cambio de los favores que se recibieron para su paliación.

Ahora, en el borde la vida, todo es más claro. Nunca caímos del todo, fue un estar suspendido como enla caída de Alicia por el agujero. Como en mi pesadilla de infancia, estar suspendida en medio de un mar embravecido y terriblemente oscuro, apens agarrada en los bordes de una habitación sin piso, siempre a punto de caer.

Alrededor de todo el ejercito de causas y consecuencias que se ponen en acción alrededor de la vida de cada uno de nosotros, no queda más que pensar que el hilo conductor que une tus días y tus noches y te hace moverte de un lado a otro es un verdadero enigma.

En conclusión te sorprendes pensando en el socavón de donde debiste haber salido para que tuvieras a la vez tantas factores en contra y tantos a favor, como en un juego perenne de contraposición entre el bien y el mal del que eres la resulta y del que pendes como un hilo.

Lo peor es la inconsistencia de todo ello.

En mi caso, sé que lo que mamá buscaba más que engendrar un hijo tras otro era insistir en la cura de mi padre, de probar diversos menjurjes mágicos que pudieran devolverle a mi padre la cordura.

Ella fue tenaz desde el principio, fiel a su idea de maleficio que debío atraer sobre mi padre por haber desdeñado a no sé que pretendiente, ante la locura de él su postura fue siempre la misma: encontrar la pósima que pudiera devolverle a el la cordura que asignaba a un sabio Frestón, que le robó los libros y el aposento a Don Quijote y también, para su desgracia, tornó los «gigantes» en molinos.

La consecuencia fue que ella lo aceptara una vez y otra vez engendrando un hijo y otro hijo hasta llegar a seis lo que ella perseguía era su cura lo que sucedía era que se embarazaba, lo que no podía controlar aunque ya existía la píldora y estuviera al alcance de su mano. La enfermera del pueblo la dispensaba pero el cura la prohibía y ella temerosa de la excomunión prefería tratar de deshacerse por medio de abortos que nunca se lograron de esos hijos que se le pegaban al cuerpo con tanto rigor como la tristeza.

Anoche mismo pude comprobarlo, ella se mueve en el mundo de la magia y vaya si conoce su propio poder, se ha dedicado con ahínco a las artes oscuras con todo tipo de encantamientos. Antes recurriendo a brujos y curanderos aparecidos y buscados que la embaucaban con a usted le están haciendo un maleficio, porque le tienen envidia. Un señor que la quiere a usted que la ha querido siempre y que no le perdona que se haya casado con otro… dele estas gotas, échele sangre de paloma degollada a la cabeza de su marido para que recupere la razón, coja un pez en tal rio, sáquele las tripas, rellénelo con la ropa de el o un trozo de su cabello… y ella haciendo todo

Para venirnos a enterar que es su voluntad de hierro en lo que radica su poder.

Tal vez todos la odiábamos de manera sucinta. De algún modo todos le reprochábamos que nos convocara a la vida sin ninguna necesidad solo para representar su papel doloroso de víctima y salvadora a la vez.

El que nos haya concebido sin amor, acorralada en su papel de esposa de un loco, ya se encargó ella de repararlo y por ahí derecho la deuda y el deber de estar agradecidos.

Trabajaba desde el amanecer hasta el anochecer, sin descanso y sin tregua, para que no nos faltara nunca la comida a horas y bien servida. Nos atendía con una vocación al sacrificio tan decidida que borraba cualquier posibilidad de reproche. Estábamos como ella signados por el dolor y hemos de pagar el error de estar vivos cono pocos argumentos.

Ella adoraba a su madre. Una maestra de escuela, hija de un poeta contemporáneo de Barba Jacob, que fue a parar a la cárcel por malversación de fondos de la renta publica, provocando que su mujer muriera de tristeza y su hija tuviera que dejar su trabajo de maestra de escuela.

Y de ahí empiezana desgranarse el infortunio porque vino a casrse con mi abuelo que tenía una finca cafetera en una de los corregimientos de Yarumal y que tenía un pequeño detallito que ella no supo sino cuando era demasiado tarde; que se enloquecía cada vez que llegaba la cosecha, fuera por la exigencia o porque el mismo café lo deprimiera, perdía la calma y el exceso de trabajo lo tornaba, ya taciturno ya violento, incapaz de hacerse cargo de toda las labores, se escabullía, abandonaba a su mujer y a sus hijos, se enfurecía, tenían que cogerlo preso y trasladarlo al psiquiátrico, es muy conocido el hecho de que quiso incendiar la iglesia y que tuvieron que llevarlo preso.

Entre tanto sus hijitos entre tanto sus hijitos asustados, desprotegidos, empobrecidos…

Ella murió desangrada, dicen que por un parto, dicen que a causa de una golpiza que él enloquecido le propinó. El recibió la noticia en el mental. Se mordió los labios hasta sangrar.

A mamá nunca dejó de dolerse de su la orfandad: la madre pálida desangrada en mitad de la sala, y todos los hermanitos alrededor sabiendo que algo terrible les estaba ocurriendo ahora y para siempre.

Mamá contaba con 14 años, era la mayor y quedó a cargo de todos sus hermanos el menor con un año, con raquitismos, al que inventó entretener con huevos de gallina en una totuma mientra ella iba por agua al aljibe.

