La belleza de lo sencillo

La belleza de lo sencillo

Bárbara Barra

30/07/2017

La máquina se movía suave y rápido, deteniéndose cada tanto y llenándose de a poco, volviendo el ambiente más denso, envolviendo a las personas en una pesada mezcla de olores, de voces. La tenue luz volvía el espacio amargo, somnífero, lento. Sin embargo, cuando él cruzó la entrada con una sonrisa luminosa y un traje que le otorgaba cierta elegancia y un atractivo indudable, el lugar parecía sorprendentemente soleado. Se deslizaba con sutileza entre la gente sin borrar la sonrisa de su delicado rostro, obteniendo secuenciales miradas atrevidas tanto de hombres como de mujeres en su extenuante recorrido hacia el fondo del vagón, a mi lado.

Desprendía un aroma seductor que abatía todos los otros, me llenaba las fosas nasales sin pudor alguno, su cabello negro, aún mojado por la ducha, le permitía gozar de una sensualidad furiosa, la piel bronceada y tersa de su rostros albergaba la armonía perfecta que creaban sus rasgos; sus ojos oscuros y su nariz refinada, labios finos rodeados de una sutil barba bien definida.

Dirigí mi mirada hasta mis gastadas zapatillas, su gran altura me hacía sentir diminuto, su elegancia me provocaba la sensación de desmerecer, incluso, viajar a su lado. Sin darme cuenta mi vista se dirigió a una de sus manos, grandes y poderosas, y centré mi atención por completo en uno de sus anillos. Casado. Imaginé a una elegante mujer, cocinando en una elegante cocina mientras sus elegantes hijos ordenaban la elegante mesa en un elegante comedor de una elegante casa en un elegante barrio, y de pronto comencé a cuestionarme por qué no era yo, debería ser yo, deseaba ser yo. Sentía sus ojos sobre mí, inquisidores, examinándome, deseoso de saber qué pasaba por mi cabeza.

En esos instantes los rieles crecieron, haciendo que el camino se transformara, volviéndose extenso, infinito. Su mirada penetrante me desnudaba para luego ponerme contra las blancas paredes del carro con brusquedad y oler mi cuello apaciblemente y proceder a besarlo, dejando graduales lamidas, pero seguía inmóvil en su sitio, ahora serio y con las manos cruzadas, reclinado en las mismas paredes blancas, sin apartar su vista de mí.

Nos deteníamos con lentitud, las paredes que se alzaban fuera del vagón eran azules y el letrero en ellas me indicaba que era hora de comenzar a moverme y salir del pequeño espacio cerrado, él caminaba detrás de mí, tranquilo, sonriendo nuevamente, siendo cortés con todos para que le permitiesen avanzar, mas no era necesario que dijese palabra alguna, las personas se corrían abriéndole el paso sin que él lo pidiera. El sonar del taco de sus zapatos me calmaba, las veredas eran anchas y las calles estaban a rebosar de autos lujosos, los edificios de una majestuosidad impresionante y mi presencia inútil.

Mi paso se volvía rápido y podía sentir como el suyo también lo hacía, su mano tomando mi muñeca sin delicadeza alguna hizo que me sobresaltase y volteara exaltado.

—¿Por qué estás tan alterado? No eres tú quien va a divorciarse —inquirió con el ceño ligeramente fruncido, intentando aflojar su agarre, pero haciéndolo más fuerte sin notarlo.

—Me lastimas —susurré. Sorprendido soltó mi muñeca de golpe y apartó la vista. —No, no soy yo quien está apunto de divorciarse, pero sí soy quien está destruyendo una familia. Tu familia, Dan. ¿Puedes ver este lugar? Aquí, donde vienen a morir las relaciones es incluso más glamoroso de lo yo seré en mi vida. Trabajo de cajero en un supermercado, vivo en un apartamento diminuto, vivo de la comida rápida, tengo un jodido pantalón que uso para todo, ¿y tú vas a cambiar a tu hermosa familia por esto? ¿Por mí? ¿Vas a llevarme a las fiestas de tus amigos y me presentarás como tu pareja? ¿Me llevarás a cenas elegantes con tus empleados?

—¿Y por qué no? —Su mirada se había suavizado y me contemplaba con cierto dejo de ternura, sus ojos tenían un brillo que creía nunca haber visto. Conocía todos mis defectos, sabía lo que dirían sus padres y amigos cuando supieran la historia, y ahí estaba, a punto de entrar a aquel gran edificio para divorciarse, para dejar a la mujer que alguna vez pensó era el amor de su vida.

Me pidió que no entrase, quería ahorrarme el recibir los insultos de su futura exesposa y las miradas acusadoras del abogado. Esperé mucho, no sabría decir con exactitud cuántas horas, mas, cuando él salió de la oficina, ya había pensado en todas las posibilidades que tenía para volver a mi departamento sin el hombre que amaba. En la calle las farolas estaban encendidas y el joven recepcionista ya me había preguntado unas siete veces si necesitaba que me pidiese un taxi, había visto salir del ascensor muchas mujeres destrozadas, debilitadas de tanto llorar, eran la otra parte de esta historia, imaginaba. Pero él me sonrió. Me levanté del asiento excitado, un hormigueo provocado por la enorme alegría que albergaba me recorrió todo el cuerpo, corrí hasta él y me abrazó fuertemente, por instantes sentí como nos volvíamos uno. En ese momento no importaba nada más, mi corazón batía en mi pecho con energía, habían sido años de noches de hoteles fuera de la ciudad, citas a escondidas y mensajes desde celulares desechables, en ese intante yo era feliz, y él también lo era.

Tomó mi mano con amor y caminamos juntos hacia la salida, comentó en palabras atropelladas los planes que tenía ahora que podíamos y estábamos juntos, y por más que intentaba decir algo coherente, yo solo podía sonreír. Propuso una cena a modo de celebración y por primera vez ignoré el hecho de estar usando mis jeans viejos, la camisa del día anterior y zapatos gastados. Él lo ignoraba también, al fin y al cabo siempre lo hacía. Yo no conocí mucho de su vida marital, solo sabía lo poco que Dan había tenido la cortesía de contarme, sabía además que sus hijos eran la razón por la que se levantaba día a día y no decidía de una vez vender todo y llevar una vida más simple, fuera de aquello, yo no podía decir si había logrado alcanzar la plena felicidad junto a su esposa.

Acariciaba mi mano con su pulgar, susurraba en calma que la noche era perfecta para cumplir los sueños que llevábamos postergando los últimos dos años, para cometer esas locuras de las que hablábamos cuando el insomnio nos mantenía en vela y nuestra sangre se mezclaba con alcohol. Su voz era tan distinta, su sonrisa era tan amplia, su existencia se mostraba en todo su expedor.

Aun a esa hora de la tarde el flujo de vehículos era impresionante, los autos corrían y en segundos ya no lograba verlos, el aire me congelaba el rostro, el lienzo sobre nosotros estaba pintado con claros tonos de morado y brillantes dejos de azul marino, decorado con destellos de color blanco. Una llamativa luz proveniente de un auto negro cautivó toda mi atención. No tuve tiempo de formular la pregunta cuando ya sabía la respuesta.

Oía a Dan llamarme, la imagen de su cara era borrosa, sentía mis manos mojadas y las de él sobre las mías, el dolor profundo en mi estómago no me permitía respirar, mis ideas eran una bola amorfa, un montón de recuerdos me hacían sentir mareado y la voz desesperada del hombre a mi lado me hacía doler el pecho, no lograba decir nada, las palabras luchaban por salir de mi boca sin éxito alguno. Finalmente solo dos palabras ganaron la batalla, «Te amo».

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