Si pudiera volver a ser pequeño
no cambiaría los dulces y caramelos;
jugaría en parques y avenidas,
correría y correría, travesuras de nuevo haría.
En una loma alta jugaría… en ella me deslizaría
con un pedazo de cartón sobre la hierba.
Me ensuciaría de lodo y tierra, me llenaría
de emociones y de alegrías verdaderas.
Recuerdo con mucha melancolía mi infancia,
extraño profundamente aquellos días
en los que mi felicidad no dependía del clima.
Si llovía, salía; si hacía sol, era un perfecto día
para comprar helados de crema y chispitas.
¡Cuánto he perdido en el famélico tiempo!
¡Ha consumido cada gramo de aliento!
Ahora no disfruto como cuando era niño.
Ahora no sonrío con natural inocencia.
Ahora el mundo exige… me exige que crezca.
Pero no quiero ser adulto, no.
No, simplemente no.
Quiero ver el mundo con los ojos que tenía,
que mi única lágrima sea por alguna
rabieta pidiendo un dulce que no obtenía.
¡Oh, dulce… dulce que yo tanto quería!
La lágrima de un niño es tan inocente,
se olvida al momento -o con un dulce-.
Pero la lágrima de un adulto, ya de por sí,
cuesta un tormento y perdura en el tiempo.
Ahora, siendo adulto, recuerdo
que soñaba crecer para ser libre.
Ahora, siendo libre, prefiero
volver a estar preso
y obtener caramelos,
helados, lodo y tierra, lluvia
y a mamá de enfermera;
raspones en las piernas
pero mi alma completa.
Quisiera tener aquel cartón
y un pedacito de hierba,
deslizar las aflicciones
que hoy me apenan.
Sobre todo, tiempo… tiempo
que ahora ya no tengo.
Tiempo, que se me ha escapado.
Tiempo, que tanto tanto extraño.
Si tan sólo pudiera volver a ser pequeño…
Tantas cosas haría, recuperaría mi sonrisa
y con ella esa inocente alegría que tenía.
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