Después de eso, la expedición abuela. Se trasladaron luego de tres días de camino en bestia a La abisinia finca donde vivía la abuela paterna y algunos de sus tíos y tías solterones.

La abuela Magdalena, administrando la casa y la alimentación de sus ocho nietos con rigor de cicatera pues a las ocho bocas que recién le llegaban había que compartirles lo que a bien tenía para ella sus hijas solteras y su hijo recién casado que ya empezaba a traer hijos al mundo y era era el que producía bienes para todos.

Las estrecheses eran muchas. Dormián apiñados, madrugaban a rezar y luego a trabajar, comían poco, la ropa nunca alcanzaba. La condescendencia para con los nietos bien y la tiranía con los huérfanos recién llegados era innegable. Porque el trabajo de las muchachas en la casa y de los muchachos en el campo nunca lograba salvar el desbarajuste que la tragedia de Bernardo en el manicomio y sus hijos huérfanos llevaba al traste la economía casi pujante de la familia Martínez.

Así las cosas, las chicas y los chicos tuvieron una niñes desgraciada.

El consuelo eran las visitas a la casa de la hermana de la abuela, donde abundaban los hijos, las hijas y la pobreza, las fincas casi que lindaban la una con la otra, aunque en una vertiente montañosa tan empinada que labrar la tierra y transitarla era una tarea compleja.

Así las visitas a esa casa, las travesuras de hacer chocolate al escondido, en el cafetal sustrayendo de las estancias bien custodiadas de sus respectivas abuelas la panela, el chocolate, la olleta y el bolenillo sin que nadie las viera requería todo tipo de argucias y triquiñuelas.

Las idas a misa, al pueblo en que muchos años después nací. Permitieron a mi madre conocer a mi padre. Cuentan que iban descalzas hasta el pueblo y se ponían los zapatos para asistir a la iglesia.

– A uno no le explicaban nada cuando iba a casarse. Yo creía cumplir el deber de esposa era cocinar y mantener la casa arreglada, nunca me imaginé aquello tan horrible- contaba después mi cuando le preguntaron cómo le había ido con el sexo.

Nos casamos un domingo a las cinco de la mañana, ambos de negro como era la usanza. El era del pueblo, pero se había ido con sus hermanos luego de que su madre y su padre murieran. cuando vino tenía 24 años y era un hombre enorme de preciosos ojos cafés.

Una me mis hermanitas me hizo que la acompañara a misa de once. Yo no quería porque ya había ido a la de vísperas. Y entonces nos conocimos. Me siguió mandando razones con ella y con mis primas.

como ambos éramos recién llegados, la gente le advirtió sobre mi papá que estaba en el manicomio.

– Pues si ha de enloquecer, igual me hago cargo de ella.

No me costó contrariar a mi abuela que me quería casar con un primo Martínez para que no se dañara el apellido. Pero eran tan tontolinos, Ya venían con los apellidos repetidos.

A poco nos casamos. Mis hermansa se habían ido a estudiar a la ciudad a casa de familiares. Yo también había estudiado interna con las salecianas, aprendí a coser y a bordar, lo que me permitió valerme en la vida.

Francisco alquiló una finca para montar un establecimiento con ganado de leche. Era muy trabajador, pronto teníamos también cultivo de maíz, frijol papa y todas las legumbres para el gasto. al año teníamos a Luis alberto. Rubio como yo. La familia de él era trigueña. el niño me lo admiraron mucho.

Un buendía de mercado, francisco no volvió a la hora acostumbrada. Me lo trajeron entre cuatro, desmayado. se había puesto a tomar cerveza con uno que me había querido y que había jurado vengarse de mi por haberlo dejado plantado, y lo enyerbó. Se despertó todo loco. No sabía lo que le había pasado, hecho una furia. Nunca volvió a hser el mismo. Creyó que yo era la que le había hecho el maleficio. Ya no volvió a ser el mismo. Hablaba solo, descuidó el trabajo y cuando menos pensaba, salía y se iba y yo me quedaba en esa montaña en esa soledad tan terrible.

Maria Elena, la segunda nació en Ochalí a donde habían vuelto mis hermanos a la finca de mi papá. allá nació también Javier Hernando y Olga Lucía.

Cuando quedé embarazada de vos, me echaron, ya eras la quinta. Nos vinimos otra vez a vivir con el papá que parecía recuperado. Yo sabía que no podía tenr más hijos y traté de deshacerme de ese bebé con ayuda de las vecinas, Tal vez por eso tenés la nariz tan feita porque a lo mejor te aterrorizaste con lasonda. Al menor también quice sacarlo de mi vientre porque ya eran seis y el papá nada que se recuperaba. Ya le habia hecho todo lo que me recomendaba Silvio, un primo médico y curandero que teníamos, pero nada le sirvió ni los otros remedios que me recomendaban los curanderos que pasaban de vez en cuando por el pueblo.

Entonces con el miedo de que volviera a matarme, me lo decía afilando un cuchillos o que me engendrara otro hijo, salí del pueblo en una de sus ausencias, otra vez para donde mis hermanos, que ya se habían establecido en la ciudad y me ofrecían que nos volviéramos a organizar juntos para que nos ayudáramos con el cuidado de mi papá y el estudio de ustedes.

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