De todo lo que olvido, jamás recuerdo

De todo lo que olvido, jamás recuerdo

Pau González

25/09/2017

La luna rebota en otras galaxias y clarifica,

paso a paso se tejen planetas distantes como estrellas,

la noche huele a calma cuando los rostros desaparecen,

donde quedan las cenizas de lo que regó una vez este jardín,

la serena ceremonia de duelo y desvelo, en noches de hielo eterno.

Desapegarse de la llave que abre puertas de engaños, claudicar;

no existe el paraíso ni el infierno, es el purgatorio de las formas inexactas,

vago solitaria por la avenida menos concurrida y luminosa,

vuelvo al campo limpio e iracundo, corro mientras puedo,

¿Dónde me llevarán las almas errantes que emancipan como yo?

No varían las olas mientras recorro mares amortajados,

amortajada me siento en el túnel, divagando entre vidrios que cortan

y rajan sin piedad las pieles que sobran, las penas que sobran,

las lágrimas que sobran, las sombras que sobran,

en el lugar acude el público fantasma que espera una resolución.

El frío ya no me agrada cuando camino por la carretera perdida,

congelándome todo menos el corazón, que arde y gotea;

si entrando a la luz destellante, calurosa y necesaria no relego,

no sé que será de mi alma vagabunda y marchitada

y tengo miedo de todo eso, tanto miedo que no disipo estos segundos.

La luna vuelve a mirarme a los ojos, invadiéndome, torturándome,

su reflejo es el espejo más irritantemente verdadero que jamás antes he visto,

no tengo motivos para seguir con la lucha entre pasión y razón,

sólo me hago una espiral y hundo mi rostro en la almohada,

sé que al abrir la ventana me llegarán como agujas los dolores que me habitan.

¿Cuántas noches han pasado desde el big bang extremo que llevo dentro?

soy todas las cosas que siento, repito y recuerdo

soy todas las veces que camino en veredas nocturnas que huelen a miedo

soy cada una de las sombras que quedan vaciadas de tanto sollozar

soy la fuerza latente ante la ruptura de cada parte que lleva mi cuerpo.

Si los árboles tienen raíces, no debiesen morir por el quiebre de sus ramas,

Si las ramas tienen hojas, no debiesen vaciarse ante una tormenta imprevista,

Si las hojas tienen marcas, no debiesen ser nada más que sabiduría de vida;

siento cada parte de este ciprés descomponerse y volver a renacer,

siento como el morir del alma puede reafirmar mi necesario revivir.

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