Había tenido una semana muy intensa, con una carga de trabajo estresante. Llegué esa noche de viernes a mi casa, totalmente agotado, lo único que quería era descansar y dormir Mi esposa, dándose cuenta de la situación, me propuso, irse el fin de semana a viña del mar con nuestro hijo, para que yo pudiera estar tranquilo; así, el lunes podría volver al trabajo descansado y con la mente despejada. Me pareció una buena opción, por lo que estuve de acuerdo. Me acosté temprano, ni siquiera quise

comer.

En la mañana del sábado, mi esposa me despertó para despedirse y también lo hizo mi hijo. Después que ellos se fueron seguí durmiendo.

Desperté poco después del mediodía, calenté el almuerzo que mi esposa me había dejado listo en el microondas, dejé la loza sucia en el lavaplatos, luego me senté en un sillón del living y encendí el televisor, busqué un programa deportivo y me dediqué a mirar el fútbol.

Era casi de noche cuando apagué el televisor y busqué en mi pequeña biblioteca un libro que me agradara, con la intención de leer hasta que me diera sueño. Pasó el tiempo y, absorto en la lectura, no me di cuenta cuando me dormí. Me despertó el sonido del timbre, miré el reloj, eran las diez de la noche. ¿Quién será a esta hora? pensé, abrí la puerta y ahí estaba mi amigo Mario; lo recibí con un abrazo. Mario era mi mejor amigo, estudiamos juntos en el liceo y después fuimos compañeros en la universidad. Ambos estudiamos ingeniería comercial, él ahora es el encargado de negocios de una firma importante, por lo que tiene que viajar mucho. Varias veces nos reuníamos ambas familias, pero hacía mucho tiempo que no estábamos solos los dos, por lo que me alegré mucho de que hubiera venido, así podríamos conversar tranquilos. Nos sentamos en el living, saqué una botella de ron cubano que me había regalado un cliente, traje una coca cola y vasos, serví los tragos y ahí empezaron a fluir los recuerdos. Mario me preguntó si se podía fumar; yo solo fumo a veces cuando me ofrecen pero no compro cigarros, respondí. Yo tengo, dijo Mario, y puso la cajetilla sobre la mesa. Traje un cenicero, encendimos cada uno su cigarro y, mirando el humo, retomamos los recuerdos de cuando los días sábado en la noche nos juntábamos para ver donde había una fiesta a la que ir; a veces en plan de conquista u otras, como esa vez que en un baile del Liceo N°4, Mario remató el baile con la reina y yo me gané una botella de champagne en el concurso de rock and roll; o aquella vez en que fuimos a una fiesta en la Gran Avenida cerca de San Bernardo, donde gastamos toda la plata y muertos de la risa por nuestra imprevisión, nos tuvimos que venir a pie a las dos de la mañana. Y después, cuando estando ya en la universidad, nos juntábamos para preparar las pruebas, que casi siempre eran al día siguiente; eran largas noches de café y cigarrillos, llegábamos a la universidad soñolientos, pero bien preparados. Así, mientras mirábamos el humo de los cigarros dibujando arabescos en el aire, raudamente pasaron las horas, haciendo recuerdos de esa juventud tan alegre, añorando esas largas caminatas en las tardes estivales, compartiendo sueños y proyectos, época que ahora parecía tan lejana. De pronto, Mario miró su reloj y dijo; son las dos treinta, tengo que salir de viaje temprano, y me quedan varias cosas que preparar así que me voy. Nos despedimos con un gran abrazo. Espero que nos volvamos a juntar pronto, dije. Algún día, dijo Mario, y se fue.

Me acosté y me dormí casi inmediatamente. Era ya de día cuando sonó el teléfono, miré la hora, eran las siete de la mañana, me preocupó una llamada tan temprano, levanté el auricular; era la esposa de Mario, noté su voz entrecortada y media llorosa, no te llamé antes por todo lo que tenía que solucionar dijo. ¿De qué se trata? pregunté preocupado. Es para avisarte que Mario tuvo un accidente en el auto y falleció en la madrugada. ¿Cómo? dije, si anoche estuvimos juntos charlando bastante rato. ¿A qué hora? me preguntó. A ver, desde las diez hasta las dos treinta, respondí. No puede ser, dijo ella, tienes que haberlo soñado, él tuvo el accidente a las diez, pasó todo el tiempo en el quirófano, hicieron lo posible por salvarlo, pero falleció a las dos treinta. Le haremos una misa a las doce, me imagino que vas a venir. Seguro, no podría fallar. Ella colgó, y yo quedé con el teléfono en la mano, totalmente desconcertado, sin saber qué hacer. No soy muy creyente, pero interiormente ahora pensaba que es posible que el espíritu, o el alma de una persona se comunique con otra a través de un sueño. Porque, era evidente que debía haber sido un sueño, no cabía duda. Habrá fuerzas tan poderosas, que desafían al pensamiento lógico. La cabeza me daba vueltas, no encontraba la respuesta. Miré la hora, se hacía tarde, rápidamente me metí a la ducha, no podía faltar a la misa de mi gran amigo. Me puse mi mejor traje, la situación así lo ameritaba, me dispuse a salir y, al pasar por el living, quedé paralizado: sobre la mesita de centro estaban la botella de ron, la coca cola, dos vasos semi vacíos y la cajetilla de cigarros de Mario.

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