La noche de Maracaibo

Siempre he tenido un romance desquiciado con la noche. He pasado los mejores momentos de mi vida de noche. La brisa nocturna, la luna derramada sobre techos y pisos, las luces de la ciudad y otra vez la brisa.

el departamento de mi abuela estaba en un edificio muy alto sobre un cerro frente a un lago con salida al mar caribe. La ventana de mi cuarto tenia una visión parcial del mismo, este se asomaba entre las fachadas de otras modernas torres que con los años emergieron de las ruinas de antiguas mansiones.

De adolescente fumaba a escondidas en la ventana. Tenía todo un modo para no ser nunca descubierto que me funciono por años. Mi ventana daba ademas a una calle nada transitada y oscura de luces opacas y frias, tras los edificios nuevos y arboles robustos, estaba el lago de Maracaibo. Una parte de él reflejaba la luna perfecta como dibujada en pequeñas y delgadas líneas blancas muy pálidas que brillaban sobre la superficie y daba una sensación antigua. Veía los cujíes bañados por esa luz azulada que deja la luna, estos se sacudían en pequeños grupos por el viento que venía del lago y todo era precioso. En la otra costa se divisaban pequeños puntos de luz titilante y sobre ellos también la luna, fría enigmática y melancólica, simultaneo a esta visión tenía el olor de la noche que era de arboles húmedos y el sonido de los motores de los grandes barcos que en la distancia se escuchaban como zumbidos entrecortados que surcaban todo el lago de norte a sur muy lentamente, casi que con miedo de despertar a la ciudad.

Llegaba el viento meciendo las palmeras del edificio de junto. Miraba las lejanas ventanas encendidas de luz y me preguntaba ¿Quién mas está despierto afuera? ¿Qué hará? el viento con más fuerza levantaba las persianas de mi cuarto, disipaba el humo de mi cigarro y arremolinaba mi cabello, aquello era como vivir dentro de algún bolero… Humo, noche, viento, palmeras y mar.

Una vez tuve un encuentro romántico en un carro, en el estacionamiento silente de ese edificio. Fue un Enero. Era una marca americana, color oscuro justo debajo de los 19 pisos de concreto que se levantaban sobre mí. Luego de eso vino un pequeño declive, una intensidad, una brecha y una noche de mucha brisa un final.

Algunas noches bajaba al lugar donde el carro había estado estacionado una vez conmigo adentro. Me sentaba ahí a fumarme un cigarro y hablar con el fantasma que ahora era esa relación y el cual penaba en el purgatorio de Toyotas, Lancer y algunos Fords. La luna desde arriba alumbraba mi muerto y lo hacía ver pálido. Pasaron muchas noches y muchas caras de eso y con las lunas se fueron los males, pero el viento llegaba y el sonido de las palmeras agitadas en lo alto, me llevaban al cigarro, a la depresión y entonces venia el fantasma a tocar mi ventana, cual espectro atormentado y en vez de tener un arrastra de cadenas como todo fantasma llegaba con su sonido de motor de buque petrolero.

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