«El Patio se defiende»

«El Patio se defiende»

Federico Berón

30/08/2017

El Patio se defiende

I

– Si no fuera por esa Araña maldita, que me espera escondida las 24 horas, hace rato hubiera probado los restos del café derramado -, pensó la Mosca con su pobre cerebro de Mosca. – No puedo evitar sentirme superior… -, continuó mientras observaba el paisaje desde la cúspide del motor del bombeador, que ahora estaba en marcha y le producía esa deliciosa sensación de efervescencia vibratoria. – Otra vez esa Mosca de mierda -, pensó la hormiga con su cerebro de hormiga, mirando de reojo a la Mosca posada sobre el bombeador. –Por ejemplo aquella hormiga, – ejemplificó la Mosca-, -…eternamente esclavizada, atada a una sociedad automatizada y robótica, de la cual el mayor beneficio que recibe es el alimento-. La Mosca rió: -¡con esa hoja, la pobre parece una tabla de windsurf! -. Luego despegó, agotada por la vibración, como si saliera de una sesión de masajes, y se pasó las siguientes horas tratando de descifrar qué era una tabla de windsurf, puesto que, además de ser una Mosca, y por lo tanto no tener habla, sus conocimientos del inglés eran pobrísimos.

El Patio es como todos los Patios del gran Buenos Aires. Baldosas de colores gastados, una escalera de cemento a una terraza, helechos, algún malbón, una parrillita haciendo las veces de guardadero de cosas en desuso, una parra o su esqueleto, una mesa para el mate desvencijada o impecable, algunas sillas, un pequeño lavadero con su lavarropas, escobillones, escobas y trapos de piso, un cantero que rodea la medianera y una pico de loro oxidada que hace años que se busca y que ahora fuera del sistema, descansa en su sueño oxidado como quien duerme en las calles.

La Araña, vieja, gorda y algo ciega, realizaba su último recorrido de rutina por la mesa y se aprestaba a volver a su tela, pues atardecía y desde hacía años ya, no creía prudente cazar de noche. Su guarida estaba emplazada en un lugar tan cómodo y cálido, como peligroso: la cerradura de la puerta del lavadero.

La cucaracha cruzó el Patio a toda marcha, con su diseño súper aerodinámico y esquivó cinco ojotazos con éxito. Había sido bien entrenada en olfatear ese estupendo hedor que emanan los seres humanos, cuando una mezcla exacta de odio, asco y miedo inunda sus torrentes sanguíneos. Muchas veces estuvo tentada de permanecer allí disfrutando aquella delicia, pero su memoria de cucaracha le recordaba la imagen de su mejor amigo parado sobre sus dos patas traseras, disfrutando de ese perfume, y acto seguido explotando en mil y un pedazos bajo una ojota. Logró refugiarse bajo una madera vieja y húmeda. Pero debió partir inmediatamente, pues pocas cosas le repugnaban más que los bichos bolita, y allí abajo había toda una comunidad.

La Mosca molestó a la Araña durante toda la hora y cuarto que le tomó a ésta llegarse hasta su cueva con unos vuelos rasantes y en zigzag, que en el idioma gestual del Patio significan una suerte de burla para los insectos que se pasan todo el día tratando de cazar algo y no lo logran. Después, la Mosca se perdió dentro de la casa en busca de algo dulce, que a esas horas de la tarde, seguramnete encontraría sobre la mesada.

Uno de los bichos bolita, el más inquieto, decidió seguir a la Cucaracha, para aclarar la situación de una vez y para decirle en la cara, que de los habitantes del Patio, ella era el más repugnante, sin lugar a dudas.

La Mosca, de vuelta en el Patio sobrevoló la zona con sus patas llenas de azúcar y pensó: – Ahí va Bolita, se lo va a decir nomás.– Y la Hormiga, que ya iba por su hojita número cuarenta y tres o cuarenta y cuatro pensó algo muy parecido, pues estaba ya muy agotada para pensarse algo original. La Araña bostezó, para ella la situación era conocida.

Mientras tanto, en la cocina de la casa preparaban una jalea de frutilla de esas que se le ponen a las galletitas y una gran torta de chocolate para el cumpleaños de Tomasito.

La Mosca se apuró a succionar lo que quedaba de azúcar en sus patas y despegó de inmediato con rumbo fijo a ese dulce, pero en pleno vuelo vió a la Araña, que se había quedado dormida mientras arreglaba su tela, y ahora colgaba boca arriba de uno de sus hilos, que se hacía cada vez más y más delgado. Entonces, la Mosca se imaginó gorda y panzona como la Araña. –No quisiera terminar como ella -, pensó. Pero siguió volando directo a la jalea. Eso sí, con la autoestima bastante baja.

La cucaracha estaba muy tranquila, comiendo algunas porquerías tras el lavarropas, cuando sintió que la tocaban por atrás. Se dio vuelta inmediatamente y allí lo tenía, al bicho bolita, agitando sus dos antenitas en forma circular, lo que en el lenguaje de los insectos del Patio significa “eres repugnante” y la cucaracha, que tenía mucho hambre y aún estaba algo agitada por la corrida, no se hizo esperar e hizo la misma pantomima que el bicho bolita, pero para éste, la ofensa resultó mucho mayor, pues las cucarachas tienen antenas mucho más grandes que la de los bichos bolita. La cucaracha siguió haciendo lo suyo, como si nada hubiera sucedido. Bolita estaba ahora terriblemente irritado, temblando de impotencia, entonces hizo lo que cualquier bicho bolita hubiera hecho en su situación: se hizo bolita para poder concentrarse en una venganza realmente efectiva. La cucaracha empujó la pequeña esfera gris hasta una esquina de su nido, para que no estorbara y siguió buscando algo que comer.

¡Alerta, alerta, alertísima!-, gritó la Polilla desesperadamente, golpeando contra el mosquitero de la casa que daba al Patio. Pero en seguida se acordó de que debía comunicarse con el idioma propio del Patio, entonces, luego de salir por un hueco en el tejido de alambre, tradujo lo que había gritado, chocando varias veces contra el suelo. Bolita se abrió de un sacudón. La Cucaracha se paró sobre sus dos patitas traseras, la Araña despertó, el hilo se cortó y cayó de espaldas al suelo. El ejército entero de hormigas se detuvo y la Hormiga-windsurf dejó caer su hojita número ciento veinticuatro o ciento veinticinco . Andrés estaba en la casa otra vez.

II

Andrés era el mejor amigo de Tomasito. Era un niño de ocho años con una terrible debilidad: descuartizar insectos

Sí, era una emergencia, la que siempre habían esperado, el motivo por el que habían inventado el idioma ahora tenía sentido: debían defenderse de Andrés.

Poco a poco se reunieron detrás del bombeador. Había un gran murmullo de alas, patas que se agitaban y antenas que chocaban. La Araña contó uno por uno a los concurrentes, había mil cincuenta y cuatro: faltaba uno: la Mosca. Pero dado a la poca simpatía con que contaba ésta entre los demás insectos, la Araña resolvió dar por comenzado el mitín. Todos estaban muy impacientes y no era para menos. El orador por naturaleza sería la Araña, porque era la más experta y colgaba con su tela justo sobre las cabezas de los demás insectos.

Andrés no había venido para hacer las tareas de matemática ni las de biología. Había venido a mostrarle a Tomasito lo que le había regalado su abuela recién llegada de Alemania, y seguramente se quedaría a dormir. El “Chemie Lehrer” era el último grito en equipos de química para niños. Pero lo que más fascinaba a estos dos de ocho años, era lo que estaba escrito en rojo y con letras bien gordas en la tapa: PROHIBIDO PARA menores de 14 años.

La Mosca atravesó el cielo del Patio a media máquina. Tenía la panza hinchada por el dulce y una modorra muy pesada, de esas que sólo a las Moscas les da. Tres de sus cuatro millones de ojos se le cerraban. Se preguntaba entre sueños cómo le habría ido a Bolita. Le llamaba la atención que no hubiera nadie en el Patio. Voló varios minutos a la deriva. Su pobre cerebro de Mosca estaba a esas alturas, seriamente comprometido por el atracón de dulce y poco a poco todos sus ojos se fueron cerrando hasta quedar con tan sólo uno de ellos abierto.

De pronto, al doblar alrededor del bombeador, vió a Bolita. Enseguida aterrizó a su lado, mareada, a punto de desmayarse del sueño. Con su único ojo a medio cerrar, bostezó y movió sus patas delanteras dibujando triángulos bastante desparejos en el aire, que en el idioma del Patio significan: – Pesadita la cucaracha ¿no?. Bolita comenzó a temblar y se cerró en un abrir y cerrar de ojos. La Mosca sabía que Bolita se cerraba cuando había peligro. Así fue que, con gran esfuerzo abrió uno a uno sus ojos. Cuando abrió el primero vió que al lado de Bolita se hallaba la Cucaracha. Eso no era bueno. Con el segundo, vio a la Hormiga-windsurf y así siguió, hasta ver justo sobre su cabeza, a la Araña. Intentó mover sus alas, que estaban paralizadas por el miedo. Éstas se sacudieron un par de veces sin fuerza ante la mirada de todos, y se desmayó.

Tomasito no podía dejar de estornudar y Andrés no podía parar de reír. Andrés le sacó de la mano el frasco de Amoxitriniacianuro Cálcico y lo tapó –Lo vas a tirar todo -, le dijo con los dientes apretados, mientras le pellizcaba el hombro derecho. Tomasito se sentó a la mesa y tomó un trago de su chocolatada con la naríz toda roja, mirando a Andrés y a su taza de leche con ciertos deseos de venganza.

Cuando despertó, la Mosca no sabía qué era lo que había soñado y qué había sucedido realmente. Estaba sola detrás del bombeador. Cuando se paró sobre sus cuatro patitas y por fin levantó la cabeza, apareció de repente frente a ella la Araña. A la pobre Mosca se le aflojaron sus tobillos de Mosca y parecía desvanecerse nuevamente, pero la Araña pensó: -¡Ah, no, ya basta!. Y la abofeteó. Entonces le levantó el dedo índice y la miró fijo, como diciéndole: “ Cuidado con lo que hacés”. Luego comenzó a tejer en su tela los extraños símbolos con los que se comunicaba en el Patio y le explicó lo sucedido. Le contó que había llegado Andrés, ese niño tan malo y que habían hecho un plan entre todos los insectos, mientras ella dormía. Y que estaba todo preparado. El plan consistía en lo siguiente: la babosa y sus cuarenta y tres hijos se pasearían por delante de la puerta que comunica la cocina con el Patio durante un buen rato, para dejarlo bien resbaloso. La cucaracha tendría la misión casi más peligrosa, ya que debería entrar a la habitación de Tomasito y cruzar una pared, para que los niños la vieran, porque, – agregó la Araña haciendo alarde de su erudición; “no hay algo más irreprimible para los humanos, que perseguir hasta la muerte una cucaracha”. Bolita mientras tanto, esperaría (hecho bolita), a un costado de la puerta que da al Patio.

La Mosca suspiró y frotó sus patas traseras –Bueno, es un plan genial,- mintió con su maldad de Mosca,- el niño patinará con la baba de las babosas y caerá al piso con tanta fuerza que ya no nos molestará. Perfecto, ya que todo está listo, voy a atender unos asuntos al Patio de al lado- La Mosca levantó vuelo muy tranquila, sin notar que de una de sus patas traseras colgaba un hilo de Araña. No había alcanzado todavía la altura de crucero para las Moscas cuando sintió el tirón. La Araña fue arriando a la Mosca como a un barrilete, hasta dejarla justo frente a ella. –Como te iba diciendo -, continuó escribiendo en su tela-pizarrón- la Cucaracha será la carnada. Cuando el tal Andrés pise la baba de las babosas, patinará sin remedio y caerá al piso, entonces Bolita entrará en acción y rodando, se meterá en su naríz. Una vez adentro, se abrirá y con sus patitas hará cosquillas al niño, quien a su vez, llevará automáticamente sus manos a su cara para extraer el molesto objeto de sus fosas nasales. En ese preciso instante, las tres lombrices (que esperarán en las alturas de la parra, previamente unidas en una rueda sin fin (cola con boca, como los elefantes), se dejarán caer sobre las manos de Andrés, amarrándolas como si de esposas-lombrices se tratara.

Una vez inmovilizado el terrorífico nene, alguien se posará sobre su naríz y le dirá en su propio idioma, con voz clara y fuerte una frase absolutamente aterradora, concluyendo dicha advertencia con la promesa de que, de no deshacerse del juego de química, será picado en la punta de la naríz por el abejorro más gordo del Patio. Mientras tanto, el Abejorro volará frente a sus ojos de derecha a izquierda con cara harto amenazadora. Por supuesto,- concluyó la Araña mientras se limpiaba su colmillo derecho,- ese “alguien” que se posará sobre la naríz del terrible Andrés sos vos. Las termitas y polillas de la biblioteca te esperan, ansiosas por enseñarte el horrendo idioma del niño. Esto es lo que le dirás. Le entregó un diminuto trozo de tela de araña escrita con extraños caracteres que decía, que traducido a nuestro idioma diría algo como: “Largá el Juego o sos Boleta Pibe”.- El ataque será mañana por la mañana. Adiós.

La Araña subió por su tela y desapareció entre el espeso follaje de la parra.

La Mosca se quedó allí, sonriendo estúpidamente, como si se tratara de una broma. Buscó con cada uno de sus ojos la complicidad de los demás insectos. Pero la única que aún permanecía allí era la Hormiga-windsurf, que había presenciado toda la situación, y quien con un aire burlón, alzó una de las hojitas, mojó una de sus patas con saliva, la levantó para ver de dónde venía el viento y se alejó meneando pomposamente la cola de un lado a otro, en sentido contrario.

III

Por fin amaneció y una vez finalizados los dibujitos animados de las 10:30, los chicos estaban preparados y desayunados para jugar. Mientras tanto, en el Patio todos estaban en sus puestos: Bolita había estado hecho bolita toda la noche, las babosas estaban hinchadas de tanto agua que había bebido, las lombrices ya estaban hechas rueda, la cucaracha elongaba una a una sus patas para la gran corrida y la Mosca….Nadie la había visto, ni siquiera las polillas, que se habían quedado dormidas esperándola entre las hojas del Quijote.

Tomasito se levantó y se cepilló los dientes. Andrés no lo hizo.

La Araña había puesto a los trescientos dos mosquitos a buscar a la Mosca por toda la casa y por las casas vecinas también. La cucaracha esperó la señal de la Araña y se zambulló dentro de la casa. Andrés y Tomasito estaban en la habitación, examinando cuidadosamente cada uno de los frasquitos del juego de química. Andrés alzaba uno y leía la etiqueta: – “Deriturxinicina Androinhibidora”, ésta, – se interrumpía -, la vamos a usar con las hormigas, y continuaba: “Tricetotanasiato de Ploruro”, las abejas…y para los bichitos de humedad…sí, sí, ésto (el nombre de dicha etiqueta era francamente impronunciable, por lo tanto su peligrosidad era extrema). Entonces, el plan se puso en marcha. La cucaracha cruzó de repente una de las paredes de la habitación. Andrés saltó de la cama al grito de: “¡Muerte a la cuca!”, mientras que Tomasito se paraba sobre la cama al grito de: “¡Qué asco!”. La polilla-vigía levantó su vuelo desprolijo a toda velocidad y se dirigió al patio para avisar a los demás que los niños por fin venían. Los chicos corrieron a la cucaracha por toda la casa, llevando la caja con las sustancias químicas. Uno de los pisotones de Andrés estuvo realmente cerca, pero no fue suficiente. Finalmente, la cucaracha salió al patio y se refugió dentro de la alcantarilla. Los niños salieron descontroladísimos al Patio. Entonces, todo parecía funcionar a la perfección: Tomasito resbaló con la baba y se aferró a Andrés, provocando que ámbos cayeran al suelo. La tapa del Chemie Lehrer voló por los aires y muchos de los tubitos de todos colores saltaron desparramando las sustancias como una lluvia de brillantina, que se regó sobre los chicos. Bolita rodó en zigzag, temblando del miedo y logró introducirse en la nariz de Andrés. De la Mosca no había noticias. Bolita se abrió dentro de la naríz de Andrés y empezó a mover cada una de sus patitas a una velocidad increíble. Entre los insectos que miraban la escena desde detrás del bombeador estalló la algarabía, pero la Araña estaba muy preocupada porque se acercaba el turno de la Mosca, y nadie sabía dónde estaba, así que tejió: -“No cantemos victoria”– y dicho y hecho, porque los dos chicos se levantaron de un salto, con los ojos aún cerrados y en medio de una nube multicolor. Andrés sintió una picazón insoportable en su naríz, pero lejos de hacerse demasiado problema, y ante la mirada de los mil cincuenta y cuatro insectos, presionó con su índice izquierdo su fosa nasal izquierda, juntó suficiente aire y con un sonido de rifle de aire comprimido, disparó a Bolita, quien volando a velocidades insospechadas por los insectos se alejó más y más surcando los aires y finalmente se perdió tras la medianera que daba a la casa de los vecinos.

El silencio en el Patio fue total.

Andrés abrió los ojos lentamente. Toda su cara estaba azul, cubierta por algún polvo. Toamasito lo vió y empezó a burlarse.

Los chicos comenzaron a recoger uno a uno los tubitos, echándose la culpa mutuamente. La cucaracha, que todavía agitada esperaba en la oscuridad de la alcantarilla, al no escuchar sonido alguno, creyó que el plan había funcionado a la perfección. Así fue que salió muy confiada y eufórica al exterior, batiendo sus antenitas como si fueran banderas y dibujando estrellas en el aire, que en el lenguaje del Patio significa algo así como “Los bichos unidos, jamás serán vencidos” y fue a dar justo al lado de la mano de Andrés, que acababa de encontrar la tapa del último frasquito. Con un movimiento rápido y profesional, atrapó a la cucaracha. Contentos con su espécimen, Andrés y Tomasito corrieron riéndose a las carcajadas hacia la terraza. Segundos después y en medio de un Patio desolado, se vió caer algo al suelo. Eran las lombrices, que debido a un error de cálculo y coordinación y quizás, por qué, no por falta del debido ensayo, actuaron en un momento poco oportuno.

IV

Todo estaba perdido: el plan había fallado, Bolita había desaparecido en los cielos, la heroica cucaracha estaba cautiva a merced de los espantosos niños y su juego de torturas, y para colmo de males, la Mosca nunca había aparecido, ni siquiera con una excusa barata.

La Araña miró a todos, que estaban muy tristes, y les dijo que la esperaran cinco minutos. Entonces subió por su tela y desapareció en su cerradura. Esos cinco minutos fueron los más largos de la historia del Patio, cada uno de los habitantes estaba perplejo. La Araña sentía una enorme responsabilidad por lo ocurrido. Sabía por su larga experiencia, que no hay nada peor para una comunidad, que la derrota y la falta de perspectiva hacia el futuro. Pensaba también, que lo último que un pueblo debe perder es la ilusión, aunque fuera sostenida con los hilos más oscuros.

Finalmente se asomó, estiró un poco su tela hasta formar un balcón y tejió: – No hay más remedio, tenemos que llamar al Escuerzo- . Se produjo un murmullo general, todos se miraron entre sí, con gran sorpresa. Algunos, como las hormigas coloradas hasta entraron en pánico. Una de las lombrices comenzó a dibujar formas con su cuerpo, diciendo: – ¡El remedio es peor que la enfermedad!, -y todos asintieron. Pero la Araña contestó enérgica: – Muy bien entonces, ¿quién tiene una idea mejor?– Todos dieron un paso atrás, mirándose entre sí. Y la Araña continuó: – Mientras debatimos, a nuestra amiga la Cucaracha seguramente le están haciendo cosas terribles. Ya sabemos que el Escuerzo sólo quiere comernos a todos, pero ¿qué pasaría si le ofreciéramos algo aún mejor a cambio de que nos ayude a librarnos de esos niños?¿Y qué podría gustarle más a ese Escuerzo asesino que tenernos a algunos de nosotros para la cena?-, dijo una de las polillas. –Nada menos que la torta de cumpleaños de Tomasito -, dijo la Araña.- Hubo un gran revuelo entre la audiencia. Y por fin la idea fue aceptada. La Araña continuó explicando su plan y en pocos minutos todos comenzaron a caminar en caravana hacia la guarida del temido Escuerzo.

Mientras tanto, en la terraza, la Cucaracha estaba paralizada de miedo dentro de un frasco de vidrio que estaba apoyado sobre una mesa improvisada con un cajón de manzanas. A su lado, la enigmática caja con las sustancias.

Andrés y Tomasito bajaron corriendo a la casa y volvieron a subir con los guardapolvos de la escuela puestos. Tomasito siguió con su dedo índice cada uno de los frasquitos y tomó uno color púrpura. Lo abrió y de uno de sus bolsillos extrajo una pincita de depilar, o como él prefería llamarla: una pincita de descuartizar. La cucaracha comenzó a temblar.

Los insectos del patio llegaron por fin al hueco que estaba debajo de la parrilla. La Araña les pidió a todos que se alejaran, que sería ella la que haría el primer contacto. Entonces se acercó al enorme y húmedo agujero que era como la enorme boca de un monstruo donde vivía otro mosnstruo y arrojó una piedrita, que rodando fue engullida por las tinieblas. La Araña se retiró unos pasos hacia atrás y todos esperaron. Nada sucedió, así que la Araña, con un gesto de enojo, tomó una piedra bastante más grande y caminó decidida hacia la guarida. Al llegar se dio vuelta, para buscar la aprobación de su gente, pero en ese momento, emergió de entre las tinieblas, el más terrible e insaciable devorador de insectos: el Escuerzo. La Araña presenció una fuga masiva de insectos ante sus ojos, junto a gritos de horror. Sin entender demasiado, se dio vuelta, ahora con una piedra más grande en la mano y vió al horrible anfibio justo frente a sus patas delanteras. Dejó caer la piedra. El Escuerzo abrió la boca y la Araña comenzó a rezar. Pero se trataba de un bostezo. El Escuerzo, medio dormido le dijo a la Araña: –Hoy no atiendo suicidios-, y cuando se disponía a volver a su guarida la Araña dijo: –Necesitamos de su ayuda Sr. Escuerzo. ¿Y qué tipo de ayuda necesita un insecto de un Escuerzo-come-insectos?-, preguntó el sapo gigante. –Necesitamos que nos ayude a salvar a la Cucaracha de las malvadas manos de Andrés, un amigo de Tomasito. El Escuerzo rió y miró a la Araña con ternura e ironía. Respondió: –Teniendo en cuenta que me has interrumpido la siesta, y que no eres una simple Araña suicida, que dicho sea de paso son las más amargas para comer, voy a comerte, para irme a dormir con algo en la panza. La Araña se preparó para correr, pero el Escuerzo le dijo, mientras saboreaba otro enorme bostezo: –Ah, no te molestes por correr, ya sabés que mi lengua es la más larga y pegajosa del barrio-. La Araña cerró sus ocho ojos y contuvo la respiración. El Escuerzo abrió la boca. En ese preciso momento se escuchó -¡Alto ahí, repugnante adefecio de la naturaleza!- La Araña abrió sus ojos y vio nada menos que a la Mosca, que volaba en picada directo a ella. El Escuerzo cerró su boca sorprendido y preguntó con furia: -¿¿¿Y vos quién te creés que sos???.- A lo que la obesa Mosca respondió: -¡Soy nada menos que la Mosca de este patio, la que sabe que la lengua más larga del vecindario no es la suya!- El Escuerzo la miró con los ojos inyectados en sangre . –Vengo de la casa de al lado, y acabo de ver al Escuerzo que vive bajo el pino y ví con mis propios ojos, cómo alcanzaba un mosquito que volaba a más de 20 metros de altura. ¡Eso no es verdad, y pensándolo bien, Araña y Mosca hacen un plato completo!.- La Mosca se retiró unos metros y se posó sobre una chapita de Coca Cola marcada con una cruz de dulce de leche seco. El Escuerzo abrió la boca, su ojo ciego para apuntar. Disparó su lengua con la velocidad de un látigo. Ésta se fue desenrollando como una serpentina hasta detenerse justo delante de la Mosca. –Mmm, Exactamente 19 metros 15 centímetros-, dijo la Mosca mirando la lengua detenida frente a su cara. El Escuerzo recogió su lengua sorprendido y rojo de humillación. La Araña continuaba rezando. –Si deja ir a la Araña…y nos ayuda a luchar contra el tal Andrés…puedo no contarle todo este asunto a Los Voladores…-, dijo con ironía y continuó: –Además, vencer a un humano es más prestigioso aún que tener una lengua de 20 metros…y usted sabe perfectamente que la velocidad para propagar una noticia en manos de Los Voladores es mayor a la de la Luz.- El Escuerzo dio media vuelta y de un salto volvió a su cueva. La Mosca y la Araña se miraron con incertidumbre. Entonces, guiñando uno de sus ojos, la Mosca dijo: -Todo está dicho, Araña, vámonos de aquí. No es sano estar en el Sector “Fracasados del Patio”. Comenzaron a retirarse. La Araña se negaba a irse y abandonar su última esperanza, pero la Mosca se acercó y comenzó a empujarla diciendo en una sobreactuada voz alta: –Vamos. Vámonos con el Escuerzo de al lado-. Derrepente, desde las profundidades de la cueva salió disparada la lengua, capturando a ámbas en su viscosa baba. La Mosca negó con la cabeza. –Nunca debí haber vuelto-, pensó. El Escuerzo acercó la lengua a su boca abierta, pero se detuvo a milímetros de la saliva venenosa. -¿Y cuál es el plan?-, masculló con un sonido bastante ridículo al no poder contar una dicción digna, por estar utilizando en ese momento la lengua para otros fines. A pesar de su situación crítica, La Mosca y la Araña debieron contenerse de reir a carcajadas.

V

La Mosca codeó a la Araña, que estaba claramente sobrepasada por la situación, y le dijo por lo bajo, como un apuntador de teatro: -…el plan…– La Araña la miró con sorpresa, luego con cierta tristeza. –No hay ningún plan…debí imaginarlo– murmuró la Mosca. La Araña tomó fuerzas y dijo: –el plan es el siguiente: Se trata de utilizar mi invento más fascinante, el motivo secreto, mi principal ambición y utopía: “El Desniñificador”, un dispisitivo capáz de transformar el alma del niño, en alma de adulto. Dicho disp…-¿Y qué tengo que ver yo en todo esto?-, intervino el Escuerzo. -Di-cho-dis- posi-ti-vo- continuó La Araña prácticamente arrastrando de los pelos las sílabas molesta por la interrupción.– Dicho dispositivo debe golpear la frente del sujeto a ser desniñificado. ¿Quién mejor sino el Sr. Escuerzo para lanzar cosas a la distancia con gradísima presición?

No creo poder llevar a cabo la tarea,- replicó el Escuerzo, con cierta falsa modestia. –Y yo no creo poder guardar el “secretito”-, dijo la Mosca limándose una uña sin tener uñas. El Escuerzo suspiró, hinchado de bronca y resignación. – Muy bien, lo haré-, murmuró a regañadientes. -¡¡¡Viva!!!, -gritaron la Mosca y La Araña al unísono. –¡Ahora, el equipo está completo!

El Escuerzo se sintió extraño ante la exagerada alegría de los insectos, y pensó, quizás hasta con tristeza, en que si dos insectos repugnantes que han perdido una amiga, que en realidad odian por vanidosa, se entusiasman tanto al conseguir una ayuda para salvarla, merecían su respeto y quizás sí, hasta su ayuda. Por otro lado, hacía tiempo ya que a su vida le faltaba un poco de emoción.

Esa noche la Araña no logró conciliar el sueño. Estuvo escribiendo en su diario íntimo hasta el amanecer.

Cuando salió el sol, todos ser reunieron al pie del bombeador. Luego de unos minutos de discusión, por momentos patética, el Escuerzo aceptó por cansancio la idea propuesta por todos y accedió a llevar puesta una pequeña capita azul hecha con la mejor seda de los gusanos más laboriosos del Patio. La Araña llegó un poco tarde, arrastrando un diminuto carrito cubierto con una manta hecha con tela de Araña. Se trataba del “Desniñificador”. Una vez frente a todos, se demoró en menesteres sin importancia para retardar el descubrimiento del tan esperado invento, y de esa manera, disfrutar quizás, del único y último memento de gloria de su vida. Los mil cincuenta y cinco insectos del Patio temblaron de admiración. Algunos, no toleraron semejante ansiedad, como la lombríz, que de tanto permanecer fuera de la humedad de la tierra, se endureció en un sueño de piedra, pero al menos con un gesto de ilusión en su ínfima carita de lombríz.

Finalmente, la Araña regresó por un instante de su éxtasis de ego y se acordó de la Cucaracha y la imaginó sufriendo terribles tormentos bajo las manos de Andrés. Así fue que con un gesto digno de un mago, apartó la manta, dejando al descubierto su supuesto gran invento: Se trataba de un chicle Bazooka. Todos escucharon las improvisadas instrucciones de la Araña, que simulando que leía, en realidad miraba sin entender absolutamente nada la historieta del “Pibe Bazooka”.

El Escuerzo comenzó a mascar el chicle. Mientras tanto, a un costado, la Araña firmaba autógrafos de tela de Araña a los insectos más crédulos, ingenuos y cholulos.

Dos horas pasaron hasta que por fin la puerta se abrió. El Escuerzo cerró su ojo más ciego, para tomar puntería. La Mosca se mordió un ala de los nervios. Pero la persona que asomaba no era Andrés. –¡Alto el fuego!-, gritó la Mosca desde las alturas. –Es Marina, la hermana de Tomasito, uno de los seres humanos más inofensivos de la casa…reservemos el Desniñificador para el plato fuerte.- El Escuerzo abrió su ojo y liberó el aire comprimido que tenía dentro de sus enormes fauces listo para expulsar junto con su lengua, el chicle Bazooka. La jovencita cruzó el Patio sin advertir en lo absoluto lo que estaba aconteciendo a sus pies. Lleveba un recipiente con algunas prendas de vestir húmedas. Subió las escaleras hacia la terraza. La Mosca la siguió por los aires y vió cómo colgaba la ropa en la soga. Pero eso no fue todo, porque lo que la Mosca también vió fue a la pobre cucaracha encerrada dentro de un frasquito de vidrio transparente, apoyado debajo del tanque de agua.

-¡Hay que rescatarla ya, ya, yaaaaa!-, dibujaba histérica en el aire con su vuelo acrobático. Así pues, se improvisó rápidamente la Comisión de Rescate. Se trataba de todos los insectos alados del Patio, ya que luego de algunos cálculos, la Araña había llegado a la conclusión de que por tierra, tardarían unos tres días en llegar a la terraza. Había de todo, desde mosquitos, hasta avejorros, desde polillas, hasta diminutas micromosquitas de las que nacen en los tachos de basura, y que por supuesto no tenían la mínima posibilidad de ayudar de manera alguna.

El plan era simple: hacer rodar el frasco hasta la escalera y dejarlo caer para que se rompiese. Mientras tanto, el Escuerzo seguiría apostado cerca de la puerta, preparado para disparar el Desniñificador cuando fuera oportuno. La formación cruzó el espacio aéreo del Patio con un zumbido homogéneo, casi musical. En pocos segundos, el grupo de los Voladores alcanzó el objetivo. Llegaron al frasco, en donde, con gran sorpresa, notaron que la Cucaracha no estaba sola. Había otra desconocida, de quién sabe cuál de los miles de Patios del Gran Buenos Aires. La Cucaracha saltó en dos de sus seis patas de la alegría. La otra, parecía aterrada. Los Voladores comenzaron a golpear el frasco por uno de los lados. Pero costaba sincronizar los golpes. A veces golpeaba primero la abeja y luego las polillas, y asi…Costó, pero finalmente, luego de 30 minutos, los voladores lograron impactar juntos a la vez el costado del frasquito, el cual cayó al suelo. En seguida todos se posaron sobre el vidrio y comenzaron a correr con sus miles de patitas para que el frasco rodara. En tanto, el Escuerzo y la Araña, decidieron que sería más útiles ayudando al resto y que de todas maneras si Andres aparecía, el Escuerzo estaría listo para disparar el arma secreta en cualquier situación. La Araña se montó sobre la cabeza del Escuerzo y desde allí dirigía sus movimientos como el vigía de un barco. Para ellos la travesia por tierra fue dura. Atravesaron zapatillas viejas, charcos con agua y verdín, y un gato demasiado viejo y demasiado castrado como para representar una amenaza. Los Voladores finalmente lograron arrimar el frasco al primer peldaño de la escalera. Los bichos Bolita, que venían en la retaguardia se detuvieron de pronto y se formaron en un círculo a rezar. Tenían un sentido especial para el clima. Un trueno sonó y todos los bichos bolita saltaron de alegría. Amaban la humedad por sobre todas las cosas. Se disculparon y persignaron, y se dispusieron a continuar con la operación. Pero sucedió lo que todos temían: la puerta de la casa se abrió de un golpe y de un salto apareció Andres. Corriendo subió por la escalera con el juego de química bajo el brazo, sin dejarle tiempo al Escuerzo para disparar el arma secreta. Los chicos habían vuelto de la escuela. Una babosa, que aun podía ver esa parte del Patio lanzó una alerta, que fue escuchada por la Hormiga Windsurf, que aprovechando una ráfaga de viento de tormenta, orientó su hojita-vela y se deslizó sobre el verdín de un charco hasta donde estaba la Araña, que a su vez le avisó al Escuerzo, que a su vez emitió un Croaaaaaaak fortísimo, que a su vez alertó a los Voladores, que muy cerca de la meta ya, debieron abandonar la misión desperdigándose como un puñado de piedras revoleadas con al aire.

Andrés llegó a la terraza y se encontró con el frasco al lado de la escalera. Pensó que tal vez el viento de la tormenta lo pudiera haber movido. Lo levantó y sacudió varias veces. Un sutil gesto de maldad se dibujaba en su comisura izquierda. La Cucaracha y la Cucaracha desconocida rebotaron contra las paredes, protegidas por sus exoesqueletos ultraresistentes. El niño caminó con el frasco tarareando una canción hasta el tanque de agua y se sentó sobre la parecita de ladrillos. Abrió la tapa del Chemie Lehrer y sacó uno a uno todos los frascos. El Escuerzo frenó su marcha y habló como para sí: -Es hora. Acto seguido comenzó a masticar el chicle bazooka nuevamente. Hubo otro trueno, esta vez interminable que se fue desplomando como un gigante que cae sobre la ciudad, seguido por los consiguientes festejos de la familia Bolita. El Escuerzo saltó exhausto los últimos escalones, también estimulado por las exquisitas gotas de lluvia que caían sobre su piel de cartón, ahora mucho más flexible. Andrés había preparado una mezcla de químicos en un tubo de ensayo. Los truenos y relámpagos le daban el marco perfecto para sentirse todo un científico. La lluvia se hizo más y más copiosa y lo obligó a buscar refugio. Se arrodilló entre los pilares que sostenían el tanque de agua. El Escuerzo se acercó sigilosamente hasta ubicarse detrás del niño. Pero para disparar el Desniñificador con éxito, debía estar de frente a Andrés. Comenzó a rodear el tanque con mucha cautela, tartando de no ser detectado. Saltando con cada trueno, para enmascarar el ruido que producía su panza al chocar contra el suelo con cada salto. Andrés alzó el tubo de ensayo con la mezcla multicolor y humeante al cielo, pero el trueno con el que había soñado y que debía iluminar su cara en ese preciso momento, simplemente no existió. Frustrado, y ahora con más bronca que nunca, se aprestó a finalizar su malvada tarea. Giró poco a poco la tapa del frasco, ante las aterradas Cucarachas, que, gracias a su absoluta falta de músculos faciales, parecían gozar de una entereza épica ante semejante situación. El Escuerzo había logrado ya ganar una ubicación casi perfecta. Mientras tanto, la mayoría de los insectos leía las noticias descifrando las piruetas que Los voladores dibujaban en el cielo. Una verdadera muestra de profesionalismo periodístico entomológico. Andrés acercó el tubo a su naríz e inhaló. Inmediatamente estornudó. –¡Está listo!-, dijo para sí.

De pronto, la puerta de la casa volvió a abrirse. Alguien tapándose con una campera sobre su cabeza corrió escaleras arriba hasta la terraza. Era Marina, la hermana de Tomás, que buscaba desesperada la ropa que había colgado momentos ántes. Comenzó a granizar. A los voladores se les hacía ahora sí casi imposible mantener informados al resto de los insectos que miraban azorados desde abajo. Marina descolgó las prendas de la soga y corrió a refugiarse bajo el tanque de agua, en donde estaba Andrés. –Perdón, pero esto duele-, dijo la jóven mientras guardaba las prendas bajo su remera muerta de vergüenza. Andrés ocultó el frasco con las cucarachas detrás de su espalda. –Hola, soy Andrés, amigo de Tomasito-, se presentó. –Marina-, respondió ella. Los dos permanecieron así, mirando cómo caía el granizo sobre las baldozas bordó de la terraza con un ruido ensordecedor. –¿Y qué estabas haciendo acá?…¿qué tenés ahí atrás?-, preguntó Marina. –Dejame ver…-No es nada…estaba haciendo un experimento o algo asi con el juego de química…-respondió nervioso. –Y….vos ¿qué tenés ahí debajo de la remera?-, contraatacó Andrés sólo para ganar tiempo. –Si me dejás ver, yo te dejo ver-, replicó Marina. El Escuerzo estaba listo para su disparo final. Todos esperaban el desenlace. Poco a poco fue cerrando su ojo ciego. –No te va a gustar para nada lo que tengo…- El granizo se detuvo casi por completo, sólo caía una garúa pareja. –Bueno, me voy-, dijo Marina. Se paró y dio un paso fuera del tanque. Un escalofrío recorrió su cuerpo y con un movimiento rapidísimo se acercó a Andrés y le dio un beso. Luego desapareció escaleras abajo. El Escuerzo, aprovechó la situación y disparó con todas sus fuerzas el chicle, que quedó pegado exactamente en el centro de la frente de Andrés, quien continuaba atónito por lo sucedido.

El chico despegó el chicle de su cara, lo miró un instante y lo dejó caer. Su mirada estaba fija, como en trance, miraba cómo flotaba un calcetín rosa olvidado por Marina en uno de los charcos formados por la lluvia.

Andrés tenía ahora una expresión súmamente extraña en la cara.-¡FUNCIONÓOOOOO, el desniñificador funcionooooooó!, gritaron todos a ver las noticias. La única que permanecía seria era la Araña, preocupada por los alcances de su mentira. Miraba a todos con tristeza, segura de estar presenciando un derroche imperdonable de ilusiones. Supo que era el final. En cualquier momento Andrés vertiría el mortal líquido dentro del frasco de las cucarachas. Todo terminaría pronto. Se esforzó por grabar en su mente cada una de las caritas de los habitantes del Patio. Y comenzó a alejarse poco a poco hacia el destierro. Quizás lograra subirse a algún vehíulo y cruzar la ciudad. Tal vez pudiera comenzar una nueva vida muy muy lejos, quizas en Chilavert, o incluso en Villa Ballester. No toleraría estar presente en el momento en que Andrés desatara su furia no sólo con las cucarachas, sino con todos y cada uno en el Patio. Poco a poco los festejos fueron acallándose. Andrés apareció por la escalera, bajaba como un zombie, empapado, con el calcetín rosa en una mano y el frasco con las Cucarachas en la otra. Se generó una expectativa fabulosa. No volaba una mosca. De a poco fue como volviendo de un sueño profundo. Destapó el el frasco y lo alzó. Ahora sí un rayo cayó en el momento indicado, pero lo que la luz iluminó no fue la cara de un científico loco, sino la de un niño qie había cambiado. Miró el frasco, lo movió un poco y esa ínfima mueca de maldad volvió a aparecer en la comisura izquierda de sus labios. Todos en el Patio se horrorizaron. Algunos, incluso, buscaban desesperados alguna explicación olvidada en la historieta del Pibe Bazooka. Otros, miraban a la Araña como niños abandonados, mientras se alejaba arrastrando sus ocho patas, absolutamente desesperanzada. Andrés sacó de un bolsillo el tubo de ensayo y se aprestó a volcar el bravaje. Pero a milímetros de la boca del frasco se detuvo. Miró nuevamente el calcetín rosa de Marina. Entonces sucedió. Su sonrisa malvada fue cambiando imperceptiblemente, hasta convertirse ahora en una sonrisa real. Más que real, casi tonta. Dejó caer de sus labios un apenas audible: -Me dio un beso…Apoyó el frasco con las Cucarachas y el otro con la mezcla al suelo y entró a la casa diciendo: –Marina, te olvidaste esta media…

Los mil cincuenta y cinco insectos estallaron en festejos nuevamente. Algunos, ya desmayados por la tensión se recompusieron murmurando…-“yo sabía…yo sabía, El Desniñificador no era un mito”, y cosas por el estilo. La Araña que estaba acabando de escribir las últimas palabras en su diario, completamente asilada de la realidad, comenzó a oir desde la medianera, el griterío que crecía. –Vienen por mí, todo ha sido descubierto-, pensó. Entonces se apuró a tejer lo que creía serían su últimas reflexiones: “…de todas maneras, creo que estos últimos acontecimientos han dado como resultado al grupo de insectos con mayor espíritu de lucha de la manzana. Y en eso sí tengo gran responsabilidad. He sido la promotora de dicho espíritu, así como la generadora de grandes ilusiones. He creado el único Patio que se defiende. He sido conductora y líder. He coordinado las fuerzas de gran parte de la naturaleza toda. Admito también, que como el gran líder que he sido, por momentos mi arma principal ha sido esa fría pero también gloriosa espada forjada con el puro hierro de la mentira.”

Finalmente, la Araña se asomó por sobre la medianera y fue testigo de lo que ella creyó una multitud sedienta de sangre y venganza. Pero ante su sorpresa, la muchedumbre estalló en vivas y hurras en todos y cada uno de los idiomas del Patio. Las Cucarachas flotaban en andas tratando de tomarse de la manos en los instantes en que se juntaban, muertos de risa y enamoradísimos. La Araña estaba desconcertada. Pero decidió, por qué no, aceptar su suerte y disfrutar de lo que parecía ser su mejor momento. Sin más, saltó sobre la masa de insectos para flotar en la marea junto a las Cucarachas. El Escuerzo, que ahora mostraba su capa azul con orgullo, también fue ovacionado. Los festejos duraron todo el día. Adentro, comenzaba la fiesta de cumpleaños.

VI

Por fin cayó la noche.

En un rincón solitario del Patio todavía estaba la lombríz, aquella que se había endurecido mientras esperaba la explicación del gran plan. Poco a poco, y gracias a la humedad de la lluvia, fue volviendo de su sueño profundo. Tardó unos instantes en reponerse del todo. Esperaba ver el Desniñificador, a Andrés, a un campo de batalla enrojecido por la sangre y la lucha. Pero todo lo que pudo ver fue un secador y un trapo de piso mojados.

La Mosca, recostada sobre la medianera leía con ojos desorbitados el diario íntimo de la Araña, quien seguramente luego de los festejos, había dejado olvidado. Más allá, un camino de migas de lemonpie cruzaba en zigzag el patio hasta la entrada de la cueva del Escuerzo.

La lombríz observó cómo a la Mosca se le dibujaba una imperceptible sonrisa de maldad en su comisura izquierda a medida que leía más y más. Intentó atar cabos para entender lo sucedido. Pero era muy tarde ya, y la pobre lombríz estaba triste por haberse perdido la acción. Así pues, y como las lombrices olvidan muy pronto las decepciones, simplemente se dio vuelta y con un salto ornamental se zambulló en la tierra suave y húmeda del cantero, que bajo la gélida luz de una luna casi llena, le dio la bienvenida con un abrazo maternal.

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