Vengo a dedicarte unas palabras, vengo porque no me encuentro bien y porque la garúa cae y ¡plaf!, ¡plaf!, suenan las calaminas del cobertizo. Vivo entre dos mares y vengo, aun así, para no quedarme.

Desde el primer mar me caen cual carámbanos en seso unas ganas acérrimas de hablarte, mar flotante, mar ralentizado en relente y yo tan en buzo, con el tubo oxigenado de verbosidad, y sin poder hablar. Con la voz saliente entre el aire en burbujas, y me atollo. Con el deseo de hablarte, y sin nada que decir. Mar que se hace aguas y de aguas sofocas. Mar a sesenta pies sobre mi cabeza; sesenta menos cinco pies sobre mi cabeza y tan plomizo en el deber azulado, en mi doler, en el agua que rezuma mi nariz. ¿Por qué esputar y cómo hablar sin toser?

Desde el segundo mar se encaraman fuegos de llamas azules que queman de inflamación mi garganta, de este pequeño infierno se hacen manos los pies y pasó a paso, a cuelgue en cuelgue, de cordel sobre cordel con ropa a secar, el torrente insondable de la otra agua, la que no es de palabras, que bornea mi discurso siempre tan tuyo y hace inteligible la hondura de esta mar hasta mis pies.

Si es factible el mí entre uno y otro, ¿por qué he de hablar para calarte?

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS