Ese día Ester se había puesto su mejor traje, la situación lo ameritaba, se graduaba su único hijo. Ese hijo que había criado con esmero y sacrificio. Fruto de una relación frustrada.

Se enamoró siendo joven, cuándo su vida era precaria, él había sido su apoyo y razón de vida en ese entonces, ella lo adoraba, y él correspondía ese amor, fueron dos años de una relación casi idílica, como si estuvieran hechos el uno para el otro. Fueron tiempos inolvidables, pero una situación especial los pondría a prueba.

Fue un sábado de primavera.

Cuando el llego a casa esa tarde, y ella le dijo que estaba embarazada. La reacción no fue la esperada, -yo no quiero hijos-, dijo él. No quiero que nadie esté entre nosotros, quiero estar toda la vida contigo sin nada que interrumpa nuestra felicidad, así que tendrás que hacerte un aborto.

¡Pero yo quiero tener un hijo tuyo!, replico Ester.

Lo siento, dijo él, tendrás que elegir entre un hijo o yo.

Después de pensar un momento, respondió: voy a tener mi hijo. Él la miró brevemente a los ojos, luego se dio media vuelta y salió por la puerta. Ester de pie, en medio de la sala, lo vio alejarse. Las lágrimas humedecieron sus mejillas, luego se fue al dormitorio, y allí mientras acariciaba su vientre, trataba de comprender lo sucedido.

Durante un tiempo, en las tardes, cuando volvía de su trabajo, se paraba en la puerta mirando, – con la esperanza de que su amado volviera-, pero esto nunca sucedió. El embarazo siguió su curso, al término del cual, nació un hermoso niño. Le puso, por nombre, David; será un guerrero de la vida, pensaba ella.

Lo crio hasta que se convirtió en un feliz adolescente y, ahora, recibiría su título profesional.

El sonido de la música, que marcaba el inicio de la ceremonia, la volvió a la realidad.

Llegó el momento culmine de la ceremonia, la entrega de los diplomas, cuando David recibió el suyo, caminó donde su madre, la abrazó y le dio el diploma. Ester no cabía en sí de felicidad. Luego de un pequeño coctel, volvieron a casa.

Al día siguiente, mientras Ester estaba en su trabajo, David escribía varios currículos para enviarlos a diferentes partes y así encontrar un trabajo.

Recién había pasado un mes, cuando a David le llego la citación para que se presentara, al día siguiente, en el gimnasio de una cadena internacional.

Cuando Ester llego esa tarde y supo la noticia, abrazó a su hijo diciendo; yo sé que te va a ir bien.

Al día siguiente, temprano, David se presentó en el gimnasio. Luego de una sesión de pruebas, que duró aproximadamente dos horas, David fue aceptado. En la tarde, cuando se lo dijo a su madre, se abrazaron felices. La vida les sonreía a ambos. Ester, que había empezado como encargada de aseo, ahora era supervisora de ventas. Su vida no podía estar mejor.

Pasaron tres años, David había ascendido, ahora era jefe de entrenadores.

Fue una tarde cercana a la navidad que David le comunicó a su madre una gran noticia. Mamá le dijo, en la empresa me ofrecen irme a Estados Unidos, a un gran gimnasio que tienen en Los Ángeles. Es una gran oportunidad. Cuando esté asentado allá te mandare a buscar. No tendrás que trabajar más, debo irme en marzo. Mientras tanto tendré que practicar y mejorar mi inglés.

Pasó el tiempo y llego el día de la partida.

En el aeropuerto, Ester miraba despegar el avión, con la secreta esperanza de volver a reunirse pronto con su hijo.

Cuando pasado un mes, llegó carta de David, éste le contaba lo bien que estaba. Es un gimnasio enorme le decía, aquí vienen muchos artistas de Hollywood. Es otro mundo, mamá. Lo más pronto que pueda te iré a buscar.

Ester se emocionaba con cada carta de su hijo.

Seis meses después llego una carta en que le decía; mamá estoy feliz, me contrataron para hacer de doble en dos películas, la próxima semana empieza la primera, terminando la segunda, te mandare a buscar. A Ester le brillaron los ojos de emoción.

Pasaron cuatro meses y llego una nueva carta que decía; estoy feliz mamá, terminamos de filmar la primera película y empezamos la segunda, cuando terminemos y me paguen, te mandaré los pasajes. La emoción embargaba a Ester ante la proximidad del reencuentro,

Pasó la navidad y el año nuevo, Ester los pasó sola.

En el mes de marzo llegó un telegrama en que la citaban, para el día siguiente en una oficina de la Cancillería. Se puso feliz, creía que había llegado el momento y le darían los pasajes. Se levantó temprano, se vistió con un traje adecuado para la ocasión y se puso en camino.

Llegó al edificio, allí la hicieron pasar a una oficina, se sentó en una de las sillas, y esperó. Luego, entraron tres personas, uno de ellos con una carpeta en su mano. Ester se puso de pie, la persona que tenía la carpeta empezó a hablar; primero señora debo darle el pésame por el fallecimiento de su hijo, él murió en un accidente en una filmación.

Ester escuchaba sin entender, con la mirada perdida. El funcionario prosiguió; la empresa tiene un seguro de accidentes, así que le entregaré un cheque por trescientos mil dólares y tendrá que firmarme un documento para yo encargarme de la repatriación del cuerpo de su hijo para que usted pueda sepultarlo aquí.

Ester, escuchaba sin asimilar lo que estaba ocurriendo. De pronto, ella se abalanzó sobre el funcionario y tomándolo del cuello, gritaba, no quiero su dinero; devuélvame a mi hijo. Fue tal la furia de su acción que tuvo que llegar el personal de seguridad para reducirla. Tuvieron que amarrarla, la llevaron a una clínica donde la sedaron. Cuando paso el efecto del sedante, Ester estaba igual, fuera de sí, por lo que la trasladaron a una clínica psiquiátrica, ahí la sedaron nuevamente y la acostaron con las manos y pies atados.

La persona encargada de su cuidado, le daba de comer y la aseaba lo que podía sin soltarla.

Al séptimo día, Ester despertó tranquila, la enfermera la soltó con cuidado y la sentó en la cama. Por primera vez desde su llegada, Ester almorzó con sus manos. Al día siguiente, como seguía tranquila, la enfermera la ayudó a vestirse. Llegada la hora la llevó al comedor, Ester caminaba a su lado tranquilamente. Luego de almorzar, volvió a su habitación, ahí sacó una maleta que le habían traído, metió toda su ropa en ella y caminó hacia la puerta de salida, ahí se sentó en una banca y permaneció hasta quedarse dormida. La enfermera la trasladó a la habitación, donde siguió durmiendo. Al día siguiente, nuevamente la llevaron al comedor, cuando regresaba a su habitación, en el patio del recinto se paseaban otros insanos mirando al cielo, como creyendo encontrar ahí su razón perdida. Ella arreglaba sus cosas, y se sentaba junto a la salida, con su maleta lista para un viaje que nunca hará y esperando a un hijo que jamás vendrá.

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