Y ya cuando me sentí capaz, tomé el primer autobús que me llevara a la avenida de la calle vida, para mi infortunio me apresuré y tomé el transporte que pasaba por la calle de trocha, pude ser testigo de hermosos paisajes, pero también de escenas muy deprimentes, era doloroso pasar por cada piedra, el sendero era muy inestable hasta que al fin parecía haber llegado a mi destino, sin embargo sólo era el inicio de mi expedición.

Empecé la caminata y mis pasos me llevaron hacia la vecina menos querida del lugar. Una señora muy estricta, acostumbrada a vivir con poco, pero diestra para ingeniárselas a enfrentar cualquier situación. No estaba muy convencida de quedarme con ella, no obstante, fue la única que me abrió sus puertas y con el poco equipaje y dinero que llevaba; no podía ir muy largo.

Durante nuestra convivencia sufrí mucho, si no trabajaba, no me ganaba el plato de comida, tenía que remendar mi ropa, y lo pasado de moda a ella le parecía que estaba bien y me obligaba a usarlo; pero a decir verdad, me enseñó mucho, a veces un par de zapatos basta, con pocos ingredientes también se cocina, sacó de mi cabeza ideas que nunca antes hubiera imaginado, en realidad me ayudó a salir adelante con sudor, esfuerzo y dignidad. Hoy en día estamos en comunicación, pero no estrechamente como en esos momentos, comprendí por qué nadie la quería, yo incluso llegué a odiarle, sacó de mí mis más dolorosas lágrimas, ganándose mi respeto; porque es capaz de sacar brillo al diamante en bruto. Espero no volver a posar en su casa repleta de escacez, incluso me entristece saber que le abre sus puertas a alguien, hasta su nombre produce congoja, esta señora se llama Necesidad.

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