Inefable Epifanía, capítulo 1.

Inefable Epifanía, capítulo 1.

Bárbara Barra

30/07/2017

El fuerte viento vuela mis ropajes, éstos parecen ser demasiado delgados ya que el frío me cala hasta los huesos haciéndolos doler. El aire es pesado y está bañado en un horrible aroma a podrido, a muerte, cerca de mí se ha fromado un gran espiral de hojas secas y no logro retener un escalofrío que me recorre por complerto. Frunzo el ceño al ver la silueta de un hombre alto y musculoso correr a tan solo unos metros de mí e intento hacer que se detenga, creo gritar su nombre, pero no responde a mi llamado. Comienzo a seguirle, primero a paso presuroso, luego corriendo, a pesar de mi agitación no puedo ignorar el escenario; un aparcadero de autos con el pavimento agrietado completamente vacío, rodeado de hermosos árboles que parecieran cantar cuando el aire pasa entre ellos, bajo un cielo con luna llena oculta por tenebrosas nubes grises.

Sigo intentando alcanzar la silueta, solo que cada vez parece más lejana y, al contrario de lo que hubiese pensado, más alta, más fuerte y más imponente. Le sigo hasta llegar a una gran construcción, con ventanas relucientes, con una pulcredad inimaginada, donde se para frente a una puerta iluminada por una tenue luz blanca, por un momento pienso que entrará y ya no lograré llegar hasta él, como si de un momento a otro fuera a ponerme las cosas más difíciles. Casi como si pudiera oír mis pensamientos y quisiera hacerme errar, voltea y mira directo a mis ojos, haciendo que una rafaga de soledad me golpee directo en el rostros, haciendo que cada pequeño rastro de luz en mí fuera eliminado célula por célula, y después se desvanece. Camino con cuidado y miro la puerta de cerca, es tan grande que me hace sentir demasiado insignificante, su color azul es tan oscuro que por poco se vuelve uno con la oscuridad que me rodea. Tomo la perilla y una débil descarga eléctrica me recorre desde los dedos hasta llegar a mi columna, y se expande por el resto de mi cuerpo. El interior es tan frío como el exterior, quizás más. La pintura de las paredes está desgastada y manchada de sangre, el olor a podrido comienza a acentuarse cada vez más y el suelo parece más inestable a cada paso que doy, temo que seda y, por ende, yo caiga. Las luces prenden y apagan en intervalos de un segundo, turbando el ambiente aún más.

Avanzo sin mirar atrás, al final del pasillo hay un bulto y puedo escuchar ligeramente sus quejidos de dolor, mientras más me acerco más me arrepiento de haber entrado, más se paraliza mi cuerpo. Las piernas comienzan a pesarme con cada paso y el bulto comienza a tomar una forma monstruosa. Tiene la apariencia de una persona, parece imposible, aunque suena como una, una al borde de la muerte, como un herido de guerra, como alguien que ha estado en una explosión y está a punto de morir.

Tuve que estar a centímetros para notar qué era exactamente lo que parecía extraño. Ahí, en el lugar en que dos pasillos se juntaban, solo estaba la parte superior de lo que debía ser un hombre de unos treinta años, estaba sobre un charco de sangre, y un hilo rojo le brotaba de la boca. Su olor me quemaba la nariz, y en un último instante pude sentir como alargaba su mano hasta mi pierna. No tuve estómago para mirarle a los ojos.

Me arde el pecho y tengo lágrimas en los ojos, debo respirar por la boca para poder tomar el aire suficiente. Me siento de golpe en la cama y busco a tientas el interruptor de la luz. El pánico me invade y comienza a dolerme el corazón. El chico de cabello despeinado entra a mi habitación con expresión preocupada y me toma bruscamente de la cara repitiendo incesante que tan solo había sido un sueño, a pesar de lo horriblemente real que se había sentido.

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS