Arnaldo y Eliana, un matrimonio joven con una hija de seis años, vivían en las afueras de Santiago. Tenían una hermosa casa en una parcela cerca de un brazo de río donde se podía pescar truchas. Habían elegido ese lugar para vivir por la pureza del aire y el hermoso entorno, lejos del ruido de la ciudad y, además, porque Arnaldo era aficionado a la pesca. Había intentado varias veces pescar alguna trucha sin mucha suerte.

Un domingo a media mañana Eliana le dijo a Arnaldo que la despensa estaba casi vacía; él le respondió, “almorcemos cualquier cosa y en la tarde vamos al pueblo y aprovechamos de llevar a Mary a los carruseles”.

Cuando se acercaba la hora de almuerzo Mary preguntó, “mamá ¿qué vamos a almorzar?”.

“Tortilla de acelgas”, le respondió Eliana.

“Yo no quiero comer acelgas, no voy a comer, no quiero, son muy malas”. Mary no acostumbraba hacer berrinches, pero cuando los hacía era de preocuparse. Arnaldo, temiendo que el día no fuera tan tranquilo como él quería tomó una determinación.

“Voy a pescar”, dijo, “almorzaremos trucha”. Tomó sus artefactos de pesca y salió

“Voy contigo” dijo Mary, Arnaldo aceptó.

“Vas a sacar un pez para el almuerzo”.

“Voy a tratar”.

“Tú lo vas a hacer, papa”.

“Eso espero”.

“Un pez grande, para los tres”.

“Tan grande como pueda”.

“Sí, porque yo no pienso comer acelgas”.

Llegaron a orillas del río, Arnaldo sacó su aparejo y la caña, puso en el anzuelo la mejor mosca e hizo el lanzamiento.

“Esperemos tener suerte” dijo mientras movía el sedal.

“¿Cuándo llega el pez?”

“Hay que tener paciencia”.

“¿Cuánta?”

“Harta”.

En ese momento sintió un tirón, recogió un poco, el tirón fue más fuerte, lo tengo, pensó Arnaldo un poco excitado; ahora estaba seguro, el pez luchaba, pero Arnaldo no lo dejaría escapar. Por fin logró traerlo a la orilla, lo puso en el canastillo, era una hermosa trucha, Mary se acercó, “¿se va a morir?”, preguntó mientras la trucha trataba de escapar. Arnaldo no respondió

“Lo atrapaste, papa”.

“Seguro”.

“Lo vas a matar”.

“Si”.

“¿Por qué?”

“Hay que matarla para cocinarla, porque tú no quieres comer acelgas”.

Mary, repentinamente, tomó el pez que intentaba salir del canastillo, lo arrojó al agua y empezó a correr hacia la casa. Arnaldo desconcertado gritó, “devolviste el pez, ¿qué vamos a almorzar ahora?”, “tortilla de acelgas”, respondió Mary y siguió corriendo.

Héctor Cisterna.

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